El placer
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No me refiero a la felicidad, sino al placer. El placer puede formar parte de la felicidad, pero no tiene por qué coincidir con ella.
No es fácil decir qué es el placer, pero podríamos acercarnos a una noción del mismo diciendo que consiste en un sentimiento agradable, de gozo, que se experimenta cuando conseguimos algo o cuando satisfacemos una necesidad. Por ejemplo, cuando resolvemos un problema que nos importa, cuando realizamos alguna actividad sensual o cuando bebemos una cerveza fresca porque hace calor y tenemos sed, experimentamos placer.
Placer, en griego, se dice hedoné. De ahí que cuando nos referimos a alguien que pone la obtención del placer como el principal objetivo de su vida, le nombremos como un hedonista, mientras que si observamos a quien es incapaz de disfrutar de las cosas agradables de la vida y, por tanto, de experimentar placer, decimos que estamos ante un caso de anhedonía.
En una vida sana es imprescindible el placer o, mejor, los placeres. La renuncia, voluntaria o involuntaria, a los placeres puede producir un desequilibrio en la vida cotidiana y algún trastorno psicológico. Lo normal es que siempre haya algo, bien sea físico, intelectual o social, en la vida de una persona que le produzca placer.
Durante el tiempo en el que el cristianismo tuvo mucha influencia en la sociedad civil, el placer fue considerado como algo negativo, que alejaba al ser humano de su fin último en la existenciaTanto era así que, cuando hacía acto de presencia, generaba con frecuencia sentimientos de culpabilidad en quien lo disfrutaba. En cambio el sacrificio y el sufrimiento sí eran bien vistos y supuestamente procuraban mayores beneficios a la vida humana. Esta visión negativa del placer, que se manifestaba en la educación que muchos ciudadanos actuales hemos recibido por un conducto o por otro, llevaba, por una parte, a la exaltación de valores como la moderación, la templanza y la relativización de la vida en la tierra, porque suponía que la verdadera vida estaba en el más allá; por otra parte, conectando con toda la tradición del orfismo y de Platón, suponía un desprecio del cuerpo como fuente de placer. Esto se traducía en formas de represión y, por ejemplo, en consideraciones tan peculiares como la que defiende que la finalidad de las relaciones sexuales debe ser fundamentalmente la procreación y no la obtención de placer.
Hoy esta concepción negativa del cuerpo y del placer obtenido a través de él no solo se ha venido abajo, sino que el hedonismo ha triunfado hasta convertirse cada vez más en lo único que da sentido a la vida de muchas personas. Podría decirse que para un buen número de ciudadanos sólo lo placentero tiene valor. Lo que exige esfuerzo, sacrificio o un poco de espera en la obtención de los resultados apetecidos no resulta deseable. Especialmente quienes tienen poca edad, aspiran con interés a tener placer y a tenerlo al momento.
No creo que el placer sea el valor supremo en una vida que pueda considerarse como humana, pero sí es necesario. Diríamos que, en alguna dosis, el placer es indispensable. Las formas usuales de obtención de placeres parecen, sin embargo, escasas, y, además, suelen ser siempre las mismas. Es como si el abanico que muestra las maneras de obtener placeres estuviera solo a medio abrir. Sería necesario, para una buena vida, buscar fuentes de placer nuevas, descubrir placeres no frecuentados que aumentaran nuestro grado de alegría y de satisfacción en la existencia.
La cultura sirve de gran ayuda en esta tarea. Entiendo la cultura como las formas de vivir que nos ayudan a ser más humanos y a crear un mundo más humano. Dentro de la cultura entra tanto el conocimiento de la naturaleza y del funcionamiento de la sociedad, como todas las creaciones humanas que hacen que la vida sea más vivible. Se incluyen aquí las artes, tomadas en sentido amplio e incluyendo en ellas no solo el cine, la literatura, las músicas, etc., sino también actividades como la gastronomía, el diseño, los deportes, el baile o el excursionismo. Suele ser muy placentero visitar una exposición de arte, o algún museo, o ir al teatro, o leer un buen artículo en la prensa o un libro interesante, o practicar la pintura o, en general, las artes plásticas. Muchas veces es más fácil de lo que nos imaginamos entrar en contacto con esta cultura placentera. ¿Quién, por ejemplo, en una ciudad tan bella y tan rica en arte, como es Astorga, se ha preocupado por conocer con algún detenimiento toda la belleza que alberga la ciudad? Porque solo se ama y de disfruta con lo que se conoce. Sería muy placentero huir de la tendencia creciente a considerar la televisión, el fútbol, el alcohol, el tabaco y otras sustancias adictivas, que favorecen las huidas, como las únicas fuentes de placer.
El placer tiene muchas caras, y merece la pena no solo descubrirlas y practicarlas, sino también mostrarlas a quienes, por su poca edad, no han tenido ocasión de entrar en contacto con ellas.
No me refiero a la felicidad, sino al placer. El placer puede formar parte de la felicidad, pero no tiene por qué coincidir con ella.
No es fácil decir qué es el placer, pero podríamos acercarnos a una noción del mismo diciendo que consiste en un sentimiento agradable, de gozo, que se experimenta cuando conseguimos algo o cuando satisfacemos una necesidad. Por ejemplo, cuando resolvemos un problema que nos importa, cuando realizamos alguna actividad sensual o cuando bebemos una cerveza fresca porque hace calor y tenemos sed, experimentamos placer.
Placer, en griego, se dice hedoné. De ahí que cuando nos referimos a alguien que pone la obtención del placer como el principal objetivo de su vida, le nombremos como un hedonista, mientras que si observamos a quien es incapaz de disfrutar de las cosas agradables de la vida y, por tanto, de experimentar placer, decimos que estamos ante un caso de anhedonía.
En una vida sana es imprescindible el placer o, mejor, los placeres. La renuncia, voluntaria o involuntaria, a los placeres puede producir un desequilibrio en la vida cotidiana y algún trastorno psicológico. Lo normal es que siempre haya algo, bien sea físico, intelectual o social, en la vida de una persona que le produzca placer.
Durante el tiempo en el que el cristianismo tuvo mucha influencia en la sociedad civil, el placer fue considerado como algo negativo, que alejaba al ser humano de su fin último en la existenciaTanto era así que, cuando hacía acto de presencia, generaba con frecuencia sentimientos de culpabilidad en quien lo disfrutaba. En cambio el sacrificio y el sufrimiento sí eran bien vistos y supuestamente procuraban mayores beneficios a la vida humana. Esta visión negativa del placer, que se manifestaba en la educación que muchos ciudadanos actuales hemos recibido por un conducto o por otro, llevaba, por una parte, a la exaltación de valores como la moderación, la templanza y la relativización de la vida en la tierra, porque suponía que la verdadera vida estaba en el más allá; por otra parte, conectando con toda la tradición del orfismo y de Platón, suponía un desprecio del cuerpo como fuente de placer. Esto se traducía en formas de represión y, por ejemplo, en consideraciones tan peculiares como la que defiende que la finalidad de las relaciones sexuales debe ser fundamentalmente la procreación y no la obtención de placer.
Hoy esta concepción negativa del cuerpo y del placer obtenido a través de él no solo se ha venido abajo, sino que el hedonismo ha triunfado hasta convertirse cada vez más en lo único que da sentido a la vida de muchas personas. Podría decirse que para un buen número de ciudadanos sólo lo placentero tiene valor. Lo que exige esfuerzo, sacrificio o un poco de espera en la obtención de los resultados apetecidos no resulta deseable. Especialmente quienes tienen poca edad, aspiran con interés a tener placer y a tenerlo al momento.
No creo que el placer sea el valor supremo en una vida que pueda considerarse como humana, pero sí es necesario. Diríamos que, en alguna dosis, el placer es indispensable. Las formas usuales de obtención de placeres parecen, sin embargo, escasas, y, además, suelen ser siempre las mismas. Es como si el abanico que muestra las maneras de obtener placeres estuviera solo a medio abrir. Sería necesario, para una buena vida, buscar fuentes de placer nuevas, descubrir placeres no frecuentados que aumentaran nuestro grado de alegría y de satisfacción en la existencia.
La cultura sirve de gran ayuda en esta tarea. Entiendo la cultura como las formas de vivir que nos ayudan a ser más humanos y a crear un mundo más humano. Dentro de la cultura entra tanto el conocimiento de la naturaleza y del funcionamiento de la sociedad, como todas las creaciones humanas que hacen que la vida sea más vivible. Se incluyen aquí las artes, tomadas en sentido amplio e incluyendo en ellas no solo el cine, la literatura, las músicas, etc., sino también actividades como la gastronomía, el diseño, los deportes, el baile o el excursionismo. Suele ser muy placentero visitar una exposición de arte, o algún museo, o ir al teatro, o leer un buen artículo en la prensa o un libro interesante, o practicar la pintura o, en general, las artes plásticas. Muchas veces es más fácil de lo que nos imaginamos entrar en contacto con esta cultura placentera. ¿Quién, por ejemplo, en una ciudad tan bella y tan rica en arte, como es Astorga, se ha preocupado por conocer con algún detenimiento toda la belleza que alberga la ciudad? Porque solo se ama y de disfruta con lo que se conoce. Sería muy placentero huir de la tendencia creciente a considerar la televisión, el fútbol, el alcohol, el tabaco y otras sustancias adictivas, que favorecen las huidas, como las únicas fuentes de placer.
El placer tiene muchas caras, y merece la pena no solo descubrirlas y practicarlas, sino también mostrarlas a quienes, por su poca edad, no han tenido ocasión de entrar en contacto con ellas.