Pilar Blanco
Sábado, 20 de Marzo de 2021

Leñar al mono

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Pero dejadme, ay, que yo prefiera,

la hoguera, la hoguera, la hoguera…

 

 

De vez en cuando me da por pensar que antes (y ‘antes’ es un periodo de márgenes difusos, sin señal clara en el GPS de la Historia) las cosas eran mucho más sencillas.

 

Pero luego me acuerdo de las guerras mundiales, civiles, coloniales, de secesión, de sucesión, religiosas, de las Tres Rosas, del Café, del Opio…, o de la falta de asepsia, antibióticos, vacunas (y lo más increíble, sin antivacunas prediluvianos llevando la contraria) y me doy cuenta de que no, de que al menos desde que la raza humana se aplicó a poblar la tierra por obra y gracia de células reformistas, dioses aquejados de eterno hastío o de científicos extraterrestres portadores del chis de la evolución, las cosas nunca han sido sencillas en este planeta achatado por los polos y salvado por los pelos de tesituras complejas y dolorosas unas detrás de otras o polifónicamente simultáneas.

 

A veces creo que ‘antes’ el intercambio de opiniones era más respetuoso, bien porque solo tenían la palabra quienes dominaban el arte de esgrimirla, bien porque usos morigerados y buenas costumbres prevalecían con mayor eficacia que hoy en día, cuando el que más y el que menos tiene a su alcance un micrófono transoceánico que difunde en tiempo real hasta la más nimia de sus ocurrencias, hasta la más delincuente ortografía.

 

Pero luego pienso en hogueras para herejes y brujas, en mujeres encerradas en conventos y hogares, usadas como moneda reproductiva desde la pubertad, expuestas a partos que las ponían año tras año a un paso de la muerte; y pienso en sabios condenados al silencio y la autocensura, en el temor a lo que puedan oír y denunciar los vecinos, en las familias señaladas, en los crímenes de honor, en los diferentes escarnecidos en plaza pública, en la ira y la venganza buscando vericuetos por los que multiplicarse… y se me despegan los ojos, cegados por la inocencia del deseo a espaldas de la realidad.

 

No, nunca hemos sido buenos, nunca tolerantes con el diferente, el extranjero, el débil, el disidente, el ‘bárbaro’, ni la compasión ha protegido a los niños ni la equidad apoyado a las mujeres. Ni lo vamos a ser por mucho que peroren los profetas, repriman los censores, legislen los legisladores o sancionen los jueces, enfrentados en muchos casos a su propia hipocresía.

 

Las palabras y los símbolos, los sueños que estos engendran seguirán siendo devaluados por quienes saben que la primera batalla se gana de su mano, mediante una toma de la Bastilla del lenguaje que a nadie parece preocupar. Tras ella no volverá a crecer hierba fresca ni significado limpio en “Constitución”, “patria”, “bandera” o “libertad”. Suyos serán, como muertos vivientes que dejan al pasar pedazos de su carne podrida, los “valores”, los “derechos” yel “progreso”.

 

Seguirá habiendo hogueras pero con incandescencia led. Seguirán levantándose picotas y patíbulos solo que virtuales y sin juicio previo; bastará el simple gesto de pulsar una tecla para lanzar al ciberespacio opiniones sin opinión, pura baba sanguinolenta e irreflexiva. Se seguirá acosando a las familias, asociaciones, gremios profesionales; a las ideas y también a las personas de una en una en nombre de algún dios o bandera de los que se han apropiado los mismos que prostituyen su mensaje para ajustarlo a la horma infame de su cinismo.

 

El lobo de la historia volverá a devorarnos en una larga noche de luna llena y olor a sangre ávida. Ese lobo, hecho hombre, seguirá aullando y ampliando la noche con su aullido.

 

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