A propósito de dogmáticos y escépticos
![[Img #53253]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2021/9702_poeta-escanear0030.jpg)
“Pues cuando se vayan estos, dirán que nosotros creíamos que éramos amigos –porque yo me cuento entre vosotros– y, sin embargo, no hemos sido capaces de llegar a descubrir lo que es un amigo” (Platón. Lisis)
Los dogmáticos y los escépticos son iguales en muchos aspectos. Son iguales en el aspecto de que los dos desean descubrir cómo son realmente las cosas: saber la verdad. Aquellos y estos también coinciden en que dicen algo sobre cómo es la realidad. Y tanto los unos como los otros aducen buenas razones –como la experiencia sensible y el argumento racional– para decir lo que dicen sobre las cosas.
Además, todos, dogmáticos y escépticos, apoyándose en sus buenas razones, se adhieren a aquello que sostienen. No obstante, son diferentes, al menos, en dos sentidos, interrelacionados, que en absoluto carecen de importancia. El primer sentido tiene que ver con la consideración de las buenas razones; mientras los dogmáticos las consideran infalibles, los escépticos las entienden como falibles. El segundo, que es una consecuencia del primero, se refiere a la consideración que se hace de aquello que se dice de las cosas. Los dogmáticos, con sus buenas razones, y convencidos de que estas no pueden fallar, se muestran seguros de que eso que dicen es lo verdadero, y lo afirman. Sin embargo, los escépticos, pese a contar también con buenas razones, que bien pudieran ser las mismas que las de los dogmáticos, no se atreven a tanto. Su consideración de la falibilidad de las razones, por buenas que sean, les impide afirmar lo que dicen: estar seguros de que lo que dicen se corresponde con la realidad. Ciertamente, las buenas razones les llevarían a defender lo que sostienen, pero no a dar por cierto que eso sea verdadero. A lo más que llegan es a pensar que lo que dicen sea probable, o sea, probablemente verdadero. Pero, en última instancia, no afirman ni niegan nada, a diferencia de los dogmáticos, sino que, cautelosos, conservan alguna duda, por pequeña que sea, conscientes de las limitaciones cognoscitivas del ser humano. Con todo, en el vivir cotidiano la duda no los paraliza, pues no son necios, y se comportan como los dogmáticos, solo que se abstienen de emitir juicios sobre la naturaleza de las cosas, lo que hace que de alguna manera se libren de la inquietud, fuente de tantos sufrimientos.
De esta manera, son los escépticos, y no los dogmáticos, los que mejor encarnan la filosofía, que, más que un saber, es una actitud consistente en no dar nada por verdadero definitivamente, porque siempre cabe la posibilidad del error, por muchas y muy buenas que sean las razones que nos asistan. Pues, reconocer que, aun contando con las mejores razones, podemos estar equivocados y que es posible que no sepamos lo que creemos saber, en fin, reconocer nuestra ignorancia, es la marca de la filosofía; una marca que se puede ver en Sócrates, sobre todo en el Sócrates de los primeros diálogos de Platón, en particular en la Apología.
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“Pues cuando se vayan estos, dirán que nosotros creíamos que éramos amigos –porque yo me cuento entre vosotros– y, sin embargo, no hemos sido capaces de llegar a descubrir lo que es un amigo” (Platón. Lisis)
Los dogmáticos y los escépticos son iguales en muchos aspectos. Son iguales en el aspecto de que los dos desean descubrir cómo son realmente las cosas: saber la verdad. Aquellos y estos también coinciden en que dicen algo sobre cómo es la realidad. Y tanto los unos como los otros aducen buenas razones –como la experiencia sensible y el argumento racional– para decir lo que dicen sobre las cosas.
Además, todos, dogmáticos y escépticos, apoyándose en sus buenas razones, se adhieren a aquello que sostienen. No obstante, son diferentes, al menos, en dos sentidos, interrelacionados, que en absoluto carecen de importancia. El primer sentido tiene que ver con la consideración de las buenas razones; mientras los dogmáticos las consideran infalibles, los escépticos las entienden como falibles. El segundo, que es una consecuencia del primero, se refiere a la consideración que se hace de aquello que se dice de las cosas. Los dogmáticos, con sus buenas razones, y convencidos de que estas no pueden fallar, se muestran seguros de que eso que dicen es lo verdadero, y lo afirman. Sin embargo, los escépticos, pese a contar también con buenas razones, que bien pudieran ser las mismas que las de los dogmáticos, no se atreven a tanto. Su consideración de la falibilidad de las razones, por buenas que sean, les impide afirmar lo que dicen: estar seguros de que lo que dicen se corresponde con la realidad. Ciertamente, las buenas razones les llevarían a defender lo que sostienen, pero no a dar por cierto que eso sea verdadero. A lo más que llegan es a pensar que lo que dicen sea probable, o sea, probablemente verdadero. Pero, en última instancia, no afirman ni niegan nada, a diferencia de los dogmáticos, sino que, cautelosos, conservan alguna duda, por pequeña que sea, conscientes de las limitaciones cognoscitivas del ser humano. Con todo, en el vivir cotidiano la duda no los paraliza, pues no son necios, y se comportan como los dogmáticos, solo que se abstienen de emitir juicios sobre la naturaleza de las cosas, lo que hace que de alguna manera se libren de la inquietud, fuente de tantos sufrimientos.
De esta manera, son los escépticos, y no los dogmáticos, los que mejor encarnan la filosofía, que, más que un saber, es una actitud consistente en no dar nada por verdadero definitivamente, porque siempre cabe la posibilidad del error, por muchas y muy buenas que sean las razones que nos asistan. Pues, reconocer que, aun contando con las mejores razones, podemos estar equivocados y que es posible que no sepamos lo que creemos saber, en fin, reconocer nuestra ignorancia, es la marca de la filosofía; una marca que se puede ver en Sócrates, sobre todo en el Sócrates de los primeros diálogos de Platón, en particular en la Apología.






