Aidan Mcnamara
Sábado, 27 de Marzo de 2021

Las fronteras de la educación defectuosa

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Lo único que me fastidia de la vida es que hay demasiada. Para abordar. El tiempo, la historia; el espacio, la geografía... por no hablar de la cosmología cambiante.  Lo familiar es importante- es tu única base- y lo desconocido, además de ser tal vez más emocionante, a menudo modifica lo que has dado por controlado. Cuesta ver lo familiar desde la perspectiva del invitado y, sin embargo, identificar lo desconocido es problemático si no lo conoces.

 

Y lo cómico es que justo cuando crees que tienes tablas en un campo definido te das cuenta de que apenas has tocado las fronteras: van galopando delante de tus narices salpicándote con nuevas ignorancias.

 

Los lectores habituales (17) de mis columnas sabrán que soy un aficionado empedernido de los viajes virtuales gracias a Google Street View, y mucho antes del confinamiento. Y ahora con el virus, como no salgo por placer, viajo por curiosidad. El único dilema es que si debo repas(e)ar lo lindo o lanzarme a descubrir lo exótico.

 

El morbo de los viajes virtuales es que puedes hacer ambas cosas, es decir, puedes cambiar de opinión o capricho sin frustraciones económicas, y lo bueno es que no tienes que hablar con nadie. Si quieres descansar puedes encontrar un bar con platos excelentes y con el televisor apagado: tu propia casa. Y la ventaja de vivir en España es que mientras las cocinas de los demás países puedan estimular el apetito, no van a provocar la envidia.

 

Estos días he andado aclarando muchas dudas. La red te ayuda a arreglar los baches de tus estudios y, por supuesto, algunas de esas inquietudes son agujeros negros extensísimos.

 

Un día estuve en Manila por la mañana y por la tarde acabé en Irlanda tras enterarme de que el antiguo nombre del condado de Offaly (la isla tiene 32 condados) era King’s County… bueno, el dato sí lo sabía, pero no había percatado de que el King fuera Felipe ll de España cuando era esposo y rey consorte de María l de Inglaterra durante los años 1554 a 1558. O igual había pirado aquel día o mi profesor era protestante tránsfuga- que sería la única manera de conseguir un trabajo en mi Alma mater secundaria en los años setenta del siglo XX.

 

Para sobreponerme de mi inocencia – siempre lo hago para evitar tirar la toalla en cuanto a esta asignatura pendiente permanente que llamo Vida, la película – me busqué una tarea de las fáciles.

 

Tengo una libreta que se llama Efemérides que no dejan de avergonzarme por no saber, y la tiré contra la gravedad para esperar la elección aleatoria de una manzana no mordida: se abrió en la ese. Examiné la página. Vi la siguiente pregunta: ¿Pero por qué Schengen?

 

Y me fui. Y para mi gran deleite descubrí que había estado en persona a diez kilómetros de este pueblo en el año 1988 en otro lugar de Luxemburgo llamado Mondorf-les-Bains. Claro la palabra Schengen no cobra su fuerza metonímica hasta el año 1995 cuando el Acuerdo sobre el espacio libre (de aduanas) entra en vigor.

 

Ahora, su encanto no metafísico (como diría Rajoy o posiblemente no, depende) está a la vista. Tiene un castillo y una ruta de vinos. Llegas al puente que cruza el río Mosela y justo antes de cruzar ves un letrero que te ofrece Francia o Alemania a dos kilómetros. Para mí, isleño sin vocación, esto sigue siendo tan mágico como la primera vez que fui a Portugal desde Tui a pie.

 

Ahora bien, el acta no es un pasaporte por mucho que este no te haga falta. Y las listas cerradas ignoran que incluso la democracia tiene algo en común con los sistemas de gobernanza más primitivos: es un viaje con nombres y apellidos. Pero la historia me prepara para las decepciones y la falta de honor: tras siglos luchando contra los moros Juan Carlos l acaba en El Estado de los Emiratos Árabes Unidos. A que cantó.

 

 

 

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