Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 03 de Abril de 2021

Michi Panero. Su último escrito

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La situación actual que se vive en el mundo de miedos, hospitales, dolencias crónicas, semi-crónicas, la labor de los sanitarios, las aprensiones de los enfermos, la incesante información y desinformación de la pandemia con datos y más datos, cifras y más cifras, alarmas, ansiedades, temores, angustias…, me ha hecho recordar, de pronto, el último artículo que Michi me dictó para la revista en la que colaboraba.

 

Estamos en el Molino. Hace ya diecisiete años.  Después de comer, cosas blandas naturalmente porque ni su paladar ni su no dentadura le permiten otra cosa, habitualmente Michi se tumba en mi cama. Nos tumbamos. No es para dormir sino para descansar. Es un momento muy agradable de relax que aprovechamos los dos para hacer revival y contarnos cosas de nuestros espacios de vida en blanco desde los tiernos años de juventud.

 

Hoy Michi está preocupado porque debería escribir su articulito para la revista que le proporciona algún dinero, poco, pero para él es mucho porque tiene menos que poco, pero no tiene ganas de pensar y no acaba de ocurrírsele nada sobre lo que escribir.

 

Yo le hago de escribiente. Él me dicta y yo traslado sus palabras al ordenador. Hoy le cuesta arrancar pero de pronto me dice “escribe” y como si de repente se le hubiera puesto en marcha un resorte inspirador empieza a desarrollar y ya no para, todo de seguido, como si lo tuviera aprendido.

 

En un golpe de inspiración, como si un relámpago le hubiera iluminado, lanza el título del artículo: La enfermedad perpetua y, a partir de esa decisión, comienza a destrabar su pensamiento empujando las palabras con una fluidez asombrosa.

 

“Años de ver torpes dibujos de la medicina, hospitales centrales, tragedias íntimas de los conductores de ambulancias, bienaventurados consejos de Ramón Sánchez Ocaña, pasillos de ficción atestados de enfermos quejumbrosos que desaparecían con el mando a distancia, y ahora de improviso ha vuelto de nuevo, viejo conocido y nunca amigo, a presentarse el dolor, y no me vale de nada cambiar de canal: el dolor físico, por muy banal que sea no admite ni siguiera cortes publicitarios, anuncios rebosantes de alegría y bienestar, fábulas que con sólo diez minutos en una sala de espera de cualquier centro sanitario quedan desenfocadas, grotescas.

 

Y en mi cabeza vuelvo a escuchar los ecos de otras voces de bata blanca, los quejidos del compañero de habitación que ha tenido una mala caída, el inconfundible aroma de la sanidad pública. A veces, desearía que toda la vida fuese una larga serie interminable con pacientes que sanan vertiginosamente, risueñas enfermeras de resplandeciente dentadura que reparten fármacos como quien reparte flores en una comedia musical. La televisión pierde el poco sentido que tenía cuando ves el auténtico dolor, el miedo.

 

Con demasiada facilidad me han pasado los últimos diez años en una vertiginosa puerta giratoria, entrando y saliendo, repitiendo la mala aprendida lección de mi voluminosa historia médica, mi tenacidad para seguir conservando cierto sentido del humor, aunque sea entre algodones. Tantas veces he visto despeñarse al coyote del seguidor de correcaminos que se ha convertido en una figura emblemática, mi otro yo televisivo. Estoy malamente acostumbrado a ser considerado un objeto de estudio médico-científico.

 

La vida hace ya mucho que dejó de ser rosa para mí, ahora es una reiterada enfermedad moral, un mal hábito tan tonto como el no perderme los concursos de televisión o hacer caso del hombre del tiempo.

 

Debería escribir mis memorias. Las memorias amnésicas de un crítico de tv que se siente animal de laboratorio, conejo sin ninguna suerte.

 

Un amigo mío psicoanalista, y como no argentino, decía que todas las enfermedades del cuerpo tienen su origen en la mente, yo pienso, por el contrario, que su punto de partida es el televisor.”

 

No sé si este articulo lo llegó a mandar a la revista en cuestión lo que sí pasó es que el repaso puntilloso, lúcido y agudo que hizo de los penosos últimos años de su vida le quedó muy relajado, como si hubiera expulsado a los demonios de la salud en una bocanada de palabras hiladas.

 

No, entonces no había covid19 pero a él le atacó otro tipo de virus que le tuvo y retuvo en los hospitales y acabó con su resistencia, el virus del peso social de la vida.

 

O témpora o mores

 

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