Esteban Carro Celada
Sábado, 03 de Abril de 2021

El Bierzo a son de jota de vendimiadores (I) (Sobre vinos bercianos)

[Img #53459]

 

 

Al vino del Bierzo habrá que rescatarlo del alcorato de los taifas, al que le empujó Luis An­tonio de la Vega.

 

Casi era el mismo Baco, con pámpanos velazqueños, quien me lo decía yendo de Carracedelo a Camponaraya. Era un berciano. de tronía, con arrugas áureas de Las Médulas en la rastrojera de su rostro.

 

Terció el viento gallego y la sirena, helénica de cintura para arriba, cartaginesa hacia abajo, que vi­no desde el Sil y trasplantó desde la orilla mediterránea el albariño hasta Cambados, nos decía, siem­pre cantando:

 

Los vinos del Bierzo tiran más hacia Galicia. Si los hubieras bebido en Pieros, dejando las tazas man­chadas, verías que es buen sustituto del Ribeiro, por­que también 'chora'.

 

Pero uno, que guarda en sí mismo la voz de lo me­jor, piensa que el Bierzo está a la jineta de Castilla y de Galicia, a horcajadas de la mano ancha de la meseta y de las bulbosas serenidades de las colinas. Y aquí se da un vino diferente, que tiene raíces lar­guísimas en el manantial de los siglos.

 

 

[Img #53456]

 

 

Cuando en una taberna de Ponferrada, con bande­rola blanca, se vende vino berciano, único, clarete, se perciben como cabellos sin fin, no sé si dulcísimos o picantes, los sabores de sus cepas; por ejemplo el sabor impalpable de la 'tinta aragonesa', como el que probé una mañana en que, desde lejos, se presentía el tambor de la tormenta; Alicante trae a la cepa del Bierzo su rumor mediterráneo; Mencía aporta su toca negra y su nombre de romance fronterizo; la Garnacha, su óvalo de dama del Greco; y el Godello, su áspera agudeza: es una uva, casi puntiaguda al paladar, como el isósceles pero ya hecho vino.

 

Con el cortejo de estas y otras uvas se presenta la primicia de los vinos bercianos, que tienen linaje, al­curnia. sol, escudo, temperatura, tierra y graduación.

 

 

EN EL ESTILO TRASHUMANTE DE BEBER

 

Tintos, blancos y claretes dan tono a la amistad. Con vino de Arganza se sellan pactos y sirven, casi como firma, al pie de las escrituras; buen vino el de San Andrés de Montejos para trabajadores del terru­ño; al de Villaverde no se le puede echar agua, por­que es un pecado contra el 'buen beber', que diría Baltasar de Alcázar. Nunca es peleón, hasta es bue­no para mujeres, degustar el de Santibáñez; el de Los Barrios se bebe en estilo trashumante por los mostrado­res de los zocos húmedos y cantando su garganta resquebrajada, el color de ojo de gallo; también vinos de Hervededo, rosados, de ojo de perdiz —ojo a los 13 grados— moldean formas de espíritu integrador, bipolos de confraternidad gaseosa y densa; con vinos de La Válgoma se anda mejor en la cabalgadura de la vista, la prosa de González Alegre, vino con tem­blor, acústico y despierto, con doble oreja: bondad como la tierra, y fortalecido esfuerzo, como el torreón de Corullón.

 

Aún se beben vinos de garrote —erguidos de cue­llo—- nunca ásperos ni acerbos, porque la altura es templada como el sol, en los Barrios; en Villar, por ejemplo, con vigas de Villalibre, vino estrujado en cinco toneladas, al torniquete.

 

Los vinos del Bierzo ¿son suaves, secos, aterciope­lados, aceitosos? ¿Qué aroma tienen? ¿Es simplemen­te perfume o bouquet? ¿Son vinos musculosos los de Viilafranca, los de Bembibre y Ponferrada, con cuer­po torpe doncel o nervioso? ¿Es que no entran por el paladar como caballos domados, como breves huraca­nes, sin ritmos de álgebra?

 

 

[Img #53454]

 

 

EL VINO COMO LOS SACRAMENTOS

 

Yo no sé si Plinio sería buen catador de caldos en su Villa de Bérgido, la de Flavio. Tampoco sé si serán ciertas las referencias de mi amigo D. Adelino Yebra sobre las corambres, en que, desde Los Barrios, lle­vaban vino para los esclavos de las minas de oro. Lo que sí conozco es que, desde Grecia, los romanos im­portaron el viñedo, desde la gracia de Grecia. Y así buen vino del Bierzo bebió Octavio en la guerra de los Cántabros. Era un vino augusto, astúrico, dionisíaco, berciano. Podría ser vino de Los Barrios y de San Lorenzo. Cepas traídas de la isla de Chío o de Grotaferrata, por Columela. Caldos que luego bebieron los legionarios del Bernesga.

 

De todas maneras el vino del Bierzo es sacramen­tal. Sobre la colación de los monjes de Compludo se gustaba un vinillo regando pan del bajo imperio o de tiempos visigóticos. Vinos que viajaron desde el Bier­zo hasta Braga —la sensacional viña de Montelios— y luego a Oporto.

 

El vino hay que pedirlo como los sacramentos, cuando se apetecen. Es libre. Y el Bierzo tiene vinos para todos los sacramentos. Si hasta lo decía Ramón María del Valle-Inclán, que de paso desde Caramiñas a los figones de sus esperpentos, se quedaba extasiado ante los viñedos del Bierzo. Y con su hueco brazo de tela al hombro se bajaba desde el tren a la can­tina de la estación.

 

—Echa vino, que lo paga Valle-Inclán.

 

Y es tan sacramental nuestro vino que resucita a los muertos.

 

Alhaquen II descepó Córdoba y primero los mo­zárabes de Peñalba, también los de Otero de Bizbayc o los de Santo Tomás de las Ollas a la vez que geo­metría del círculo —herraduras de sus arcos— trans­portaron cepas cordobesas, regadas de suras coráni­cas y de poemas arábigo-andaluces.

 

Sobre los vinos del Bierzo podrían recaer algunos poemas de Almotamid, el rey sevillano. Repobladores del Sur, trajeron nuevos esquejes para continuar la tradición, reanudada ya en el Conde Gatón.

 

Cuando Gelmírez vino a Cacabelos a bendecir su iglesia románica, sostenían la mesa del arzobispo de Santiago vinos del Bierzo. Y con ellos pensó, quizá, cómo crear el vuelo matinal de su escuadra maríti­ma. Hasta Gelmírez, en su comedor santiaguista, lle­gaba el vino de Cacabelos cuando se perdía la cose­cha del Ribeiro.

 

 

[Img #53455]

 

 

HASTA LA JUGLARESA BESTEIRO

 

Desde Borgoña, desde el Rhin, los cluniacenses traían a León y a Galicia cepas europeas. Y los mon­jes benitos se instalaron en Clunia de Villafranca y en lugares pintorescos y recogidos del Bierzo, plantan­do aquí sus viñas. Los yernos del rey eran borgoñeses, también.

 

El vino berciano comenzó a hablar en lengua de Pantagruel y de Gargantúa, aún no rabelaisiano, casi en el ciclo carolingio. Pronto madrugó su expontaneidad y alegró mañanas con cantigas, hasta las de la misma juglaresa Besteiro que también bebía cuan­do iba al Sahagún del románico de ladrillo. Luego el Señor Bembibre. El vino de Arganza aún conserva, a veces, el tacto de labios de Beatriz. A través de los viñedos asombrosos del Bierzo en sombra, pasaba Ál­varo de punta a punta tropezando racimos, olis­queando las bodegas. Y Enrique Gil maneja su prosa paisajística, la menos engolada, para decir la mara­villa de los alcores bercianos coronados de pámpanos primaverales y sarmientos otoñales. Nunca se pareció tanto el Bierzo a cuadros de Patinir como cuando lo describe Azorín, bajo la sensibilidad de Gil y Carras­co.

 

Esta de los viñedos gil-y-carrasqueños era ya plan­ta del país. Ni más ni menos que la que se perdió en la filoxera del principio de la Restauración. Una plan­ta alfonsina, como luego será regente y canovista. Pe­ro es igual, porque la tierra de cada pueblo le da sus manantiales sagrados de la uva. Y la uva luego fer­menta, como una galerna, en el océano cóncavo y mis­terioso de las cubas, de las tinajas, en forma de pi­rámide inca.

 

Desde San Esteban de Valdueza pasaron cepas bercianas al perulero virreinato. Ahora, con los años, aquel vino berciano sabe a vainilla y quizá a fram­buesa. O quizá tenga un sabor terco como la arro­gancia de la Peña en medio de dos valles, o fresco como cuando nieva en el Campo de las Danzas, o se enciende en las venas como una herrería.

 

 

[Img #53457]

 

 

SAN MARTIN SE APEA EN VALDEMIRO

 

Vinos de Los Barrios también hicieron la Américas. Eran caldos con uvas escogidas en la Calabaza, entre­sacadas del Campo dé Molina, transportadas desde el Castaño, desde la Vega de San Lázaro; cepas del Pontín y de Entredoscastros que un día salieron para el Paraguay o quizá el Uruguay en época de Charlestón. No se marearon al pasar la mar Océana, ni los trópicos porque estos vinos tienen aguante, fuer­za de voluntad y empalidece el oro cuando ellos se enjoyan. Y la sangre, cualquier sangre, parece agua cuando sacados con “conca" se venencian en la bo­dega.

 

Cuando San Martín, con su capa de noviembre so­bre las ancas de su caballejo, llega a Valdemiro, lo primero que hace es ir a la rebusca; cuando San Martín, otoñecido, pasa Escontrillo y llega a San Lo­renzo, después de visitar el valle de la Calabaza y el de Escaribo, se apea luego con su mendicante capa y va a ver cómo tapan las cubas en 'Cepas del Bier­zo'’ y cómo guardan el mosquito.

 

Como a Berceo, le dan un vaso de bon vino.

 

Bien sabe San Martín lo que es bueno y es mejor. Cuando emprende su carrera de vuelta a las nubes, lleva un frasco de vino para el Arcipreste de Hita que está allá junto a los riojanos clérigos de la “glo­riosa”.

 

 

[Img #53458]

 

 

UN TRAGO DE VINO ES UNA OPERACION MUY SERIA

 

Por algo echar un trago de vino de Los Barrios es una operación muy seria, luciente como el ámbar, fogueada como el crepúsculo.

 

El vino surge como consecuencia de un largo pro­ceso. Y éste se hace a conciencia en Los Barrios.

 

He visto mullir en la Calabaza, desaparcar en Vaidemiro, vinar en Crudo Portillo, podar en Valdebranedo, desyemar en la Sedilla, despampanar en todo el abrazo de tierra que va del Boeza hasta el Oza y ésto es una garantía de calidad, junta con la tierra alimentada también de escudos.

 

Ya lo asegura la cancioncilla:

 

"Para bailar, San Lorenzo;

para buen vino, Los Barrios,

y para chicas bonitas,                                                  •

viva Toral de Merayo.”

 

De Los Barrios a San Lorenzo baila el vino su ga­rrotín, y las mozas. Alguien dijo que el vino huele a mujer morena. ¡Puede ser, sobre todo en este rin­cón casi ponferradino, o templario a enteras!

 

Me sale al encuentro un viejo capellán de Las Ca­rralas. Yo no sé si es un fantasmón negro o un vivo terriblemente blanquecino. Lo que me sobrecogió fue esto: Nuestro escudo de armas contiene dos cubas. ¡Qué buenos bebedores hay en el Bierzo para llevar a la heráldica su vino! Y es que el vino de Los Ba­rrios es blasón, mucho más allá de mil kilómetros a su redonda. ¿Sabe usted —me sugiere— que este vino "se escurre como un cirio”?.

 

Yo conocía la fuerza sacramental del vino, había recolectado dichos de los ‘Proverbios’, sabía que eran cuatro las parábolas en que Cristo alude al vino, recité alguna vez sentencias vinícolas del Eclesiastés, a tresbolillo como las cepas de Almázcara, sabía que el agua fue mejorada en vino, que el vino fue transustanciado en Cuerpo de Cristo, pero desco­nocía que el vino de los Barrios "se escurriese como un cirio”.

 

—Qué gran cosa, la verdad.

 

 

[Img #53460]

 

 

BUEN VINO PARA MAJADORES DE PORRO

 

Del Bierzo era, quizá del Valcárcel, el vino que en la misa del santo ‘grial’ del Cebrero se hizo carne patente a los ojos de aquel cura descreyente y del buen creído vecino de la Faba.

 

En calabaza jacobea, santiaguista, me dio sorbos de vino veraniego mi abuelo José en la casa vieja de Albares de la Ribera. Y mi abuela Catalina, aún sólo hace cinco años, recogía vinos de la Gándara, en el camino de Perros, cerca de la Huerta Grande-Palo­mar.

 

—Buen vino para los majadores de porro, asegura­ba mi abuelo, bebiendo a gargallo caldos del Boeza, bajo su visera, príncipe de gales, dibujándosele la nuez como un timón normando.

 

 

LA HIJA DE LA EMBAJADORA

 

Aquí en Albares los napoleoncetes y pepebotellistas destruyeron cubas de pino berciano, junto a la ‘reguera’, pero en los Barrios los soldados de la fran­cesada sacaban la esencia del vino de las cubas.

 

—Y eso es un crimen.

 

Y con todo es posible en Los Barrios, también lo es que de una de sus casas salga una mujer con miri­ñaque y ajorcas que tintinean en sus muñecas.

 

—Es la hija de un ex-embajador de España, que va a ver al general francés.

 

Damas con colores en el rostro de cartón goyesco —colores para tapices vendimiadores del Buen Retiro—, comentaban entre visillos:

 

—Lo conseguirá.

 

Cómo no iba a conseguirlo, si ella había bailado con el General en las Tullerías, al lado de María An tonieta, y se habían visto alguna vez, juntos, en la fronda de ‘wateau’ en Versalles.

 

El general -cruces y medallas aparte, en el pecho mariscal- era galante caballero: -Ejércitos hacia Astorga, ordenó el general.  

 

Y para proteger el vino tatarabuelo, trasañejo de Los Barrios, se fueron los franceses.

 

Desde entonces el vino se hizo mejor en la paz de las campiñas, en el ambiente fresco de las bodegas resonantes como la conciencia.

 

Uno sabe por los libros de la Lonja que el cántaro de vino en Villar, la Lomba y en San Lorenzo valía a maravedí.

 

— ¡Qué maravedí tan bien empleado si el tintillo se acompañaba de jamón de Peñalba. Con Carlos III, el cántaro de Los Barrios valía cuatro tarjetas y una peseta en la época francesa del general galante.

 

(CONTINUARÁ)

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.