Catalina Tamayo
Sábado, 10 de Abril de 2021

No me juzguéis

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“No podemos juzgar la vida de los demás, porque cada uno sabe de su propio dolor y de su propia renuncia” (Paulo Coehlo)

 

 

Por favor, no me juzguéis; sobre todo, no me juzguéis con esa severidad. Pero si queréis hacerlo, si os empeñáis, al menos, antes, poneos en mis zapatos; ahí están, calzadlos y caminad. Notad el roce de sus costuras. Caminad por los caminos por los que yo he caminado. Soportad la incomodidad de caminar con las piedrecitas que se van colando en ellos durante una larga jornada. Perdeos por esas veredas por las que yo también me he perdido.

 

Atreveos a entrar en este bosque; escuchad sus sonidos, pasad bajo sus turbias y largas sombras; advertid la mirada oculta de los fantasmas que lo habitan; dad cabida en vuestro interior a todo su misterio, y aguantadlo. Dormid al raso, solos, sin otro amparo que el cielo. Sentid el frío de las estrellas. Dejad atrás el bosque y vadead ese río que desciende, soberbio, embravecido, brutal, de las montañas heladas, donde se cierra el horizonte.

 

Ascended aquella montaña. Ascendedla, con viento, con lluvia, con rayos y truenos, con granizo, con nieve, con todo en contra. Asomaos a esos abismos a los que yo me he asomado, y sentid el vértigo, el mareo que causa la profundidad, lo que no tiene retorno. Volved al llano, a las praderas, a los cielos limpios y al tiempo amoroso, al sol tibio, y, cuando parezca que las cosas van bien, que van sobre ruedas, cuando menos lo esperéis, sí, cuando todo parece coser y cantar, tropezad, como yo, en una piedra. En la misma piedra que yo tropecé; tropezad una y otra vez en esa misma piedra. Caeros. Morded el polvo. Arrastraos. Y ahora levantaos. Sí, levantaos, y seguid hacia adelante.

 

Después, echaos a la mar, y navegad por la inmensidad de los océanos; padeced el azote de las tempestades, que en alta mar no faltarán, y cuando la nave zozobre, sentid el corazón, enloquecido, en las sienes, como si fuera a reventar. Y cumpliéndose los peores pronósticos, naufragad. Quedaos a la deriva, agarrados a una tabla en medio del mar, a merced de las olas, casi sin esperanza. Veos, finalmente, varados en la playa, en una playa lejana, solitaria, extraña, que jamás habíais imaginado; veos desnortados, sin saber qué hacer, qué sendero tomar, a quién acudir. Después de este periplo, cuando hayáis pasado por todo esto, por todo esto que yo he pasado, sentaos y descalzaos. Descansad, relajaos. Entonces, y solo entonces, podréis juzgarme; juzgarme con dureza si así os place, que yo escucharé vuestro juicio, aunque me duela.

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