Pilar Blanco
Sábado, 10 de Abril de 2021

Que por la inteligencia vayan todos los que ya las olvidan, a las cosas

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Yo no sé en qué momento se empezó a estropear. Quizás fueron los excesos durante ‘la movida’, que si se llevaron a muchos con un golpe de hacha rápido e implacable, también han producido, más lentamente y de forma sibilina, desconexiones cerebrales en algunos de los supervivientes, bien porque eran más jóvenes o bien porque ‘controlaban’ lo que se metían, por no descartar una mejor genética: ¿quién no ha tenido un bisabuelo que se fumaba cuatro cajetillas de Celtas sin filtro al día y llegó a los cien años sano como un lacón con séquito de humo y grelos?

 

El caso es que los sesentones de la farándula andan tan desbocados y parleros que no hay semana en que no se descuelgue alguno en los medios, con sus títulos de experto en virología, epidemiología y nanorrobótica por la Jean Charles Premier de Harvaravaca, pontificando sobre conspiraciones y vacunas que tan pronto exterminan a la humanidad sobrante (que sería la mayor parte, no nos engañemos) como la convierten en recua de replicantes sometidos al dictado de los poderosos, cosa que antes no, qué va, todos libres, independientes y con el razonamiento exquisito de un híbrido de Descartes y Hanna Arendt. ¡Como si no lleváramos décadas opositando a ese estatus ante televisores, ordenadores, tertulias, retuits o reenvíos guasaperos (ahora telegrameros) y además de mil amores! Basta con que se le ponga al aparatejo que manejamos con frenesí de yonquis el apellido de ‘inteligente’ para que se esfume cualquier recelo, dejemos de ver los hilos que nos amarionetan y hasta los abracemos con impudicia, tal vez porque resulta cómodo delegar tareas y responsabilidades en los objetos que terminarán por sustituirnos como especie dominante del planeta. Ellos o las cucarachas, ¡menuda alternativa!

 

El caso es que nos sentimos parte del progreso de la Humanidad cuando usamos relojes ‘inteligentes’, barresuelos ‘inteligentes’, televisores, coches, tostadoras, teléfonos, aplicaciones tan ‘inteligentes’ que condicionan, predicen y dan cuenta de nuestros hábitos de vida y de consumo, el historial clínico, los gustos sexuales, las aficiones, perversiones y carencias para que en Oklahoma City o Hong-Kong estén al tanto de quién es José Aniano Pérez Álvarez, alias algoritmo XXXBRRRdddddd56++++, lo que opina, de qué pies cojea, cuántas veces al mes encarga comida a domicilio y qué chisme le pueden vender porque seguro que traga. Inteligentemente.

 

Pues solo de inteligencias preclaras y terraplanistas puede proceder la idea de que con la vacuna contra la COVID19 van a controlarnos la mente, meticulosamente vaciada mucho antes de la pandémica irrupción sin que nadie reaccionara con tanto aspaviento  y repercusión mediática salvo, quizás, algún profesor obsoleto y sin flow gamificador. ¡Con lo fácil que hubiera sido, y sin despertar suspicacias, añadir el adminículo infernal en cualquier fábrica de carnes ultraprocesadas junto con los azúcares, sales y aditivos adictivos y que nos lo zampásemos con la salchicha de pavo sin pavo; o a los alimentos transgénicos que todos consumimos sin rechistar (¡venga soja sanísima y a arrasar selvas y expoliar ecosistemas!), o en los herbicidas con que Bayer y Monsanto impregnan lo que nos llevamos a la boca y acumularemos después en nuestros órganos, nido ideal para todo chip que se precie! O, por qué no,  en los videojuegos que sujetan a niños y adolescentes a la silla, pálidos como vampiros transilvanos. Incluso en las consignas que nos taladran la duramadre desde las pantallas y los púlpitos. Han tenido tiempo, han tenido medios, han tenido ganas. Pero no, han esperado a montar algo tan complicado y esparaván (se me disculpe el leonesismo) como una pandemia para engañarnos con la dichosa vacuna que ni siquiera es obligatoria. ¡Menudos villanos de ópera bufa! Será porque no los hay reales, temibles y respetadísimos…

 

Puede que ese haya sido el error de los gobiernos que han encargado y subvencionado a las farmacéuticas de todo el mundo las vacunas con las que harán caja a costa nuestra en los próximos lustros, no haberles puesto el marbete milagroso que lima susceptibilidades y anula recelos. ¿Qué negacionista jarto de vino cristianoide o estupefaciente podría resistirse a una ‘vacuna inteligente’? 

 

Aunque resulte menos vistoso, no ocupe programas de televisión ni alimente a gurús gorrones y a avistamarcianos aplicados en la renovación de su chiringuito para pánfilos, este es un momento inmejorable para exigir la liberación de las patentes y dejarse de excusas ¡Con un par de chis!

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