Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 17 de Abril de 2021

La candidata

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¡¡Madrid, y cierra España!!  proclama adaptada de leyenda de la Reconquista que se impone en el proceso electoral abierto en la comunidad capitalina por la fuerzas excluyentes de los sectarismos que tan familiares, a nuestro pesar, resultan. Tierra esta que vuelve a mostrar la odiosa caricatura de las dos Españas que creíamos enterradas, cuando, desgraciadamente, la nueva generación de políticos hace ver y temer que solo estaba hibernada.

 

El elenco de candidatos, con alguna que otra excepción loable, y con la demostración radical en el  ánodo y el cátodo de las ideologías que representan, se explaya en  actitudes y eslóganes bien trufados de radicales disyuntivas sobre antónimos reales o imaginados.

 

Abrió fuego la única candidata que podía forzar la nueva cita de los madrileños con las urnas: la titular de su gobierno, titularidad amparada en una coalición de partidos del flanco derecho, que los vaivenes de la política  y los cálculos en exclusiva lectura electoral enfocaron con transparencia la imagen de matrimonio de circunstancias que no tardó en divorciarse a las malas.

 

La grandeza del liderazgo se ciñó al teorema del oportunismo político, no al grado superior de servicio a una ciudadanía que las está pasando canutas con los daños directos y colaterales, físicos y psíquicos, de una pandemia millonaria en contagios y espejo del caos organizativo de una clase dirigente que, ni en la esperanza de la inoculación de las vacunas, ha sabido transmitir un mensaje de mesura; todo ha sido puro desconcierto y agitación de las brasas de la fatiga pandémica, que se intenta sedar con una vueltecita por el colegio electoral, previa campaña bien rentabilizada con las sinrazones de los extremismos. Si convocar elecciones en una situación así no es sacar peces del río revuelto de las emociones desbocadas, que baje Dios y lo vea

 

Esta candidata, henchida de orgullo, porque las encuestas ratifican su propósito de poder como abuso y no como servicio, es la que ha marcado lindes con una tarjeta de presentación en una lexicografía que llama a la confrontación, y aborta, de paso, cualquier atisbo de llevar al teatro de los asuntos de estado, una emergencia nacional y mundial. Largueza de miras la de esta señora.

 

La gestión de la pandemia en el  territorio que domina la hemos vivido con su particular  visión de la cruel dicotomía entre lo malo y lo peor, es decir una contraposición dañina, a más no poder, de las urgencias sanitarias frente a las  económicas. No tengo dudas de que se ha decantado por las segundas. Mientras los necios europeos y de otras autonomías españolas, algunas de su mismo credo, confinaban en evitación de males mayores y de abrir una rendija a la ansiada normalidad cuanto antes, ella apostaba por terrazas bien nutridas del público que conformará una buena porción de su electorado alimentado en el pan y circo de un tiempo agobiante por la estrechez del ocio. Mullidora del remedo catalán de los botiflers, se enseñorea de un liderazgo de clase pequeño burguesa con la que ascender por la escala del poder. Es el relato premonitorio de una ambición con todos los ingredientes para encaramarse a cimas de mando sin cuestionamientos éticos.  

 

Al resol de su continuo victimismo, de su complejo inagotable de persecución  y de la importancia desmedida con la que ha trucado, en una especie de plebiscito nacional, las elecciones en la Comunidad de Madrid, bien parece que está tejiendo a la medida, un nacionalismo de circunstancias condimentado en una visión más emocional que racional de la política, haciendo seguidismo de otras regiones que la han antecedido en el mismo guión, con los resultados que hoy conocemos y padecemos el resto de España. Un Madrid vaciado de su cosmopolitismo, de su sentimiento de capital de nación, que trasciende a sus cotas geográficas, sería una ficha sin escaque en el complicado tablero nacional de sentimientos y paisanajes.

 

No eludo, parece obvio, que no es persona de mi agrado. No va de de siglas. En las suyas reconozco dirigentes muy válidos (en el mismo Madrid hay alguno), dueños de una visión política generosa, dominada por el sentido común que es toda voluntad de diálogo en los asuntos que sobrepasan la estrategia partidista, lejos de los peligrosos atajos de las disyuntivas absolutas por los que tan fácil es despeñarse. Eso que llaman química, me posee respecto a esta persona. Su forma de hablar cortante y distante, con la ofensa a flor de piel preparada en la punta de la lengua, como todo ser en permanente estado de defensiva, sin tregua a la comprensión ajena. Miro, y no veo, cara de persona fiable; sí percibo la iracundia contenida que delata una arteria carótida inflamada a la menor contrariedad. Es una intuición, claro, pero al modo y manera que la describió la escritora estadounidense Cynthia Ozick: dos cosas permanecen irrecuperables: el tiempo y una primera impresión. Aunque es de admitir que la segunda tiene la obligación de ser más moldeable.

 

Madrid ya sufre una (pre)campaña electoral, más de pelea clandestina de perros pit-bull, que de mítines con su lógica pasión. La candidata aquí descrita tiene visibles reversos de moneda. Alguno será motivo central del próximo artículo.

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