Palabras y silencio para recordar en Astorga el 90º aniversario de la proclamación de la segunda república
![[Img #53622]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2021/2106_20210417_120622.jpg)
En el muro oeste del cementerio de Astorga, donde se encuentra el monumento-osario con la placa de los 40 nombres de los 'paseados' durante la Guerra Civil, se ha celebrado este sábado el acto organizado por el Ateneo Republicano en memoria de las personas represaliadas por defender la república proclamada el 14 de abril hace 90 años.
En el acto ondearon banderas tricolores, un solo de trompeta interpretó el himno de Riego, la escritora leyó uno de sus poemas escuchado en un silencia conmocionado por lo que significa este 'paredón' que representa la fosa común de los desaparecidos.
![[Img #53621]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2021/987_20210417_120502.jpg)
![[Img #53618]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2021/689_20210417_121837.jpg)
Abría el acto la concejala de Igualdad, Chayo Roig, con las palabras de bienvenida a la República de la escritora María Zambrano aquel 14 de abril: "El cielo de abril dejaba caer su dulzura blanca, azul y blanca hasta tocar transfigurado a la multitud. La luz era también de mil reflejos, en un blanco único toda la infinitud que hay en el blanco. En la blancura destacándose, perifilándonse en el cielo. Alta, alta, ondeaba la bandera republicana, ahora ya del todo desplegada. y mirándola, fijó los ojos en el reloj de la torre. Eran las seis y veinte. Las seis y veinte de la tarde de un amrtes 14 de abril de 1931".
![[Img #53620]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2021/3981_20210417_120701.jpg)
La joven historiadora Beatriz García Prieto ensalzó la república de los intelectuales, de los maestros y mujeres, de los trabajadores y de la libertad, para dar paso a continuación a la intervención del investigador Miguel García Bañales, el militar gallego que ha buscado en archivos y en el contacto directo con las familias los nombres y vidas de los fusilados en los muros del cementerio y en otros puntos de los montes y cunetas de nuestras comarcas. Bañales, siempre agradecido, recordó, entre otros, al maestro Gerardo: "14 de abril de 1931, la alegría en las calles se desbordaba, pero él pisaba el suelo, el futuro no se hacía con palabras, la vida le enseñó que la vida se construye con los hechos (...). El maestro era aquel que yo contaba que lloraba cuado los niños lo abrazaban y lo quería como si fuera un padre el día que se cerraba el comedor infantil que él dirigía. Sí, aquel que llegó a Astorg desde Asturias en 1922 y que soplaba y lo inundaba todo de brisas de libertad, igualdad y justicia, de preocupación la infancia, en especial los niños del hospicio".
![[Img #53619]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2021/2412_20210417_121249.jpg)
El momento más intenso de la celebración lo ponía la escritora Sol Gómez Arteaga, nieta de José Gómez Chamorro, de Valderas, que como en alguna ocasión ha recordado, a finales de julio de 1936 lo sacaron de la panadería, lo metieron en una camioneta y los trajeron al cuartel de Astorga, siendo fusilado el 9 de octubre de 1936 en el cementerio de Astorga junto a otros cuatro compañeros. Sol Gómez leyó este poema titulado 'Mujeres rojas':
(A mi abuela Sotera Carriedo Ortega, que entre otros méritos supo mantener intacta la memoria de su marido asesinado el 9 de octubre de 1936 en las tapias del cementerio de Astorga).
Tuvimos mala estrella las mujeres rojas,
madres de los hijos huérfanos.
Soportamos
como pudimos,
la desgracia de quedarnos solas
en un lecho que fue tumba
a partir de aquel dieciocho de julio,
catorce de agosto, día que le dicen de la Virgen,
o nueve de octubre
de un año
mil novecientos treinta y seis,
atravesado por el odio.
Sobrevivimos a duras y a penas la cárcel,
el hambre,
el ricino,
el oprobio,
la vejación,
la intemperie,
la derrota vitalicia, perpetua.
Cobijamos en el seno el cantero de pan robado al amo
-qué digo robar, hoy sé que era nuestro-,
que repartimos, tú un pellizco, tú otro, tú otro más
entre una recua de críos
famélicos de hambre y sed y afecto.
Bruñimos el pomo de latón de la casa ajena,
y de rodillas, como quien cumple una penitencia,
dimos de mazarrón las baldosas de los zaguanes,
acarreamos agua de los caños,
vendimos la caza furtiva a la mujer del boticario y el pañero,
cavamos la tierra,
arrancamos la vid
cultivamos hortalizas,
estraperlamos con tocino pegado al cuerpo en vagones de tercera,
trabajamos, sí, hasta dejar la mitad de nuestro cuerpo en el campo, la fábrica, la mina,
la otra en el hogar deshecho.
Escribimos cartas de amor y viento en noches oscuras, sin luna,
pues no sabíamos escribir ni leer, no nos enseñaron,
cartas de clemencia y súplica.
Y nuestros hijos nos leyeron una y otra vez, insaciablemente,
en cuartos sin ventana a media tarde,
aquellas otras cartas escritas en capilla
que los muertos,
antes de ser muertos,
nos dejaron en legado:
“Sacas la ropa al aire para que no se apolille”,
“Paga las treinta pesetas que dejé a deber a zutano”,
“No dejes que peguen, nunca dejes que peguen a nuestros hijos”,
“Que aunque no he hecho nada muero inocente”
“Recuerdos a todos de este buen amigo y mártir de la libertad”.
Cantamos nanas tristísimas que hablaban de pájaros cautivos,
de flores arrancadas de cuajo,
de mariposas cazadas con red, luego embalsamadas con primor.
Aprendimos a escuchar en los sonidos que se ocultan
en el rincón más profundo del silencio.
Y que el silencio
ayuda a salvar la vida
pero,
poco a poco,
la ahoga.
Fuimos taquígrafas, maestras, cantineras, taquilleras,
floristas, cupletistas, comediantas,
putas, sirvientas, modistillas,
obreras de fábricas,
amas de casa, -profesiónsuslaboresp’aserviradiosyausteeeeee-,
madres de hijos huérfanos -ya lo he dicho, pero lo repito-,
viudas vitalicias.
Nos despojamos de nuestro cuerpo cuando nos violaron,
aunque el pensamiento siempre quedó intacto.
Peregrinamos erráticas por cementerios
preguntando al enterrador por el nombre
de nuestros muertos: ¿Conoce al abuelo José,
al bisabuelo Andrés, a la hermana Luna?
Sonreímos tristemente
-lo nuestro fue a partir de entonces
una sonrisa
que antes de nacer
se moría de pena en la comisura de los labios-.
Reproducimos, noche tras noche, la caricia perdida,
el beso pre-sentido,
el abrazo.
Soñamos nubes,
peces -su multiplicación y milagro-,
charcos, risas,
panes, palabras,
lunas, yemas,
piel: ternura.
Guardamos, como oro en paño, guardamos,
relojes parados a las seis y diez de la madrugada,
por ejemplo, es un ejemplo,
lapiceros con la punta roma que ya no escribirán más,
cartas, ah de las cartas…
Y aun derrotadas,
vencidas,
cautivas,
desarmadas,
no nos rendimos,
ni olvidamos el tiempo pretérito
en la firme convicción
de que la memoria no es sino amor,
un amor que dura más de lo que dura la vida.
En el muro oeste del cementerio de Astorga, donde se encuentra el monumento-osario con la placa de los 40 nombres de los 'paseados' durante la Guerra Civil, se ha celebrado este sábado el acto organizado por el Ateneo Republicano en memoria de las personas represaliadas por defender la república proclamada el 14 de abril hace 90 años.
En el acto ondearon banderas tricolores, un solo de trompeta interpretó el himno de Riego, la escritora leyó uno de sus poemas escuchado en un silencia conmocionado por lo que significa este 'paredón' que representa la fosa común de los desaparecidos.
Abría el acto la concejala de Igualdad, Chayo Roig, con las palabras de bienvenida a la República de la escritora María Zambrano aquel 14 de abril: "El cielo de abril dejaba caer su dulzura blanca, azul y blanca hasta tocar transfigurado a la multitud. La luz era también de mil reflejos, en un blanco único toda la infinitud que hay en el blanco. En la blancura destacándose, perifilándonse en el cielo. Alta, alta, ondeaba la bandera republicana, ahora ya del todo desplegada. y mirándola, fijó los ojos en el reloj de la torre. Eran las seis y veinte. Las seis y veinte de la tarde de un amrtes 14 de abril de 1931".
La joven historiadora Beatriz García Prieto ensalzó la república de los intelectuales, de los maestros y mujeres, de los trabajadores y de la libertad, para dar paso a continuación a la intervención del investigador Miguel García Bañales, el militar gallego que ha buscado en archivos y en el contacto directo con las familias los nombres y vidas de los fusilados en los muros del cementerio y en otros puntos de los montes y cunetas de nuestras comarcas. Bañales, siempre agradecido, recordó, entre otros, al maestro Gerardo: "14 de abril de 1931, la alegría en las calles se desbordaba, pero él pisaba el suelo, el futuro no se hacía con palabras, la vida le enseñó que la vida se construye con los hechos (...). El maestro era aquel que yo contaba que lloraba cuado los niños lo abrazaban y lo quería como si fuera un padre el día que se cerraba el comedor infantil que él dirigía. Sí, aquel que llegó a Astorg desde Asturias en 1922 y que soplaba y lo inundaba todo de brisas de libertad, igualdad y justicia, de preocupación la infancia, en especial los niños del hospicio".
El momento más intenso de la celebración lo ponía la escritora Sol Gómez Arteaga, nieta de José Gómez Chamorro, de Valderas, que como en alguna ocasión ha recordado, a finales de julio de 1936 lo sacaron de la panadería, lo metieron en una camioneta y los trajeron al cuartel de Astorga, siendo fusilado el 9 de octubre de 1936 en el cementerio de Astorga junto a otros cuatro compañeros. Sol Gómez leyó este poema titulado 'Mujeres rojas':
(A mi abuela Sotera Carriedo Ortega, que entre otros méritos supo mantener intacta la memoria de su marido asesinado el 9 de octubre de 1936 en las tapias del cementerio de Astorga).
Tuvimos mala estrella las mujeres rojas,
madres de los hijos huérfanos.
Soportamos
como pudimos,
la desgracia de quedarnos solas
en un lecho que fue tumba
a partir de aquel dieciocho de julio,
catorce de agosto, día que le dicen de la Virgen,
o nueve de octubre
de un año
mil novecientos treinta y seis,
atravesado por el odio.
Sobrevivimos a duras y a penas la cárcel,
el hambre,
el ricino,
el oprobio,
la vejación,
la intemperie,
la derrota vitalicia, perpetua.
Cobijamos en el seno el cantero de pan robado al amo
-qué digo robar, hoy sé que era nuestro-,
que repartimos, tú un pellizco, tú otro, tú otro más
entre una recua de críos
famélicos de hambre y sed y afecto.
Bruñimos el pomo de latón de la casa ajena,
y de rodillas, como quien cumple una penitencia,
dimos de mazarrón las baldosas de los zaguanes,
acarreamos agua de los caños,
vendimos la caza furtiva a la mujer del boticario y el pañero,
cavamos la tierra,
arrancamos la vid
cultivamos hortalizas,
estraperlamos con tocino pegado al cuerpo en vagones de tercera,
trabajamos, sí, hasta dejar la mitad de nuestro cuerpo en el campo, la fábrica, la mina,
la otra en el hogar deshecho.
Escribimos cartas de amor y viento en noches oscuras, sin luna,
pues no sabíamos escribir ni leer, no nos enseñaron,
cartas de clemencia y súplica.
Y nuestros hijos nos leyeron una y otra vez, insaciablemente,
en cuartos sin ventana a media tarde,
aquellas otras cartas escritas en capilla
que los muertos,
antes de ser muertos,
nos dejaron en legado:
“Sacas la ropa al aire para que no se apolille”,
“Paga las treinta pesetas que dejé a deber a zutano”,
“No dejes que peguen, nunca dejes que peguen a nuestros hijos”,
“Que aunque no he hecho nada muero inocente”
“Recuerdos a todos de este buen amigo y mártir de la libertad”.
Cantamos nanas tristísimas que hablaban de pájaros cautivos,
de flores arrancadas de cuajo,
de mariposas cazadas con red, luego embalsamadas con primor.
Aprendimos a escuchar en los sonidos que se ocultan
en el rincón más profundo del silencio.
Y que el silencio
ayuda a salvar la vida
pero,
poco a poco,
la ahoga.
Fuimos taquígrafas, maestras, cantineras, taquilleras,
floristas, cupletistas, comediantas,
putas, sirvientas, modistillas,
obreras de fábricas,
amas de casa, -profesiónsuslaboresp’aserviradiosyausteeeeee-,
madres de hijos huérfanos -ya lo he dicho, pero lo repito-,
viudas vitalicias.
Nos despojamos de nuestro cuerpo cuando nos violaron,
aunque el pensamiento siempre quedó intacto.
Peregrinamos erráticas por cementerios
preguntando al enterrador por el nombre
de nuestros muertos: ¿Conoce al abuelo José,
al bisabuelo Andrés, a la hermana Luna?
Sonreímos tristemente
-lo nuestro fue a partir de entonces
una sonrisa
que antes de nacer
se moría de pena en la comisura de los labios-.
Reproducimos, noche tras noche, la caricia perdida,
el beso pre-sentido,
el abrazo.
Soñamos nubes,
peces -su multiplicación y milagro-,
charcos, risas,
panes, palabras,
lunas, yemas,
piel: ternura.
Guardamos, como oro en paño, guardamos,
relojes parados a las seis y diez de la madrugada,
por ejemplo, es un ejemplo,
lapiceros con la punta roma que ya no escribirán más,
cartas, ah de las cartas…
Y aun derrotadas,
vencidas,
cautivas,
desarmadas,
no nos rendimos,
ni olvidamos el tiempo pretérito
en la firme convicción
de que la memoria no es sino amor,
un amor que dura más de lo que dura la vida.