Max Alonso
Domingo, 18 de Abril de 2021

El Camino de Santiago, (IX y X)

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HISTORIA DEL FRAILECITO SAN FRANCISCO Y DEL PENDÓN DE CLAVIJO

 

Todavía evoca lo sucedido en Presa Rey, cerca de Astorga. Un paraje con una pequeña presa sobre el río Tuerto. Escribe Esteban Carro Celada que, en una ocasión, vino el Apóstol Santiago y tuvo que partir de allí montado en su caballo blanco. Subió a una roca, picó sus espuelas y el caballo saltó con sus manos caracoleando sobre el abismo para salvar el río y seguir volando a su destino. Apunta que la capa del Apóstol cayó al río y este se secó para que no se mojara.

 

Esta historia los peregrinos en los filandones obligados en las noches, se lo contaban unos a otros y, aunque parezca una leyenda, ellos eran hombres de fe, nada que ver con los descreídos de estos tiempos. Algunos iban a Presa Rey a ver, en lo alto de las rocas, las huellas marcadas por las herraduras del caballo en su salto prodigioso.

 

Cuenta también Esteban Carro Celada, en El Camino de Santiago pasa por Astorga, como un día del año mil trescientos treinta y tantos a las 7 de la mañana acudían feligreses a la Iglesia de San Francisco a la misa por el alma de María Fernández, mujer que fuera de Miguel Martínez, zapatero, que había heredado dos fanegas de pan toledano. Entre ellos venían María y Francisca, criadas del obispo, y también venía Teresa Pérez, que colocaba por la mañana el cabezal de María Fernández.

 

A la puerta de la iglesia había salido a recibirles fray Álvaro, fraile franciscano de San Francisco, a quien por disposición testamentaria le dejaron 50 maravedíes para que se comprara un hábito. Él es el que cuenta que aquel fraile enfermo que pasó por Astorga y reposó hasta sanarse en el hospital de San Esteban, en el año 1216, de lo que hace menos de cien años, era San Francisco de Asís. Cuando no existía el convento en el que se hayan, que él fundó. Iba Francisco camino de Compostela, después de haber salido de Astorga, para postrarse ente el Apóstol. Había enfermado y se vio obligado a permanecer varios días en el hospital de San Esteban.

 

Tras su partida corrió por Astorga que Francisco de Asís, aquel del que tanto se hablaba en aquellos tiempos, se había aposentado en la ciudad, donde yació enfermo. El concejo decidió enviar emisarios para que le busquen antes de que llegue a Santiago. Lo encuentran en Rabanal del Camino y le piden que regrese a la ciudad a fundar un convento. El que sería reconocido como tan gran santo no pudo complacerles y regresar, como con tanto interés le pedían los emisarios, ante la urgencia que tenía por llegar a Compostela. Envió a su acompañante fray Bernardo de Quereval para que lo fundara y lo fundó. En el año 1273 el rey Alfonso X el Sabio, le concedió una extensión de terreno de seis cubos de la muralla. Esta es la leyenda del santo Francisco, concluye Esteban Carro.

 

En San Bartolomé el románico de las peregrinaciones, aparte de su fábrica,  conserva pocos recuerdos en el interior. No así el barroco que se quedó prendido en sus retablos. Todavía Esteban aporta pinceladas en el entorno de la zona urbana, describiendo a ciudadanos de nariz grande y picuda que después de hacer sus oraciones en la sinagoga llegan por la Rúa Nueva: Los describe como entre ellos van algunos míseros estafadores y prestamistas, judíos. De los que hay abundancia en la ciudad como se aprecia  en esta calle tan cercana a San Bartolomé.

 

 

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SANTIAGO Y EL PENDON DE CLAVIJO

 

Es una gárgola del Ayuntamiento la que cuenta la leyenda del pendón de Clavijo, que en la Casa Consistorial se conserva. Su historia se remonta al año 844, en medio del siglo IX, cuando Santiago se presentó en la batalla como un luchador campeón, escribe Esteban Carro Celada, entre los guerreros castellanos cuando huían de la fuerza de la cimitarra califeña. En esta batalla, sigue contando, tremolaban al viento las banderas, la blanquecina de Santiago, dato anacrónico, pero así lo escribe, que estaba zurcida con hilo de luna, y la de nuestro alférez mayor a caballo, antepasado de los marqueses de Astorga, que portaba la enseña real de dos lobos rampantes.

 

Esteban Carro escribe lo que la gárgola municipal le cuenta, que no es la absoluta verdad sino cómo la ve la gárgola desde que la imaginara el arzobispo toledano Rodrigo Jiménez de Rada y que adoptó visos de historicidad para explicar el patronazgo de Santiago, como adalid de la causa cristiana contra el islam. No está probado que la referida batalla de Clavijo existiera. Más bien la batalla que se refiere es la de la Albelda, ocurrida un siglo después, capitaneada por el rey Ordoño I de Asturias y no por Ramiro I, como sostiene la  leyenda. Que eran reyes  asturianos y no castellanos como cuenta la gárgola de Esteban Carro Celada.

 

Sigue hablando y trata de explicar la causa y origen de la batalla y refiere como el rey Mauregato, el que usurpara el trono asturiano que ocupaba Alfonso II, el Casto, se había comprometido a pagar a los emires de Córdoba, no a los califas como cuenta ella, un tributo de cien doncellas núbiles y atormentadas, como tributo para los harenes musulmanes. Ramiro I de Asturias, sigue la leyenda, se negó a pagarlo a Abderramán y desencadenó la guerra entre musulmanes y cristianos y ahora, superponen leyenda e historia, fueron finalmente derrotados los musulmanes en las proximidades de la Albelda, como así efectivamente ocurrió tras un segundo intento.

 

La gárgola puntualiza con voluntad de precisión: Llegó la noche y las formaciones castrenses musulmanas descansaron con algazara y con desaliento las cristianas. El rey al fin pudo dormir tras el insomnio de derrota. En el duermevela de la mañana, cuando en el monte de Clavijo todo era silencio, comprado a precio de desastre, se le apareció al rey el Apóstol Santiago y el rey creyó lo que le anunciaba, porque entonces los hombres tenían también la voluntad fresca para el milagro, despegados de todos las imposiciones y recordatorios del racionalismo.

 

El rey Ramiro vencerá porque Santiago luchará con su ejército. Muy de madugada, “con la luz de los confines y las cenefas de la luz lejana”, se levantó toda la gente del campamento. Quedaron alentados con el sueño del rey Ramiro. “Todos aquella noche habían soñado un poco con el caballero celeste de la mirada de miel y de la espada inquebrantable.”

 

En lo más duro de la batalla apareció el caballero Santiago, que luchó imperturbable al filo de los alfanjes muslimes. Caen como ceniza en una hoguera, las vidas quebradas con la alianza superior del Apóstol Santiago, que ascenderían a 60.000 o 70.000 y hasta Calahorra  persiguió a los infortunados seguidores de Mahoma.

 

 

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EN EL AYUNTAMIENTO

 

Continúa Esteban Carro señalando cómo los peregrinos, movidos por la curiosidad, acostumbran a subir al Ayuntamiento –habría que precisar por aquella escalera hasta romántica que ascendía hasta la planta noble-  para ver la bandera que estuvo en la Batalla de Clavijo y después estuvo en la Batalla de Alarcos. Batalla histórica librada junto a ese castillo, que está a la vera del Guadiana, cerca de Ciudad Real, un 19 de julio delaño 1095, entre las tropas cristianas de Alfonso VIII de Castilla, contra las musulmanas. Se saldó con la derrota de las tropas castellanas y  que desestabilizó por completo al reino y frenó la Reconquista hasta la Batalla de las Navas de Tolosa o Batalla de Úbeda, en la señalada fecha del 16 de julio de 1212. Con la victoria del ejército cristiano, formado por la alianza de las tropas castellanas de Alfonso VIII de Castilla, que pasaría ser conocido como el de las Navas, las aragonesas de Pedro II Aragón, las navarras de Sancho VII y por voluntarios de los reinos de León y de Portugal contra un ejército muy superior del califa musulmán.

 

Alfonso VIII se sacó una gran astilla clavada en Alarcos. El papa Inocencio III favoreció la participación de los  reinos cristianos otorgando indulgencia plenaria a quienes participaran en la cruzada por la cristiandad y en la que tuvo un protagonismo real el Arzobispo Toledano Rodrigo Jiménez de Rada. El que tejiera la leyenda de Clavijo.  Al rey de León Alfonso IX,por no participar, le valió la excomunión.

 

La historiografía señala esta batalla como él punto culminante de la Reconquista por ser el inicio de la caída de la presencia de los musulmanes en la península. Aunque la conquista del valle del Guadalquivir no se acometió hasta tres décadas después.

 

De la seña de Clavijo sólo quedan jirones de color pergamino. Así estaba en el Ayuntamiento que guardaba un cofre bajo “siete llaves”, para indicar que era varias las llaves con las que se cerraba, guardadas por distintas manos, en este caso de tres autoridades, para garantizar su inviolabilidad y fiel custodia.

 

Esteban Carro recuerda que en el siglo XVI se confeccionó una réplica copiada exactamente de la precedente. Como se ha vuelto a hacer en la pasada legislatura popular para exhibirla ahora desplegada en el despacho de la alcaldía, en donde por siglos había estado confinada en su cofre.

 

 

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POR LA RÚA MAYOR

 

Los peregrinos han de salir de la plaza por la Rúa Mayor, ahora calle de Pío Gullón. Nace frente al Ayuntamiento, en la esquina izquierda del cuadrilátero. Una calle con la historia bimilenaria de la ciudad que el Señor Marqués tuvo que mandar ensancharla para que se retirasen, encogiéndose hacia dentro, las habitaciones que se habían desbordado hacia fuera con corredores y miradores.

 

El trazado de esta calle viene de la Edad Media, pues en tiempo de los romanos el foro se iniciaba delante de lo que ahora es el Jardín de la Sinagoga y se prolongaba a lo largo del espacio que ahora ocupan Ayuntamiento y la Plaza Mayor y llegaba hasta lo que ahora es el número 9 de la calle, en donde finalizaba el foro y comenzaba el trazado de la calle actual. En ese solar se descubrió recientemente la lápida del Cónsul Trebio Nepote, que está obligando a replantearse la fecha del origen de la ciudad, que quizá fue algo antes de lo que hasta ahora se consideraba.

 

Al principio de la calle estaba la Torre del Mayordomo. Como evoca Esteban Carro Celada en El Camino de Santiago Pasa por Astorga, con recuerdos de los dragones feudales peludos y con púas, contra los impulsos y bravatas de la ciudad y los ciudadanos.

 

Esta calle, considerada como la más jacobea y en los últimos siglos como la más comercial, según viejas escrituras llegó a denominarse Camino Francés. Esteban Carro afirma que había casas con abultado corredor volado sobre la calle y que las habitaciones se presentaban como fuera de madre sobre las paredes maestras, dificultando el paso de los carros y de los caballeros de Santiago cuando la cruzaban. Cabalgaban a la misma altura de los corredores, viendo la interioridad de las habitaciones y señala con precisión, aunque con algo de exageración, que  por ir a caballo igualmente veían colocadas las espeteras con los cazos de cobre y cucharones de la comida y los pimientos colgados que  subían de color del carmín vegetal.

 

Por otra parte era considerada la calle más distinguida en la que moraban canónigos y dignidades, judíos ricos y demás potentados de la ciudad. Cuenta la historia de una dama hermosa llamada Marina Rodríguez, esposa de Arnal Guillélmez, que a finales del siglo XIV vendió su casa en esta calle de la Rúa Mayor por cincuenta maravedíes, cuando los cambistas judíos pagaban por uno ocho sueldos.

 

Eran de la Batalla del Salado, en la actual provincia de Cádiz, cuando las tropas de Castilla y Portugal derrotaron definitivamente a los benimerines, el último reino magrebí para invadir la península ibérica, y dejaron aislado del norte de áfrica al reino de Granada. Los compradores fueron  los cofrades de San Esteban de Brimeda y allí se albergarían peregrinos de muchas nacionalidades. Contaba con un corredor voladizo, todavía más saliente, que obligó a muchos cocheros de carruajes y caballeros y hasta peregrinos a encorvar la cabeza para volver a erguirse después de pasarlo y acabar de recorrer la larga calle.

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