Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 24 de Abril de 2021

El candidato

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La pasada semana me centré en una candidata, la gran favorita, según encuestas, en las próximas elecciones en la Comunidad de Madrid, esas que llevan un mes retumbando con la fanfarria de ser comicios de ámbito nacional. En esta ocasión lo hago en un candidato, como ya anticipé. Es legítimo que se me inquiera por qué de todo el elenco de aspirantes al gobierno de este territorio, sean estos dos quienes conciten mi atención de cara a ustedes, mis lectores. Me adelanto: ambos han representado, para mí, el ejemplo de la polarización que ocupa y preocupa a tantos ciudadanos deseosos de gozar de la polémica en política como enriquecimiento de las ideas y no como riña de gatos sin fin e in crescendo. Al igual que entonces, eludiré a propósito nombres propios y siglas de partido. Por la simple descripción de sus actos y dichos los conoceréis.

 

El que ahora ocupa turno se autoproclamó en sus días de vino y rosas genuino ejemplar de la nueva política. Envejeció mal y pronto. En un periquete, cambiada la pana de la reivindicación por la franela de la notoriedad y el coqueteo con el poder, emigró de barrio obrero a zona residencial burguesa. El cutis fresco de su doctrina liberadora se ajó enseguida en las arrugas y manchas de los usos y abusos de la carcunda dirigente. Se mimetizó en un abrir y cerrar de ojos en la casta de sus pesadillas pasajeras. Chocante actitud de incoherencia frente a la de líderes predecesores de una izquierda que, en su retirada a la cotidianidad, retornaron orgullosos a la vida de barriada, dejando el señuelo de edificantes ejemplos de sobriedad y congruencia a las duras y a las maduras.

 

Enarboló la bandera de una izquierda deseosa de renovarse en los salones del progresismo de ocurrencia, que no de sustancia, o lo que es lo mismo, con código genético en el romanticismo de la asamblea universitaria, urdimbre de soñados derrocamientos que, a falta de dictador visible, por muerto, se focalizaron en momias y en la imperfecta  e incompleta democracia que osaba mandarles a la oposición.  Cabalgó con brío sobre las redes sociales y las tertulias televisivas, ambiente propicio para sacar tajada con esa ley del mínimo esfuerzo que es la labia sin mensaje ni compromiso que concede tal platea. Su poética conquista de los cielos enfila, como otras tantas de signo similar, el trastero.   

 

El candidato de esta historia se apropió por control remoto de la legítima protesta juvenil del 15-M, contra la profundización de las desigualdades amparadas en la revolución conservadora de los neoliberales. Dicen los que allí acamparon que no se sintió ni su esencia ni su presencia en el turno que tocaba de batirse el cobre a cielo abierto. Dado el primer paso de la notoriedad mediática personal y grupal, se apresuró raudo y veloz, como todo buen aprendiz de ejercicios despóticos, a laminar las proyecciones de compañeros de viaje que se trucaban en molestas y enojosas voces de la conciencia.

 

Tocó embelesado el poder, pero amnésico en la realidad de su acceso a la grupa de otro caballo y al rebufo de una aritmética electoral endemoniada. Disfrutó del privilegio para regir, con firma en el BOE, desde una de las más altas magistraturas del Estado. Un elegido para el primer gobierno en coalición de la democracia de cuarenta años,  que no paró de poner contra las cuerdas por considerarse custodio del elixir de la eterna lozanía política. No tardó ni dos consejos de ministros en revelarse como verso suelto del paradigma de unidad de acción y responsabilidad  que es obligatoria seña de identidad de todo poder ejecutivo. Alérgico a la sana costumbre de fuera del templo, no revelar las intimidades, expresada por Giovanni Papini en Gog, su singular antología de relatos, lavó la ropa sucia en los escenarios que mejor le retratan como líder de recursos en rebeldías famélicas y en obediencias grasientas.

 

Su polo opuesto, personificado en la candidata, saltó a la contienda electoral en territorio apetecible y apetecido. Ahí devino su condición de candidato, porque la política para él es imán de pasiones desatadas. Su atmósfera vital es confrontar; muy pocas veces, por no decir ninguna, conciliar, siquiera en zona amiga. Se le ha escapado, como sin querer, una vocación oculta de espadón decimonónico, de salvador providencial de la izquierda, desnortada en identidades  que desconciertan y no orientan a un electorado, desde mucho antes, confuso por tanto bandazo. Desfila enhiesto y marcial en la creencia titánica de que su solo nombre parará la plaga de una derecha untada de nuevo en lo más rancio. Y ahí está nuestro hombre, en la arena de una campaña a cara de perro, capitalizada por instintos de cánidos gemelos, distinguibles únicamente por su collar. Los electores madrileños (y los espectadores del resto de España) ya tienen servido el espectáculo.

                                                                                                                        

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