Rasero
![[Img #53765]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2021/3615_sol-10380527_10203828660294371_2690767175233014507_o.jpg)
Desde hace algún tiempo me pregunto por qué miramos a la derecha y a la izquierda política de este país con distinto rasero. Y observo con estupor e indignación contenida que la derecha campa a sus anchas con total impunidad, mientras que cada actuación que realiza la izquierda es contemplada con lupa. A la izquierda se le exige (es lo lógico) el cumplimiento de aquello que proclama, en tanto que la derecha promete y da igual (eso es lo ilógico) que cumpla o no con sus promesas electorales. A la hora de arrimar el hombro a favor del bien común ni está ni se la espera.
Hablaba de esto con un amigo apasionado de la política, militante de base de un partido de izquierdas y él lo atribuía a que la derecha ostentó tradicionalmente el poder y, por eso mismo, siempre se sintió más; en tanto que para la izquierda el acceso a los puestos de poder y decisión supuso una conquista conseguida exclusivamente en las urnas. La izquierda, añadía mi amigo, siempre se sintió menos, menos en acceso a los bienes y servicios, menos en oportunidades, menos en dinero.
Ocurre que estos días el escenario político se ha convertido en un espectáculo de la peor calaña en el que provocar, tergiversar, desprestigiar, despreciar, difamar, amedrentar al adversario (o intentarlo) es el arma envenenada que esgrimen algunos candidatos, pervirtiendo lo más humano que tenemos: la palabra. Porque la palabra libertad, tomada por la derecha, no es el liberalismo a ultranza. La libertad, en su significado más puro, es otra de las conquistas -junto con la fraternidad, la igualdad, la diversidad, la justicia- del pueblo soberano que nos conviene y mucho que no nos arrebaten.
Confieso que hace tiempo desconfío de los políticos de escaño y congreso -no de los alcaldes de pequeñas localidades que hacen por éstas lo que buenamente está en sus manos-. Los bajé del pedestal al darme cuenta de lo que poco que les importa, una vez alcanzado el poder, el interés general. Y digo esto porque si de verdad les preocupara se ocuparían de sumar y remar en la misma dirección.
Pero no olvido mi origen. No olvido que vengo de una estirpe que construyó paz, pan, casa, pueblo, justicia, sanidad, educación, medicinas o igualdad, a base de muchísimo esfuerzo, con tesón y lucha, con sudor y surco, con unión, con coraje, a conciencia.
Tal vez por eso es importante que nos andemos vivos y no nos dejemos quitar el pan del morral, que diría mi padre en el argot de los pastores, esos sabios del campo.
Tal vez por eso es importante que el día cuatro de mayo los que vivimos, sufrimos, amamos, transitamos, sentimos, trabajamos, soñamos, respiramos en Madrid, andemos vivos para no tener que lamentar como se lamenta el necio personaje de ese medio chiste que circula en redes (y digo medio chiste porque lo que nos jugamos va en serio) sorprendido de que un día le hayan echado del trabajo. “Pero si votaste a favor del despido libre”, le dice su mujer, y él contesta al modo gallego, esto es, con otra pregunta: ¿Y eso que tiene que ver?
Todo, claro.
Pensemos, recapitulemos, recordemos, tengamos memoria para no tener que lamentar. Y para tener memoria solo hay que girar la cabeza. Echar la vista atrás. Luego seguir adelante a fin de ejercer eso que un día, cada cuatro años, a veces menos, nos convierte en poderosos, en valiosos, en dueños de nuestro futuro y de un destino que puede cambiar el rumbo de la historia.
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Desde hace algún tiempo me pregunto por qué miramos a la derecha y a la izquierda política de este país con distinto rasero. Y observo con estupor e indignación contenida que la derecha campa a sus anchas con total impunidad, mientras que cada actuación que realiza la izquierda es contemplada con lupa. A la izquierda se le exige (es lo lógico) el cumplimiento de aquello que proclama, en tanto que la derecha promete y da igual (eso es lo ilógico) que cumpla o no con sus promesas electorales. A la hora de arrimar el hombro a favor del bien común ni está ni se la espera.
Hablaba de esto con un amigo apasionado de la política, militante de base de un partido de izquierdas y él lo atribuía a que la derecha ostentó tradicionalmente el poder y, por eso mismo, siempre se sintió más; en tanto que para la izquierda el acceso a los puestos de poder y decisión supuso una conquista conseguida exclusivamente en las urnas. La izquierda, añadía mi amigo, siempre se sintió menos, menos en acceso a los bienes y servicios, menos en oportunidades, menos en dinero.
Ocurre que estos días el escenario político se ha convertido en un espectáculo de la peor calaña en el que provocar, tergiversar, desprestigiar, despreciar, difamar, amedrentar al adversario (o intentarlo) es el arma envenenada que esgrimen algunos candidatos, pervirtiendo lo más humano que tenemos: la palabra. Porque la palabra libertad, tomada por la derecha, no es el liberalismo a ultranza. La libertad, en su significado más puro, es otra de las conquistas -junto con la fraternidad, la igualdad, la diversidad, la justicia- del pueblo soberano que nos conviene y mucho que no nos arrebaten.
Confieso que hace tiempo desconfío de los políticos de escaño y congreso -no de los alcaldes de pequeñas localidades que hacen por éstas lo que buenamente está en sus manos-. Los bajé del pedestal al darme cuenta de lo que poco que les importa, una vez alcanzado el poder, el interés general. Y digo esto porque si de verdad les preocupara se ocuparían de sumar y remar en la misma dirección.
Pero no olvido mi origen. No olvido que vengo de una estirpe que construyó paz, pan, casa, pueblo, justicia, sanidad, educación, medicinas o igualdad, a base de muchísimo esfuerzo, con tesón y lucha, con sudor y surco, con unión, con coraje, a conciencia.
Tal vez por eso es importante que nos andemos vivos y no nos dejemos quitar el pan del morral, que diría mi padre en el argot de los pastores, esos sabios del campo.
Tal vez por eso es importante que el día cuatro de mayo los que vivimos, sufrimos, amamos, transitamos, sentimos, trabajamos, soñamos, respiramos en Madrid, andemos vivos para no tener que lamentar como se lamenta el necio personaje de ese medio chiste que circula en redes (y digo medio chiste porque lo que nos jugamos va en serio) sorprendido de que un día le hayan echado del trabajo. “Pero si votaste a favor del despido libre”, le dice su mujer, y él contesta al modo gallego, esto es, con otra pregunta: ¿Y eso que tiene que ver?
Todo, claro.
Pensemos, recapitulemos, recordemos, tengamos memoria para no tener que lamentar. Y para tener memoria solo hay que girar la cabeza. Echar la vista atrás. Luego seguir adelante a fin de ejercer eso que un día, cada cuatro años, a veces menos, nos convierte en poderosos, en valiosos, en dueños de nuestro futuro y de un destino que puede cambiar el rumbo de la historia.






