Pilar Blanco
Sábado, 08 de Mayo de 2021

Poupées de cire & sexual dolls

[Img #53856]

 

 

El hombre poderoso en el poder sucumbe; el hombre del dinero, en el dinero; el servil y humilde, en el servicio; el que busca el placer, en los placeres.

                                                           Hermann Hesse, El lobo estepario.

 

Somos criaturas sociales, nos repiten. Como los lobos, como los ñús, como las colonias de termitas. La unión hace la fuerza y eso es lo que importa, sean luego como sean las relaciones entre los integrantes de la familia, la manada o el rebaño, que cada especie tiene sus costumbres y escoge, al son del tambor del instinto, matriarcado o patriarcado, igualdad (pocas) o jerarquía, con machos de harén exclusivo o nómadas y solitarios que solo asoman para disputar, con maña o por la fuerza, el derecho a transmitir sus genes a la siguiente generación.

 

Pero lo que en el mundo animal se acomoda al fin último de la propagación y protección de la especie, en este nuestro de animales racionales se complica por no hacer mudanza en su costumbre. Cuanto más tiempo transcurre y más se enredan las circunstancias de la vida social, más difícil es mantener el equilibrio entre lo conveniente y lo deseable, entre la voluntad y las creencias. Así que en cuanto nos creemos instalados en un déjà vu cómodo para la mayoría aunque abierto a cierta transgresión controlada, se nos viene encima otra ocurrencia más de la ciencia revertida en industria. Y la montaña rusa vuelve a ponerse en movimiento.

 

Que conste que soy una ferviente defensora de las emociones como moneda de cambio en el trato personal, pero sin dejar de ver que a veces las carga el diablo y pueden ser tan negativas como su ausencia, desbordarse de tal manera, si las dejamos a su albedrío, que la fiesta acabe en aquelarre. Con ellas o a pesar de ellas cada vez resulta más arduo relacionarse, trabar vínculos que no nos vengan dados de antemano e incluso mantener los que nos acompañan desde que nacemos.

 

El resultado suele ser la soledad. Miles de personas sufren serias dificultades para entretener con el contacto humano la negrura de su vida diaria. ¡Qué oportunas podrían resultar en estos casos las nuevas tecnologías como lo fueron en tiempos, y aún lo siguen siendo para muchos, la radio y la televisión, que acompañan pero sin plantear las servidumbres de una mascota! Al menos a Jorge Javier Vázquez y a los personajes de cualquiera de los cien novelones turcos que han tomado por asalto las cadenas no hay que sacarlos a pasear dos veces al día!

 

De un tiempo a esta parte proliferan reportajes como: Los robots sexuales están aquí”, “Los daños que pueden causar los robots sexuales”, “La explosión de las prostitutas sintéticas y los robots sexuales”“ ‘Digisexuales’, cuando tu pareja es un robot”… Vamos, un no parar. Fue verlos y pensar ipso facto en lo fácil que es pasar de los dulces campos del Edén siliconado a los menos dulces de la necesidad humana de contacto, afecto y compañía. De estos lodos aquellos polvos o justo lo contrario, dejémoslo ahí.

 

Lo lógico, digo yo, sería desarrollar otras prioridades: asistentes robóticos que dieran conversación a los ancianos que viven solos o los sacaran de paseo; que ayudaran con los deberes a los miles de niños cuyos padres están todo el día fuera de casa uncidos al yugo del tripalium o descargaran de una segunda y no pedida paternidad a los abuelos. Haciendo más fácil el día a día de los impedidos o enfermos y sus familias; asesorando a los clientes de los bancos y la administración, sufridos clavos sobre los que golpean los martillos de la reducción de personal y la ciencia abstrusa de los trámites, filtrando los bulos que transforman el derecho a la información en fuente de crispación y ansieda …¡Anda que no ofrecen posibilidades! Incluso bloqueando el botón rojo de la catástrofe, demasiadas veces bajo el delirio de ciertos gobernantes.

 

Pues no. Una de las primeras aplicaciones que se les ha buscado está orientada al placer sexual, prioritariamente masculino, mediante unas muñecas cada vez más perfectas, dóciles y sensuales. Su diseño seguramente busca añadir un aliciente a las vidas insatisfechas de los varones que puedan permitírselo o prescindir del incómodo cortejo que tantos inconvenientes presenta con las mujeres “menos neumáticas”. A esta no hay que seducirla, convencerla, invitarla a una copa, hacerle regalos y mucho menos preocuparse por su placer. No tiene la regla ni está de mal humor ni lleva la contraria. No hay que arrastrarla de los pelos hasta la cueva si se resiste. No hay que esforzarse en conectar con ella o gallear para sentirse admirado con el riesgo de que no sea así. Ni escuchar su conversación o sentirse obligados, urgidos, censurados. Estas muñecas y las que las reemplacen vendrán con adulatrón incorporado, hablarán de aquello para lo que su dueño las programe o no hablarán, total…; almacenarán datos sobre preferencias y costumbres; estarán siempre dispuestas sin saber nada de estúpidas consignas feminazis de “no es no”. Nunca supondrán para el usuario un infierno de demandas de paternidad o de pago de pensiones para sus imposibles vástagos. Y se podrán compartir con los amigos o con la manada, humillar y golpear…pero con precaución, no vaya a ser que el éxtasis termine en calambrazo, con el uno en urgencias y la otra en el taller, seguro que carísimo.

 

Se venderán con todo tipo de adminículos y vestuario de acreditado morbo y, de la misma forma que los reborn remedan a los bebés, las robonenas, bellísimos seres sin celulitis, vivirán su no vida complaciente dentro de un armario, tumbadas en la cama o sentadas en el sofá mientras esperan ser convocadas por su amo y señor para convertir su tiempo libre en un remanso exento de preocupaciones, aunque seguramente sus competencias irán aumentando para abarcar a un mayor número de usuarios de toda edad, condición y caprichos. Vamos, que si además sabe hacer la declaración de la renta ¡temblad, gestorías!

 

No me cabe la menor duda de que sucederá lo mismo con las féminas, tan acuciadas como los varones por el trabajo y la falta de tiempo, tan vapuleadas como ellos por la soledad. El mercado manda y, si los prediluvianos defensores de su retorno al hogar y la crianza no lo impiden, habrá un poderoso sector productivo centrado en complacer los gustos y necesidades de las mujeres con poder adquisitivo, cada vez más desprejuiciadas en materia sexual. Sin embargo, tal igualdad tramposa no hace sino agravar la incomunicación, que se suma a los horarios laborales y la imposibilidad de desconectar y reservar tiempo para uno mismo. El engañoso prestigio del trabajo (o su variante menestral :“lo tomas o lo dejas”) terminará por conseguir que se considere una pérdida de tiempo al alcance de unos pocos el antiguo enamoramiento, ese juego de señales verbales, corporales e intelectuales que en tiempos de Maricastaña despertaban la atracción y el deseo entre las personas sin pantalla interpuesta. Que han inspirado a los artistas y generado belleza tanto como escandalizado a los clérigos laicos y religiosos de todas las épocas, doctrinas y geografías.

 

Quizás la solución sea esa. Introducir en el robot la mirada de la Venus de Botticcelli, de don Juan; la inocencia ardiente de Julieta, Tadzio o Justine; la pureza de Beatriz, el desgarro de las muchas Fridas que había en Frida Kahlo, el vuelo de un ángel de Murillo o de la Psique de Canova; las raíces dolientes de Daphne, el misterio de Nefertiti, las llamas de la pena de Dido, la sensualidad del san Sebastián de Guido Reni o Caravaggio, de las musas de Modigliani, de la nínfula Lolita; el tormento enloquecido de Medea, la frivolidad de Emma Bovary, de Dorian Grey; el ingenio de Nise, la pasión hechizada de Melibea, el abandono lánguido de todas las odaliscas, diosas y dioses, ninfas, donceles y doncellas que nos miran desde los lienzos, el mármol, la pantalla o los muros. Las palabras, las risas, el aroma, el timbre de unas voces, la gracia de unos pasos, el vuelo de un pensamiento iluminado por la inteligencia, la cerbatana del talento, la felpa de la ternura apuntando directas a la emoción del otro…

 

Quizás sí, quizás podría fabricarse con alquimia de algoritmos ese golem hermoso al alcance de cada corazón solitario. Pero me extrañaría, la verdad. No quiero pecar de escepticismo, pero resulta imposible, tal y como anda el patio de los índices de audiencia, trending topics y superventas para espíritus sensibles y exquisitos, no preguntarse: ese milagro ¿le interesaría a alguien?

 

 

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.