Emilia Pardo Bazán. Unos curiosos recuerdos
![[Img #53967]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2021/5665_foto-pardo-bazan.jpg)
Seguimos en el centenario de la muerte de la escritora y siguen saliendo a la palestra cosas y más cosas de la vida y obra de la ilustre gallega amante de amores, defensora del sexo y disfrute de las mujeres sin trabas ni pudor, amante del buen comer, defensora de la libertad en todas sus facetas y los derechos en todas sus circunstancias, escritora, traductora, crítica, periodista…, una mujer rebelde en muchos frentes y excepcional en su tiempo.
Yo quiero compartir estos simpáticos recuerdos que recojo de las memorias del catedrático de literatura y ministro de educación con franco Pedro Sainz Rodríguez.
“Recuerdo muy bien las clases de doña Emilia. No hablaba, llevaba unas notas muy largas y abundantes que leía, diciendo algunas frases para enlazar las notas entre sí; en realidad era una clase de lectura más que una clase hablada. Trataba la literatura francesa y en realidad leía el Manual de Brunetière.”
“A la salida de clase doña Emilia se quedaba sola conmigo y me invitaba a dar un paseo en su hermoso landó con dos caballos por el paseo de coches del Retiro. Yo aceptaba muy gustoso, luego tomábamos un helado en una especie de pastelería o confitería que había en el paseo de coches, entrando por la calle de Alcalá a la izquierda, y siempre surgía una ligera discusión porque doña Emilia me quería convidar; yo le hacía ver lo feo que hubiera sido que una señora me pagase la merienda y eran muchas de las bromas que gastábamos sobre esto. Además de estos paseos doña Emilia me invitaba algunos sábados a comer a su casa. Cuando yo asistía a estas comidas, a veces llegaba con alguna antelación y hablaba con ella y la veía trabajar. Doña Emilia escribía a máquina, una máquina de escribir colocada sobre un pupitre alto para escribir de pie.”
“En la época a que me refiero doña Emilia era ya físicamente una señora absolutamente venerable; tenía una tez rojiza, de una pigmentación color ladrillo, los ojos le bizqueaban por la mucha miopía y le caía debajo de la barbilla la papada, a la que Cejador, con sus chistes un poco ordinarios, había aludido en alguna de las críticas hablando de la barbilleta de la Pardo Bazán, cosa que no sé bien qué tenía que ver con la literatura. Hoy, que conocemos muchas interioridades de la vida de doña Emilia mejor que entonces, que no eran más que murmuraciones, cuando la recuerdo me cuesta mucho trabajo explicarme sus aventuras eróticas. Creo que debió de ser una galleguita dulce, pero siempre con un atractivo físico bastante moderado.”
“Aquellas comidas a las que aludo en su casa son, para mí, inolvidables; allí se hablaba bastante de política y de literatura, por supuesto. Era yerno de doña Emilia el general Cavalcanti y, cuando se tocaban temas literarios o culturales, a veces el general quería meter la cuchara en la discusión; entonces doña Emilia, con una cucharilla, tocaba en una copa a modo de campanilla llamando al orden y le decía:
-Tú cállate. Tú eres un héroe.
Y, efectivamente lo había sido en la célebre carga de caballería en Taxdir (Marruecos), pero acataba a doña Emilia bajando las orejas, como un escolar reprimido.”
Pedro Sainz recuerda y relata con detalle otra curiosa anécdota de la escritora de la que él también fue partícipe. Ocurrió cuando él era bibliotecario del Ateneo de Madrid.
“El incidente con doña Emilia consistió en que esta señora iba a dar una conferencia sobre el abanico: Historia del abanico, y fue a la biblioteca a consultar diversos libros. Uno de los empleados del Ateneo me vino a decir.
-Don Pedro, esta mañana ha estado doña Emilia y ha cogido el tomo de la “A” de la Enciclopedia Espasa y ha arrancado todas las hojas referentes a la palabra abanico.
Yo me quedé de una pieza y me dije:
-¡Caramba con doña Emilia! ¡Qué caso de cleptomanía más acusado! –y ordené al empleado- no haga usted nada; yo le escribiré.
Entonces dispuse que se adquiriese un nuevo volumen de la Enciclopedia, el mismo que ella había despojado, y le mandé a su casa el tomo que estaba falto de las hojas arrancadas, con la factura del nuevo tomo que me mandó Dossat, el librero de la Plaza de Santa Ana que surtía al Ateneo; se lo mandé con una tarjeta mía, sin decir una palabra. Doña Emilia comprendió la alusión, se guardó la factura, la pagó, y se quedó por supuesto con el tomo rasgado. Con esto ganamos un tomo nuevecito para el Ateneo. Asistí a la conferencia sobre Historia del abanico, la felicité al acabar, y nunca hablamos una sola palabra, ni ella ni yo, del incidente de la Enciclopedia.”
“Fue sin lugar a dudas una de las grandes figuras literarias de la época pero, a veces, incurría en ligerezas, como pasó en sus estudios sobre la novela rusa. El mejicano Icaza pudo probar que estaban literalmente copiados de los estudios de Melchor de Vogüe sobre este mismo tema. Es curioso que, ante esa acusación de Icaza, la Pardo Bazán no rechistó; nunca explicó el motivo de haber publicado ese verdadero plagio.”
Termina Pedro Sainz la narración de estos recuerdos reconociendo, con gran agradecimiento, el gran afecto que doña Emilia le profesó y el estímulo intelectual que ejerció sobre él a pesar de su juventud.
Doña Emilia Pardo Bazán no deja de sorprender.
O témpora o mores
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Seguimos en el centenario de la muerte de la escritora y siguen saliendo a la palestra cosas y más cosas de la vida y obra de la ilustre gallega amante de amores, defensora del sexo y disfrute de las mujeres sin trabas ni pudor, amante del buen comer, defensora de la libertad en todas sus facetas y los derechos en todas sus circunstancias, escritora, traductora, crítica, periodista…, una mujer rebelde en muchos frentes y excepcional en su tiempo.
Yo quiero compartir estos simpáticos recuerdos que recojo de las memorias del catedrático de literatura y ministro de educación con franco Pedro Sainz Rodríguez.
“Recuerdo muy bien las clases de doña Emilia. No hablaba, llevaba unas notas muy largas y abundantes que leía, diciendo algunas frases para enlazar las notas entre sí; en realidad era una clase de lectura más que una clase hablada. Trataba la literatura francesa y en realidad leía el Manual de Brunetière.”
“A la salida de clase doña Emilia se quedaba sola conmigo y me invitaba a dar un paseo en su hermoso landó con dos caballos por el paseo de coches del Retiro. Yo aceptaba muy gustoso, luego tomábamos un helado en una especie de pastelería o confitería que había en el paseo de coches, entrando por la calle de Alcalá a la izquierda, y siempre surgía una ligera discusión porque doña Emilia me quería convidar; yo le hacía ver lo feo que hubiera sido que una señora me pagase la merienda y eran muchas de las bromas que gastábamos sobre esto. Además de estos paseos doña Emilia me invitaba algunos sábados a comer a su casa. Cuando yo asistía a estas comidas, a veces llegaba con alguna antelación y hablaba con ella y la veía trabajar. Doña Emilia escribía a máquina, una máquina de escribir colocada sobre un pupitre alto para escribir de pie.”
“En la época a que me refiero doña Emilia era ya físicamente una señora absolutamente venerable; tenía una tez rojiza, de una pigmentación color ladrillo, los ojos le bizqueaban por la mucha miopía y le caía debajo de la barbilla la papada, a la que Cejador, con sus chistes un poco ordinarios, había aludido en alguna de las críticas hablando de la barbilleta de la Pardo Bazán, cosa que no sé bien qué tenía que ver con la literatura. Hoy, que conocemos muchas interioridades de la vida de doña Emilia mejor que entonces, que no eran más que murmuraciones, cuando la recuerdo me cuesta mucho trabajo explicarme sus aventuras eróticas. Creo que debió de ser una galleguita dulce, pero siempre con un atractivo físico bastante moderado.”
“Aquellas comidas a las que aludo en su casa son, para mí, inolvidables; allí se hablaba bastante de política y de literatura, por supuesto. Era yerno de doña Emilia el general Cavalcanti y, cuando se tocaban temas literarios o culturales, a veces el general quería meter la cuchara en la discusión; entonces doña Emilia, con una cucharilla, tocaba en una copa a modo de campanilla llamando al orden y le decía:
-Tú cállate. Tú eres un héroe.
Y, efectivamente lo había sido en la célebre carga de caballería en Taxdir (Marruecos), pero acataba a doña Emilia bajando las orejas, como un escolar reprimido.”
Pedro Sainz recuerda y relata con detalle otra curiosa anécdota de la escritora de la que él también fue partícipe. Ocurrió cuando él era bibliotecario del Ateneo de Madrid.
“El incidente con doña Emilia consistió en que esta señora iba a dar una conferencia sobre el abanico: Historia del abanico, y fue a la biblioteca a consultar diversos libros. Uno de los empleados del Ateneo me vino a decir.
-Don Pedro, esta mañana ha estado doña Emilia y ha cogido el tomo de la “A” de la Enciclopedia Espasa y ha arrancado todas las hojas referentes a la palabra abanico.
Yo me quedé de una pieza y me dije:
-¡Caramba con doña Emilia! ¡Qué caso de cleptomanía más acusado! –y ordené al empleado- no haga usted nada; yo le escribiré.
Entonces dispuse que se adquiriese un nuevo volumen de la Enciclopedia, el mismo que ella había despojado, y le mandé a su casa el tomo que estaba falto de las hojas arrancadas, con la factura del nuevo tomo que me mandó Dossat, el librero de la Plaza de Santa Ana que surtía al Ateneo; se lo mandé con una tarjeta mía, sin decir una palabra. Doña Emilia comprendió la alusión, se guardó la factura, la pagó, y se quedó por supuesto con el tomo rasgado. Con esto ganamos un tomo nuevecito para el Ateneo. Asistí a la conferencia sobre Historia del abanico, la felicité al acabar, y nunca hablamos una sola palabra, ni ella ni yo, del incidente de la Enciclopedia.”
“Fue sin lugar a dudas una de las grandes figuras literarias de la época pero, a veces, incurría en ligerezas, como pasó en sus estudios sobre la novela rusa. El mejicano Icaza pudo probar que estaban literalmente copiados de los estudios de Melchor de Vogüe sobre este mismo tema. Es curioso que, ante esa acusación de Icaza, la Pardo Bazán no rechistó; nunca explicó el motivo de haber publicado ese verdadero plagio.”
Termina Pedro Sainz la narración de estos recuerdos reconociendo, con gran agradecimiento, el gran afecto que doña Emilia le profesó y el estímulo intelectual que ejerció sobre él a pesar de su juventud.
Doña Emilia Pardo Bazán no deja de sorprender.
O témpora o mores






