Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 22 de Mayo de 2021

Largo me lo fías

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Creo que hemos sido afilados y cáusticos con los políticos en su cortedad de objetivos. Sobre todo en eso de ir exclusivamente al programa de partido, cortoplacista, vigente  hasta la siguiente encuesta. Se ha echado de menos en sus idearios una visión intergeneracional, a juicio de muchos, la diferencia entre el chisgarabís y el estadista. Es difícil desmontar esa impresión colectiva de ser gobernados con el cronómetro de las urgencias puesto en intervalos, todo lo más, de un semestre. Regir en las largas distancias hace inevitable promulgar medidas impopulares, que escuecen, como los desinfectantes, en cuanto se aplican, pero, curan. La política hoy se cocina en los microondas y no en el fuego lento y amoroso bajo el dominio de una mano experta en las veleidades de los fogones.  

 

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, acaba de presentar un memorando de casi 700 páginas que contiene las prioridades del país en el horizonte de 2050, según un amplio panel de expertos en variadas disciplinas de la administración pública. Conforme a lo afirmado en esta introducción, podría tomarse la iniciativa como un proyecto de Estado, pero hay tanta laguna o arena movediza en fondo y forma, que parece una excéntrica ocurrencia más.

 

No hay futuro próspero que se pueda cimentar sobre un presente frágil como el que soportamos. Aquí, la responsabilidad es de líderes en su conjunto, sin personalizar. Imposible asentar el edificio sobre materiales tan endebles. El resultado parece escrito: derrumbe. El examen periódico de la democracia española, concretado en las elecciones o en el debate parlamentario, se sustenta en continuas descalificaciones al adversario. Ni una concesión auditiva u oral a las propuestas ajenas. Ombliguismo a tope ha sido la estratagema constante de estos doctores en brujería. El ciudadano se ha sentido ninguneado en el repaso sosegado y cómplice a sus problemas cotidianos: sanidad, educación, trabajo, emancipación real de la juventud, atenciones a la tercera edad, atesorar talento sin exportarlo… Si hay incapacidad manifiesta para coger el toro por los cuernos de un ahora mismo plagado de zozobras individuales y colectivas, es de ingenuidad apabullante pensar en sólidas ataduras respecto a un porvenir a tres décadas vista.

 

Atados, como estamos, a un estilo de vida reflejado en la idolatría al carpe diem, sobre la marcha se quiere subvertir el orden con una prioridad repentina de rumbo al futuro. Conjugar la vida en este tiempo, y a tan largo plazo, expone ante cualquiera, el muestrario más variado de resquemores. Desde esa perspectiva, será imposible cumplimentar ideas que se pierden en un larguísimo túnel del tiempo, por regla general, un pudridero.

 

Emprender este largo e incierto viaje, hay que reiterarlo, obliga al equipaje de la confianza. Pero la tarea presente de coger el timón de este enorme reto ha ido por el camino opuesto. Los mensajes sin descanso del miedo al otro, irresponsablemente conscientes, han actuado como efecto paralizante de las urgencias populares. Es hecho incontestable que en tramo temporal tan largo, como la llegada al ecuador del siglo, las alternancias de poder -esencia de la democracia- darán pie a protagonismos de mando y de oposición a los unos y a los otros. Escarmentados estamos de las consecuencias que se desprenden de los cambios sucesivos de poder en leyes vitales; por ejemplo, la de Educación, el epicentro de la cantera de un país, y paradigma del frívolo quita y pon de quienes han propiciado un país oscuro respecto al símbolo más nítido de su porvenir.

 

Futuro es concepto ligado en política, por obligación, a consensos muy amplios. Los compromisos no son a escala de militancia o de electorado: abarcan el vasto concepto  del cuerpo nacional. La hoja de ruta podrá ser modificada, de acuerdo, pero por imperativos de la adaptación a la modernidad, nunca por los caprichos tácticos de la angosta estrategia de partido. Sin firma y rúbrica de un pacto de Estado, como lo fue el de la Constitución de 1978, que ahí sigue tres décadas después, la apuesta de futuro que vislumbra el gabinete de Pedro Sánchez, será humo. Y lo mismo acaecerá con quién, de otro signo político, recoja el testigo en las mismas circunstancias.

 

Buena piedra de toque para las intenciones expresadas por el jefe del Ejecutivo será el reparto de la dotación supermillonaria de fondos de la UE para afrontar la crisis del COVID-19. Oportunidad única para darle la vuelta a la tortilla, y recuperar, de paso, prácticas perdidas de consensos que impregnen de esperanza al desatendido Juan Español. Ciudadanos de cualquier país gustan de luz y taquígrafos en el reparto de los dineros públicos. La senda obligatoria de este ejemplo de alta política está en negociaciones hasta la extenuación, percepción social de un esfuerzo por practicar una política con mayúsculas que disipe miedos a lo futurible.

 

Sánchez lo ha fiado largo olvidando que no tiene credibilidad a corto, hipotecado por sus extraños compañeros de cama en la aritmética gubernamental y parlamentaria. El hatillo que porta no puede llevarle muy lejos en el viaje al porvenir, bienintencionado, muy necesario, seguro, pero exigido de mucho más que voluntarismo.

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