Palabra dada
ALEJANDRO J. GARCÍA NISTAL /
Palabra dada, palabra empeñada, dice nuestro saber popular. Y hoy cumplo aquí la promesa que hace unas semanas le hice al ex eurodiputado José Álvarez de Paz en una conversación previa a una conferencia-debate en la UNED de Ponferrada. Hablando con Mario Amilivia, Demetrio Madrid, José Luis Torres y este periodista, Pepe Álvarez de Paz me recordaba con cierto disgusto un artículo mío en 'El Faro Astorgano' sobre don Faustino, el párroco de San Andrés durante muchos años hasta su fallecimiento. En ese escrito, recuerdo ahora, ante la avalancha de buenas palabras, actos y homenajes al sacerdote difunto; se llegaron a decir tantas cosas que la parte menos amable, cara del ser que todos tenemos, parecía no existir. Un tanto azuzado por amigos de pensamiento, palabra y obra, redacté unas letras que, sí, años después, he de reconocer estaban un tanto cargadas de protesta, dosis de retranca y una brizna de mala leche. Don Faustino era de izquierdas, sí, pero ejercía su ministerio divino con una vocación y entrega que ya quisiéramos para otros muchos sacerdotes que llegando a la capital diocesana, se elevan hasta el infinito olvidándose de que son representantes de Dios, pero no Dios en persona.
Don Faustino también era de trato amable, siempre sonriente ante la adversidad, tremendamente desprendido incluso para su vestimenta diaria. Y mi trato con él fue siempre más por ser hijo de mi padre que por ser él un padre ante un hijo más. Tengo que reconocer que durante años mucha gente de la Curia, varios políticos muy cercanos con cargos en la izquierda y algún que otro ciudadano más, me recordaban ese artículo periodístico porque, con voluntaria provocación, incidía en la parte de Faustino donde se acercaba al fuego de la política en el movimiento vecinal llegando, a mi juicio, en ocasiones a quemarse. Quiero hoy dejar claro que en la balanza de la valoración, la certeza sólo la tiene el Gran Jefe, para los que somos católicos, y que el añorado párroco, reconozco a los cuatro vientos y ante todos aquellos que lean este texto, que el aludido tenía también su parte humana tan grande como su corazón. Me consta. Dicen también que rectificar es de sabios. Yo no lo soy, aunque sí sé rectificar.
ALEJANDRO J. GARCÍA NISTAL /
Palabra dada, palabra empeñada, dice nuestro saber popular. Y hoy cumplo aquí la promesa que hace unas semanas le hice al ex eurodiputado José Álvarez de Paz en una conversación previa a una conferencia-debate en la UNED de Ponferrada. Hablando con Mario Amilivia, Demetrio Madrid, José Luis Torres y este periodista, Pepe Álvarez de Paz me recordaba con cierto disgusto un artículo mío en 'El Faro Astorgano' sobre don Faustino, el párroco de San Andrés durante muchos años hasta su fallecimiento. En ese escrito, recuerdo ahora, ante la avalancha de buenas palabras, actos y homenajes al sacerdote difunto; se llegaron a decir tantas cosas que la parte menos amable, cara del ser que todos tenemos, parecía no existir. Un tanto azuzado por amigos de pensamiento, palabra y obra, redacté unas letras que, sí, años después, he de reconocer estaban un tanto cargadas de protesta, dosis de retranca y una brizna de mala leche. Don Faustino era de izquierdas, sí, pero ejercía su ministerio divino con una vocación y entrega que ya quisiéramos para otros muchos sacerdotes que llegando a la capital diocesana, se elevan hasta el infinito olvidándose de que son representantes de Dios, pero no Dios en persona.
Don Faustino también era de trato amable, siempre sonriente ante la adversidad, tremendamente desprendido incluso para su vestimenta diaria. Y mi trato con él fue siempre más por ser hijo de mi padre que por ser él un padre ante un hijo más. Tengo que reconocer que durante años mucha gente de la Curia, varios políticos muy cercanos con cargos en la izquierda y algún que otro ciudadano más, me recordaban ese artículo periodístico porque, con voluntaria provocación, incidía en la parte de Faustino donde se acercaba al fuego de la política en el movimiento vecinal llegando, a mi juicio, en ocasiones a quemarse. Quiero hoy dejar claro que en la balanza de la valoración, la certeza sólo la tiene el Gran Jefe, para los que somos católicos, y que el añorado párroco, reconozco a los cuatro vientos y ante todos aquellos que lean este texto, que el aludido tenía también su parte humana tan grande como su corazón. Me consta. Dicen también que rectificar es de sabios. Yo no lo soy, aunque sí sé rectificar.