Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 12 de Junio de 2021

La fragilidad mental

[Img #54497]

 

 

Todas las noches, una vez que me meto en la cama, echo un vistazo a las noticias de última hora en el teléfono. Sí, últimamente he cambiado mis hábitos; el libro de la mesilla de noche lo he sustituido por el teléfono y la literatura por las noticias. Ese es el enganche que nos proporciona la tecnología, el de saber un poco de todo en todo momento; desde el lujoso jet privado personalizado que el Estado marroquí regaló a Moulay Hassan, el hijo heredero de Mohamed VI, por sus 15 años, un avión de 57 millones de euros (me impresiona pensando en que los jóvenes marroquís se juegan la vida para salir de ese mismo país que no ofrece más que miseria), a la receta de un puchero,  el vestidito que recicla la reina Letizia,  la Familia Arcoiris haciendo hippiladas en la Rioja, o la gran ovación a Plácido Domingo en el Auditorio Nacional pasando por alto el boicot internacional por ‘abusos’. Un poco de todo, un potpurrí de frivolidad  e interés.

 

Pero a última hora del día saltó a los medios la terrible noticia que no queríamos oír pero que llegó. Ayer jueves apareció bajo el mar, a 1.000 metros de profundidad, el cadáver de la niña Olivia de 6 años que su padre se había llevado junto con su hermana. Leí la noticia antes de dormirme y se me encogió el corazón. Lloré, no suelo llorar pero lloré, lloré de compasión por esa madre, llore de tristeza por esos hijos, lloré de rabia por tanta maldad y lloré de incomprensión por un acontecimiento tan espantoso.

 

Qué poco queremos creer en la crueldad. Esta madre decía que conocía a su exmarido y que estaba convencida de que no haría nada a sus hijos porque los adoraba. Decía que estaba convencida de que estaban bien cuidados y que su exmarido estaba haciendo un gran teatro y en cualquier momento aparecería con las niñas. Lo creía, lo sabía.

 

No sé si quería auto-convencerse para sobrevivir a la angustia o lo pensaba de verdad.  Me acongoja pensar en cómo esta madre ha recibido la noticia de que su querida hija de 6 años estaba en el fondo del mar dentro de una bolsa y lastrada con un ancla. ¡Qué horror! No es imaginable el terrible dolor de esta pobre madre.

 

Pero lo más inconcebible es el mecanismo psicológico de cualquier persona, más aún de un padre, la enajenación mental que le pueda llevar a hacer tal barbaridad.

 

Creemos que conocemos a las personas que nos rodean mientras las circunstancias son favorables y las relaciones son amables, pero cuando la situación cambia y no nos es conveniente no somos capaces de concebir hasta qué punto se puede retorcer el espíritu, los valores, las virtudes y las decisiones.

 

La mente humana es como un frágil prisma de cristal que manteniendo su estructura mantiene su brillo, su equilibrio y su armonía, pero si se le da una tobita en alguna de sus aristas, en su punto flaco, el prisma se puede romper en mil pedazos y la mente se puede desbocar por caminos salvajes y primitivos. El egoísmo actúa entonces como principal motor de las actuaciones.

 

Este mecanismo se pone en marcha en muchas y diversas situaciones. Un ejemplo muy claro y común es el de las herencias. Los hermanos están hermanados (valga la redundancia) hasta que tienen que repartir la herencia, entonces la tobita de repartir rompe la armonía y se desata el egoísmo,‘ a ver quién es el más listo para quedarse con más cosas’, “coge el dinero y corre”, la armonía se va al ‘carajo’, ya no hay hermanos que valgan sino contrincantes.

 

Lo dramático es cuando pasa en un matrimonio, te crees que conoces a tu pareja porque llevas tantos años viviendo y durmiendo con ella pero realmente se la conoce cuando llega la tobita de la separación, ahí es cuando verdaderamente se demuestra la calidad humana y cuando uno se encuentra con muchas y desagradables sorpresas que jamás se hubiera imaginado.

 

Hemos asistido ya demasiadas veces a la terrible situación de que un padre mata a sus hijos para hacer daño a la madre. ¡Cómo se le puede haber ido la cabeza a un padre para hacer eso! No concibo que esa perversidad la tuvieran de siempre los padres, ni creo que sea fruto de la rabia por el desamor de la mujer, creo que es la tobitaego, la del rechazo, la que hace mella, más bien hachazo, en el ego masculino y provoca el saltar por los aires su frágil equilibrio mental. No puedo concebir que se trate de maldad sino de un desequilibrio patológico difícil de prevenir.

 

Dice la ministra que “habrá que tomar medidas” ¿Qué medidas se pueden tomar cuando de repente a una persona se la va la olla y en dos horas mata a sus hijos sin ningún indicio anterior? Imposible controlar esos arrebatos patológicos. Pero sí se podían empezar a tomar las medidas en la educación. Educación. Cultura. Cultura. Educación. Desde pequeños enseñar a respetar, a controlar las emociones, a saber escuchar música, a pintar, a sacar la parte plástica de cada individuo y canalizar las emociones a través del impulso artístico…, a concebir un mundo más amable, más humano, más feliz…

 

Vivimos con mucha presión, presión que curiosamente va en aumento porque cuanto más se sabe de tecnologías menos se sabe de humanismo.

 

Se habla del desarrollo de la humanidad pero el concepto ‘humanidad’ está sufriendo una involución. Se desarrolla la tecnología, se desarrolla la economía de mercado, y se enrolla, se empobrece, el sentido humano de la vida. Existe una gran e intangible presión sobre el individuo, los esquemas sociales abruman con sus leyes cada vez más intransigentes, tobitas opresoras, que angustian la vida y rompen los equilibrios mentales.

 

Más justicia, más tolerancia, más benevolencia, más comprensión…, y estoy segura que se instalará mucha menos violencia en la mente humana.

 

Un gran dolor por ese salvaje final de esas niñas y para esa madre. Mi más sentido pésame.

 

O témpora o mores

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.