Los muertos
![[Img #54499]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2021/4175_pilar-sombra.jpg)
… Son los otros,
traficantes de sueños infecundos,
quienes despiertan en la muerte un día,
pobres al fin.
Luis Cernuda.
Llega un momento en la vida de las personas en que se acumulan los muertos. Sin permiso previo estrenan una nueva manera de estar presentes, remansado ya el dolor que produjo su ausencia, perdonadas las deudas, vencida la negación. Empiezan entonces a acompañar, a aconsejar, a entablar con los que seguimos vivos una partida virtual que solo encontrará su vis a vis cuando crucemos al otro lado, ese territorio que ellos ya conocen y a nosotros nos cuesta imaginar tanto como nos tienta.
No son sombras, son luces que irradian paz conforme pasa el tiempo, pues hasta el más sociable necesita de vez en cuando la conversación escondida, las confidencias sin confidente, hablar solo figurándose estar siendo escuchado por quienes lo amaron, por quienes prosiguieron su paseo por el amor y la muerte dejándolo atrás, aunque nunca del todo.
En pocos meses han atravesado la puerta hacia el Quién Sabe personas muy próximas y queridas (cada cual desgrana las cuentas de su propio rosario). Unas porque las leyes de la existencia humana dejan escapar a muy pocos infractores; otras, sin embargo, lo han hecho prematura, cruelmente. También se han ido personajes públicos que conocíamos un poco o un mucho a través de su obra, pero precisamente por la vitalidad y fuerza que en ella transmitían los sentimos más nuestros que al vecino paredaño, al pariente distante, al compañero de trabajo con el que apenas hemos cruzado el saludo durante décadas e indiferencia.
La necesidad de los hombres que ha creado dioses y utopías, creído contra toda certeza en kermeses celestiales, reencarnaciones, reencuentros ultratúmbicos o en un Más Allá que imponga la justicia que el más acá escatima, nos ofrece a los escépticos este frágil consuelo: unas fotos o un vídeo que parecen detener el tiempo; un poema que salta de repente de una página para poblar el mundo cotidiano y ramplón en el que sobrevivimos, un sueño más real que la realidad misma. Un homenaje, una conversación, unas letras olvidadas en un cuaderno que son capaces de resucitar a los habitantes de Pompeya, a los caídos en Troya, al enamorado que lleva aún en los labios el beso de su amada mientras cae desde la torre, a quien velaba nuestra fiebre infantil, nos enseñó a leer y a andar en bicicleta o aquel que abrazó nuestro cuerpo y también nuestra alma durante un breve trecho del camino que a la vez fue infinito.
Somos cócteles de emociones, a veces explosivos, otras indigestos pero nunca inocuos. En el mío no pueden faltar nunca las gotas de Angostura del pensamiento, el hielo frappé del lenguaje, la guinda o el limón del talento de quienes los agitan. Así, la emoción que produce la música se multiplica cuando son Aute o Franco Battiato los intérpretes, lo que dicen, cómo lo dicen, lo que despiertan en quienes los escuchamos desde esa altura del gozo que nos alza y sostiene.
Así también los que usan las palabras como alivio, dardo, lumbre, juego. Joan Margarit, Jesús Hilario Tundidor, Caballero Bonald, Joaquín Benito de Lucas, Francisco Brines, Enrique Badosa, insoportable letanía de nombres en despedida que ya no están pero que siguen siendo y nos dejan, a cambio, no solo el manantial inagotable de sus palabras, sino la enseñanza de que es preciso apurar el instante, pues pronto será pérdida. La pérdida que podemos reencontrar desgranando eslabones formados por sus versos:
Hacia un buscarte a ti tan sólo has ido.
Llámale eternidad, o Dios, o infierno.
Pero sé que el camino persiste.
Ya no me queda sitio sino tiempo.
Su cauce es mi palabra.
Todo es un vuelo y más, es más que un vuelo.
El conocimiento de la muerte puede llenar de sabores el presente como endulza el sol los frutos en la rama, grana la mies, madura y redondea proyectos y personas.
Camino, vuelo, tiempo, palabra, eternidad, búsqueda… Al vivir nos llenamos la boca con sus sílabas, mordisqueamos su atmósfera y buscamos que estallen como estalla el bullicio de las golondrinas cuando arde el verano.
Vivamos, pues. Leamos y aspiremos la fugacidad de lo irrepetible al amparo de quienes supieron describir la luz a pesar del cielo encapotado. Y gustar de ella. Y ofrecerla.
Como leemos en José Luis Hidalgo, Ulises que alcanzó su Ítaca hace una eternidad que para nosotros sigue siendo ahora:
Ahora que ya estoy solo puedo morir. Tú sabes
que a la muerte hay que ir sin que nadie nos llore,
ocultando las rosas del amor que encendimos
y el que sólo fue sombra que soñamos de noche.
… Son los otros,
traficantes de sueños infecundos,
quienes despiertan en la muerte un día,
pobres al fin.
Luis Cernuda.
Llega un momento en la vida de las personas en que se acumulan los muertos. Sin permiso previo estrenan una nueva manera de estar presentes, remansado ya el dolor que produjo su ausencia, perdonadas las deudas, vencida la negación. Empiezan entonces a acompañar, a aconsejar, a entablar con los que seguimos vivos una partida virtual que solo encontrará su vis a vis cuando crucemos al otro lado, ese territorio que ellos ya conocen y a nosotros nos cuesta imaginar tanto como nos tienta.
No son sombras, son luces que irradian paz conforme pasa el tiempo, pues hasta el más sociable necesita de vez en cuando la conversación escondida, las confidencias sin confidente, hablar solo figurándose estar siendo escuchado por quienes lo amaron, por quienes prosiguieron su paseo por el amor y la muerte dejándolo atrás, aunque nunca del todo.
En pocos meses han atravesado la puerta hacia el Quién Sabe personas muy próximas y queridas (cada cual desgrana las cuentas de su propio rosario). Unas porque las leyes de la existencia humana dejan escapar a muy pocos infractores; otras, sin embargo, lo han hecho prematura, cruelmente. También se han ido personajes públicos que conocíamos un poco o un mucho a través de su obra, pero precisamente por la vitalidad y fuerza que en ella transmitían los sentimos más nuestros que al vecino paredaño, al pariente distante, al compañero de trabajo con el que apenas hemos cruzado el saludo durante décadas e indiferencia.
La necesidad de los hombres que ha creado dioses y utopías, creído contra toda certeza en kermeses celestiales, reencarnaciones, reencuentros ultratúmbicos o en un Más Allá que imponga la justicia que el más acá escatima, nos ofrece a los escépticos este frágil consuelo: unas fotos o un vídeo que parecen detener el tiempo; un poema que salta de repente de una página para poblar el mundo cotidiano y ramplón en el que sobrevivimos, un sueño más real que la realidad misma. Un homenaje, una conversación, unas letras olvidadas en un cuaderno que son capaces de resucitar a los habitantes de Pompeya, a los caídos en Troya, al enamorado que lleva aún en los labios el beso de su amada mientras cae desde la torre, a quien velaba nuestra fiebre infantil, nos enseñó a leer y a andar en bicicleta o aquel que abrazó nuestro cuerpo y también nuestra alma durante un breve trecho del camino que a la vez fue infinito.
Somos cócteles de emociones, a veces explosivos, otras indigestos pero nunca inocuos. En el mío no pueden faltar nunca las gotas de Angostura del pensamiento, el hielo frappé del lenguaje, la guinda o el limón del talento de quienes los agitan. Así, la emoción que produce la música se multiplica cuando son Aute o Franco Battiato los intérpretes, lo que dicen, cómo lo dicen, lo que despiertan en quienes los escuchamos desde esa altura del gozo que nos alza y sostiene.
Así también los que usan las palabras como alivio, dardo, lumbre, juego. Joan Margarit, Jesús Hilario Tundidor, Caballero Bonald, Joaquín Benito de Lucas, Francisco Brines, Enrique Badosa, insoportable letanía de nombres en despedida que ya no están pero que siguen siendo y nos dejan, a cambio, no solo el manantial inagotable de sus palabras, sino la enseñanza de que es preciso apurar el instante, pues pronto será pérdida. La pérdida que podemos reencontrar desgranando eslabones formados por sus versos:
Hacia un buscarte a ti tan sólo has ido.
Llámale eternidad, o Dios, o infierno.
Pero sé que el camino persiste.
Ya no me queda sitio sino tiempo.
Su cauce es mi palabra.
Todo es un vuelo y más, es más que un vuelo.
El conocimiento de la muerte puede llenar de sabores el presente como endulza el sol los frutos en la rama, grana la mies, madura y redondea proyectos y personas.
Camino, vuelo, tiempo, palabra, eternidad, búsqueda… Al vivir nos llenamos la boca con sus sílabas, mordisqueamos su atmósfera y buscamos que estallen como estalla el bullicio de las golondrinas cuando arde el verano.
Vivamos, pues. Leamos y aspiremos la fugacidad de lo irrepetible al amparo de quienes supieron describir la luz a pesar del cielo encapotado. Y gustar de ella. Y ofrecerla.
Como leemos en José Luis Hidalgo, Ulises que alcanzó su Ítaca hace una eternidad que para nosotros sigue siendo ahora:
Ahora que ya estoy solo puedo morir. Tú sabes
que a la muerte hay que ir sin que nadie nos llore,
ocultando las rosas del amor que encendimos
y el que sólo fue sombra que soñamos de noche.