Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 19 de Junio de 2021

La lección de Eriksen

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La percha es futbolera. Sin embargo, aflora una doble lectura que  discurre por sinuosos meandros.  A todos nos ha sobrecogido la imagen del jugador danés Christian Eriksen derrumbándose como muñeco sin vida sobre el césped, en el encuentro de la Eurocopa de su selección contra Finlandia. Los aspavientos de compañeros, rivales, árbitros y auxiliares de los banquillos hicieron temer lo peor: la muerte sobrevolando, como ave de pésimo agüero, en escenario que está para recoger emociones gratas de la vida. El muro humano que rodeaba al fulminado era la forma de ocultar la lucha del hombre contra su inevitable final. Cuando esa cita no se hace a solas, pandemias aparte, la catástrofe es dueña de la situación. Un coliseo moderno, aún con la metáfora de trincheras que guarda, jamás puede ser receptáculo de agonías cobradas por la parca. Es su opuesto más radical.

 

Gracias a Dios,  las estadísticas alumbran una inmensa mayoría de victorias vitalistas en los estadios. Eirksen es el último ejemplo por ahora, pero unos pocos dejaron el último aliento sobre ese césped de épicas y dramas leídas en la simbología de rivalidades por derroteros ajenos por completo a un óbito.

 

Hoy es casi imposible birlarle al mundo una imagen en movimiento de las grandezas y perrerías que expone. Y a esta condición no escapan los cada vez más familiares retratos de atletas cayendo en acto de servicio o escapando a las garras de la muerte gracias a una experta mano sanadora, porque ese no era el día prescrito. Personas en esos teatros, y con ese enfoque destructivo, anonadan.

 

Eriksen es  - afortunadamente todavía conjugado en presente-  un deportista de élite.  El shock tuvo su consecuente efecto multiplicador. Pero se empiezan a normalizar noticias de semejantes descalabros en el deporte aficionado o de base, entre chavales en la transición de la adolescencia a la juventud, adscritos a torneos locales en los que saciar la sed de competición que instruye el modo de vida contemporáneo. Para ellos no hay más titular que una fría estadística o el luto familiar, cuando no un futuro truncado por el veto perpetuo a una afición o expectativa profesional gestionado en angustioso silencio.

 

La fama del futbolista danés incita a mirar por el ojo de la cerradura. Causa y efecto se hacen más nítidos por la relevancia de este protagonista que, dicen, fue arrebatado de las garras de Tanatos. Hay mucho, en la terrible visión de yaciente moribundo sobre la hierba, de la soberbia humana en pos del superhombre.  La explotación ya no solo alcanza a los miserables de la tierra, pues ha tomado el territorio de los nuevos multimillonarios del espectáculo o de otros negocios. Esclavos mimados, pero esclavos, si no en presencia, en esencia.

 

La insaciable máquina  de las plusvalías no ceja en su carroñero propósito. El deporte es un pelele  de la inagotable plataforma de espectáculo que son las televisiones y sus parrillas de programación y audiencias. Pagan millonadas por derechos televisivos, pero se lo cobran con intereses casi usureros en competiciones tan abigarradas que no hay día sin partido. Al final de una temporada, once meses, un deportista de élite puede contabilizar muy bien un centenar de citas con los espectadores. Es decir, un día de alta tensión por cada casi tres de engañoso descanso, porque buena parte de ellos habrán de transcurrir en el estrés físico y psicológico del inmediato examen en el coliseo. ¿Cuántos de estos gladiadores modernos presumen de cuerpos esculturales, pero vísceras carcomidas por el sometimiento a preparaciones y ritmos inhumanos? Bien pagados en lo tangible; mejor cobrados en lo intangible.

 

La cohorte, aguas abajo, irrumpe en unos progenitores vaciados de sentimiento  altruista. Exigen a sus vástagos la inmolación en ese altar de sacrificios sobrehumanos para solazarse en la paupérrima y miserable visión de los triunfadores calibrados en los dígitos de las cuentas corrientes. Negreros de hijos propios, educan solo para su egocentrismo, y si la cosa sale mal, que es lo más corriente, dejan en la progenie la traumática herencia de fracasos sin apelación. Estos son los energúmenos que en las competiciones de la chavalería agreden de palabra y obra a árbitros o entrenadores que han osado cuestionar las virtudes de su párvulo.  

       

Eriksen imparte lección deportiva, pero extensiva a variadas disciplinas que se atengan a estos cánones. El triunfo moderno es incomprensible sin la notoriedad ante  la masa. Se ha modelado pacientemente, desde los poderes reales y fácticos, una sociedad expuesta sin miramientos al juicio ajeno valorado en cantidad y no en calidad. Eres alguien hoy mucho más por lo que ganas, que por lo que sabes. Eres alguien hoy mucho más por los millones de I like a una inanidad, que por la hazaña de una edificante imaginación puesta al servicio del bien común. Si estos comportamientos no son indicativos de una colosal crisis de valores, de una civilización en las últimas, ahí está un futbolista danés para atestiguarlo con un desmayo viral cargado de alegorías.

                                                                                                                     

        

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