Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 03 de Julio de 2021

Un asunto propio

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Concédanme licencia, lectores, fijos u ocasionales, de abuhardillarme por una vez en un asunto propio. Es más común de lo conveniente entre los periodistas, hacer de su columna tribuna de agravios o amenazas en primera persona. Martillea en mi oído una advertencia de colega de campanillas a un alto funcionario ministerial, al que pedía, más bien exigía, una entrevista en exclusiva con el ministro del departamento. Como aquél se negara al imperativo del plumilla, éste, ni corto, ni perezoso, le espetó: con qué no ¿eh? Lee mañana mi columna.

 

No es este mi estilo. Profesionales de muy alto rango lo rechazan de plano. Lo secundo. Pero siempre hay una excepción a la regla. El escrito o denuncia de un periodista pertenece por entero al lector; o a eso, en términos colectivos, tan difuso hoy, conocido como opinión pública. Ha dejado de ser sustantivo y calificativo al mismo tiempo. Una desgracia.

 

Mi asunto propio se asienta en la cercanía afectiva de un hijo, yerno en aras a la exactitud del vínculo familiar. Mi hija, obvio, se casó con él, en el ayuntamiento de Astorga, para más señas. Aportó a ese matrimonio nacionalidad argentina, que ni quita ni pone a la condición humana, y una discapacidad física de medio cuerpo para abajo que le obliga a desplazarse con muletas. Ello nunca ha obrado como tara de un estado de ánimo rebosante de bonhomía, optimismo y vitalidad.

 

José se llama. Nunca le hemos llamado Pepe, que es lo propio por estos pagos. A él le gusta la nominación original, incluso bien acentuada en la e final. Es porteño y por allí el acrónimo del padre putativo (PP) de Dios no parece estilarse. Cuestión menor.

 

La mayor ha sido su odisea desde que llegó a España, va a hacer siete años, de la mano de mi hija, que puso proa a  la aventura de buscarse la vida con el trayecto Argentina-España, y no en el sentido inverso, ferozmente incrustado en la crónica de uno de nuestros fracasos como nación, la de su numerosa población emigrante. Allí, ambos dejaron trabajo. Les pudo, supongo, el tirón del terruño, a mi hija, y el amor a la compañera, a José.

 

Llegó él con empleo en el zurrón. Ellos venían a hacer las España, pero España no les ha hecho a ellos. El trabajo de José fue en una empresa que hace juegos de ilusionismo, es decir, nada o poco es lo que parece, entre el mundo del juego y el azar, y una obra social de la que se envanece, pero que aguas abajo no oculta zonas pantanosas.

 

Al chico le ofrecieron un puesto de vendedor de cupones en el mojón del quinto pino de su residencia. Todos los días se echaba al hombro una mochila con artilugios de su función que llegaba a superar los ocho kilos de peso, y con la sola fuerza motriz de sus muletas, enlazaba durante más de un hora autobuses y líneas de metro, camino de su oficina. Chocante, de primeras, que alguien con movilidad visiblemente reducida, y en letra bien grande en el contrato, fuese obligado a un desplazamiento diario lleno de penalidades y esfuerzo.

 

A los pocos meses le despidieron o no le renovaron que, si legalmente no es lo mismo, en semejantes circunstancias arrastra mucho parecido. Alegaron que no cumplía objetivos. Ubicado en medio de ninguna parte, le exigían ventas propias del barrio de Salamanca. Cuando se refirió así al matiz, la concienciación social de la empresa salió a relucir con la réplica de que saliese a buscar clientela fuera del quiosco. Un sarcasmo agregado e insultante a sus condicionantes físicos.

 

José no ha vuelto a encontrar trabajo en más de seis años de penosa e infructuosa búsqueda. Ha cursado y aprobado módulos y máster de formación profesional, con buenas calificaciones y las mejores referencias de los docentes. Ha cumplido sobrada y eficientemente cursos de prácticas, no ya mal remunerados, gratuitos. Ya está en la fase burocrática de los trámites para la adquisición de la doble nacionalidad. Pero sigue esperando el maná de un trabajo que le realice plenamente como hombre social y familiar. No exagero: ha acudido a más de un centenar de entrevistas que siempre llegan al último escalón del que, indefectiblemente, se cae. Es un Sísifo moderno, como tantos.

 

José ama España ¿España ama a José? Pregunta al aire porque solo éste puede dar razón de la ópera bufa que se representa en el trato otorgado a los discapacitados en este país, muy sensibilizado en accesibilidades a infraestructuras, y cerrado a cal y canto  en las vitales y esenciales oportunidades laborales, que son las que mejor abren las puertas de la normalidad.

 

La proclamada bondad social de este país está incompleta. Colectivos con firme y férrea voluntad de lobby acaparan la visibilidad mediática de los abusos e injusticias perpetrados individual y colectivamente. Es un corporativismo sentimental que ha ignorado a personas que necesitan del empuje social en medida, si no superior, al menos equivalente, a las de estos grupos antaño injustamente discriminados y ahora dueños y señores de infraestructuras estatales a su servicio. ¿Podemos decir lo mismo de los discapacitados?

 

Bien están las rampas y los accesos adaptados, pero el contrato laboral para estas personas, el arbitraje de condiciones para ganarse un sueldo en sus especiales particularidades, es una profunda sima abisal, inexplorada, desconocida.

 

De mi asunto propio a un asunto general. Esta columna la escribo yo, pero es de ustedes, lectores. Gracias y perdón por concederme esta licencia a mi desventura de padre/suegro sufriente, que también es de bastantes.

                                                                               

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