Tomás Néstor Martínez
Domingo, 11 de Julio de 2021
ENTREVISTA / Mar Sancho, poeta

Mar Sancho: La literatura como viaje vivido en su inmensidad

La fiesta de la poesía continuaba este viernes 9 de julio en Veguellina de Órbigo en esta décima tercera edición dedicada a la memoria de la escritora Elena Santiago, fallecida en enero. Con la intervención de Mar Sancho, que según palabras de Tomás Néstor lo hacía para "contar cuanto ha vivido, cuanto ha visto desde o en un vagón de tren en marcha o detenido o en un andén o en una parada última."

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Tomás Néstor Martínez: Estamos con Mar Sancho, poeta, abogada, que también pasa el día laboral entre números y otros negocios. Yo no sé si eso servirá para contar versos luego sílabas, para ver si la acentuación es correcta. ¿Qué mezcla, verdad?

 

Mar Sancho: Sí, es una contraposición, el día y la noche. El día con la coherencia no sé si numérica, porque yo soy tan retadora que los números los escribo con palabras, y no se trata tanto de trabajar con números pero sí en un mundo de la coherencia durante el día y después dedicar la noche a la incoherencia literaria y dentro de la incoherencia literaria la mayor de las incoherencias es la poesía.

 

 

¡Y qué sana incoherencia!

 

No la hay más, es la incoherencia más bella: la poesía.

 

 

Su obra es amplía, ha escrito poemarios como ‘Lisbon visited’, ‘Inventario de invierno’, ‘Dita wInterreiser', 'Variaciones sobre un viaje viejo’, 'Oblivión' y el más reciente de hace casi dos años ya, ‘Entre trenes’. Escribe prosa, relatos cortos, como ‘Relatos para leer en autobús’,  ‘El perro que fuma’, ‘Concierto para hombre solo’, ‘Leningrado tiene setecientos puentes’o ‘La insensata vida de los santos’, publicada hace apenas un mes. Y luego dos novelas que son ‘Conditio sine qua non', 'Y aún es tarde’, esta última muy valorada por De Prada, que pone su estilo como verdaderamente poesía y un dominio del lenguaje casi imposible para la gente de a pie.

 

Ay, la poesía. Quizás quien sea poeta lo sea en todos los géneros, no solamente en la poesía sino también en el relato corto, o en la novela que en mi caso además no son novelas extensas tampoco y es cierta esa vocación por el cuidado de lenguaje, por el cultivo del lenguaje. Es una vocación, casi un mandato de cuidar la palabra, de cultivarla y con ella articular todo aquello tendente a la belleza.

 

 

¿Qué indagas cuando viajas?

 

Todo absolutamente. Todo viaje es curiosidad infantil y es aprendizaje ante todo. Y la premisa, la única premisa de viajar es aprender y aprender; el ir captando percepciones y sensaciones, pero también historias, paisajes, también personajes. El ir capturando todo eso y después atraparlo y transformarlo en palabras es la verdadera razón del viaje.

 

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¿Siempre está la vida en otra parte?

 

Yo estoy convencida de que sí, de que la vida está aquí en este instante, pero está en otros muchos lugares y es esa vocación de aproximarme a ella lo que siempre me lleva a partir o intentar descubrirlo de alguna manera.

 

 

De todos tus viajes en tren sobre todo en tren, ¿qué paisanaje humano, qué paisaje natural ha provocado con mayor fuerza tu inspiración para escribir?

 

En cierto modo, te referías antes al libro ‘Entre trenes’ donde están seleccionados aquellos viajes, aquellos paisajes, aquellos paisanajes en tren que más me han marcado. Cinco viajes por distintos lugares de la geografía. Pero me voy a decantar por uno de los cinco que más me marcó vitalmente y también poéticamente. En aquel momento era un viaje en tren, en un tren que desde Salta asciende a los Andes en el noroeste de Argentina, un viaje en un tren de carga prodigioso, donde el paisaje va asaltando lo que llaman la puna, va ascendiendo a los Andes, cruzando campos de minerales, campos de azufre, llega a esos ojos de mar con flamencos rosa que hay en mitad de los Andes y al final se detiene en la frontera con Chile, en el volcán Socompa. Y junto a ese paisaje asombroso y variadísimo, siempre en ascensión constante, estaba todo ese paisanaje que ascendía y descendía, o que llegaba hasta el final de su trayecto, donde el aprendizaje es inmenso por muchas razones; por una parte porque la vida no tiene prisa en determinados lugares y sus habitantes tampoco, por mucho que nuestros entornos se empeñen en inculcarnos constantemente esa rapidez o esa necesidad de lo inmediato; y una de las partes de ese viaje, que no está recogido en el poemario, porque el poema del tren de Salta a Socompa únicamente hace el trayecto de ida, es en el trayecto de vuelta cuando el tren se estropea y la locomotora de repente estalla y ese paisanaje no se inmuta en absoluto, porque sabe que algún día, una semana después el tren arrancará y la vida posiblemente sea igual o sea diferente, pero ese instante es algo que están capturando, ya que vitalmente lo recordarán siempre.

 

 

Es cierto que sobre todo en los países africanos y en los latinoamericanos nunca hay prisa, si se estropea como dices el tren y hay que esperar un día allí, se espera y nadie se altera, y nadie se exalta como diría alguno de aquellos: está de Dios.

 

Quizás hasta el accidente pueda ser un tiempo para el detenimiento, para la reflexión, para la filosofía.

 

 

De infarto no muere nadie.

 

Y no es necesario tampoco. Hay muchas maneras más bellas de morir.

 

 

Por supuesto, y en los trenes de largo recorrido habrás tenido tiempo para imaginar vidas ajenas y de alguna manera retratar aquellos con quienes viajabas en el mismo compartimento.

 

Ahí me has adivinado, porque una de mis querencias desde la infancia es la imaginación de vidas ajenas, la de ver a esa persona, a esa anciana, o a ese joven que están sentados en un asiento próximo, y confabular todo acerca de ella, desconocerlo todo y a la par creer saberlo todo. Y eso es algo prodigioso, es lo mismo que asistir a un concierto e imaginar la vida de cada uno de los músicos que componen la orquesta. Quizás esa sea una parte también de la literatura, o una parte de la creación. Partir de unos indicios y a raíz de ellos reconstruir una vida que puede ser real, que puede ser ficticia, o ambas cosas a un tiempo.

 

 

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Porque tú con la música has tenido muy buena relación, con la ópera por ejemplo.

 

Sí, soy una adicta a la música y es algo que también invade inexorablemente mi literatura, sobre todo desde la perspectiva de la aliteración, una figura o un recurso que no sé si yo persigo o que me persigue a mí, sin pretenderlo, lo que hace que esa música esté siempre presente. En poesía la música es fundamental. La poesía y la ópera están muy próximas.

 

 

Explícame qué quieres decir cuando de vez en cuando repites que en todo viaje aprendemos algo de nosotros mismos.

 

Te hablaba antes de ese aprendizaje del paisaje, del personaje, pero dentro de ese paisaje y ese personaje está el paisaje interior y el propio personaje interior. Yo soy una viajera solitaria y es cierto que a veces he coincidido con algunas personas en el viaje, pero no hay nada tan prodigioso como viajar solo. Por una parte porque la percepción del mundo exterior es mucho mayor. Es mucho más fácil que al ir uno solo acabe siendo confesor de quien se siente en el asiento contrario o en el contiguo. Cuántas veces te habrá sucedido que al ir solo, tal vez por hospitalidad, la gente se te aproxima, se interesa por tu estado. ¿En qué te puedo ayudar?, te informa, te relata su vida, sus historias, te relata incluso aquello que no le dice a su hermana, o que no sabe su marido. Eso me parece algo prodigioso, pero también nos ayuda a aprender de nosotros mismos. Muchas veces mis viajes, que han sido largos, porque han sido residencias en otros países, estancias largas de un año, de dos años en cada uno de los lugares y ese aprendizaje.....

 

 

De Alaska a la Patagonia.

 

Sí, es el aprendizaje de comenzar a vivir. De llegar a un lugar donde no tengo una casa, donde no tengo amigos, donde no conozco su filosofía de vida y ese aprendizaje me enseña mucho también de mí misma, me exige inventarme o reinventarme en cierto modo. Y después algo que sucede mucho en los viajes en tren, siempre hay un reflejo de uno mismo en la ventanilla.

 

 

También dentro del viaje hay un viaje de sentires, hay un viaje de percepción.

 

Y ese es el viaje más intenso. ¿Acaso no viajamos solamente para percibir y sentir?, ¿no es ese el gran aliciente del viaje?, y eso coincide plenamente con la literatura. La literatura también es un viaje al percibir, un viaje al sentir, es el mismo viaje en definitiva a sentir intensamente.

 

 

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¿Cuánto más lejos de casa mejor?

 

A veces sí. Es una especie de premisa insostenible porque ¿en cuántas ocasiones en un lugar muy próximo a casa, casi en la calle contigua, presentimos o encontramos el hallazgo? Quizás esa sea la búsqueda de todo viaje, el hallazgo. El hallazgo en la belleza y a veces está muy próximo pero no sé por qué yo todavía persigo encontrarlo lejos, incluso en estos tiempos en que no se puede.

 

 

Y desde luego, lo repites con cierta frecuencia, el destino final es intrascendente.

 

Siempre es intrascendente. El destino final ya sabemos cuál es.

 

 

¿Se trata entonces de deambular, de ser nómada?

 

Definitivamente se trata de deambular con los ojos bien abiertos y con la curiosidad de par en par. Hablábamos de la percepción, de ser nómadas de esa percepción. Para mí es intrascendente el lugar al que llegamos. A veces sí que procuramos llegar a un lugar porque hay una persona querida en ese lugar, o hay algo que nos hace sentir en un determinado momento, pero por lo general el viaje es el tránsito, es como la propia vida, el destino que no conocemos no nos interesa. Llegar al destino de la vida… ya sabemos cuál es. Pero qué deleite y qué disfrute todo el tránsito del deambular por ella.

 

 

Y desde luego mejor en tren que en avión, y en esos trenes que van tirados por una locomotora histórica. ¿Y a pie?

 

Para empezar, es verdad, el viaje es caminar, el principal viaje. Para mí caminar es fundamental y de hecho todas mis ideas se producen a medida que camino; las ideas en todos los ámbitos, también las ideas literarias. Es como si el movimiento hiciera que brotase la idea, coma que brotase la historia de alguna manera. Y después, no sé por qué, pero el traqueteo del tren me inspira sobremanera. Decías de los aviones, y también el oxígeno enrarecido de los aviones me hace escribir; me encanta esa percepción de estar suspendido en la mitad de un mapa y no saber exactamente dónde. Por eso para mí los medios de transporte son el lugar idílico para la escritura.

 

 

Mejor que en coche

 

Muchísimo mejor que en coche

 

 

En coche no pasa nunca nada, o casi nada.

 

En coche no escribimos, no pasa casi nada. Pero ¡ay, el tren!

 

 

¿Es la poesía mucho más densa?, porque en algún sitio has escrito que la poesía en cuatro versos explica tanto como un relato o una novela que necesita para lo mismo muchísimas páginas.

 

Yo soy una adepta de lo breve y me encanta esa condensación. No recuerdo dónde dije esa frase pero en cuatro versos, y a menudo en uno, cabe una novela entera. ¿A ti no te ha estremecido más un único verso que te puede haber hecho temblar, que hasta te puede haber hecho llorar, que te haya hecho sentir inmensamente?, y cuántos libros de 1000 páginas no lo han producido. O una sola frase apenas, una palabra pronunciada de una determinada manera.

 

 

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Dice Shakespeare que estamos hechos de la misma materia que los sueños y que las estrellas. ¿Es el ser humano, hermano de las estrellas y de los sueños, o hijo de las estrellas y de los sueños?

 

Me gusta más esa percepción de hijo, y es muy bella la frase de Shakespeare. Y es verdad, porque al final todo es ensueño y en todo hay esa especie de elevación o de flotación que tienen tanto los sueños como las estrellas, y ambas tienen el componente de lo inalcanzable. Y es esa vocación de que a través de la palabra o de la belleza podrían ser alcanzados, aunque fuera por un instante efímero.

 

 

Durante cuatro años participaste en el Gobierno de la Junta de Castilla y León como directora general de Políticas Culturales. Fue una época de silencio público literario es decir que no hubo aprovechamiento del escaparate. ¿Cómo dividías el tiempo entre la creación y la gestión?

 

No lo dividía, estaba fagocitado por la gestión, pero tuve otra época anterior de cuatro años en que también trabajé para la función pública, en la que fui directora de economía de algo tan árido como es la innovación, la financiación y la internacionalización. En esta etapa todavía me era posible diseccionarlas, a pesar de esa ocupación laboral tan intensa -el día y la noche de las que te hablaba antes-, romper con la actividad diurna y dedicarme a la noche a leer y escribir. Pero en la época de Cultura, no. En la época de Cultura, no sé si por un afán ético o estético, me dediqué exclusivamente a esa gestión, a esa entrega pública. Fue así que al día siguiente de terminar estallé literariamente como nunca antes lo había hecho, porque había ido acumulando ideas y aquello era un manantial destaponado.

 

 

Imagínate que ahora te dan un billete para que pongas el destino en él y desaparezcas. ¿A dónde irías? ¿A dónde no irías?

 

Uf, iría prácticamente a cualquier parte próxima o lejana. Quizás todos estemos ávidos de viajar, ávidos de distancia. Y los que no sé si somos adeptos o adictos a ello mucho más aún. Así que creo que podría viajar a cualquier lugar. Desde Alaska a Zimbabwe te pondría todos, porque de nuevo creo que es un tiempo de viajar, un tiempo de recolectar historias, de recolectar palabras.

 

 

¿Crees que si fuéramos más viajeros que turistas y viajáramos más, el mundo sería mejor, habría más interconexión, más responsabilidad, más sentido común fuera donde fuera?

 

Estoy convencida de que es así. Para mí la diferencia entre el viajero y el turista es que el turista visita los lugares, los monumentos, los museos pero no visita a las personas. Y el viajero sí pasa por ese tránsito físico, aunque al final es lo humano lo que le interesa. Antes te hablaba de esos viajes en soledad, donde se produce la interacción con aquellas personas del país al que se viaja, que tienen una filosofía de vida completamente distinta y cuántas veces en esa escasez tienen una filosofía de la alegría inconmensurable. Y eso nos puede aproximar a la bondad de la que tú hablabas, o a una percepción completamente distinta. Esa es la parte que le falta al turista. El turista solamente se relaciona con el propio grupo turístico y el viajero no. El viajero se empapa del alma de esos lugares y de esas personas y deja una parte de sí en cada una de las personas que conocen aquel lugar, y sobre todo se lleva algo de todos ellos que lo enriquecen, que le cambian su perspectiva para siempre.

 

 

Precisamente en eso que estabas diciendo estaba yo recordando y repasando las grandes lecciones de ética y de moral que he recibido de gente analfabeta, en distintos países del mundo y me he quedado realmente perplejo, y digo hay una sabiduría…

 

Una sabiduría y una aproximación a la felicidad que nuestra sociedad es incapaz de tomar, o simplemente de atisbar. Y en esos entornos, ya no digo de humildad sino de pobreza extrema, existe esa clave que es el camino, no sé si a la conformidad, a la felicidad, o al disfrute verdadero de la vida, sin aspiraciones. Sobre todo sin aspiración material alguna.

 

 

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¿Si aprendiéramos a leer de verdad poesía, también nuestro espíritu, nuestro yo espiritual estaría más comedido y eso se reflejaría en la sociedad?

 

Creo que sí, para mí la poesía es alimenticia, mucho más que cualquier otra cosa; tiene una cantidad de nutrientes importantísimos, de nutrientes, de palabra, de nutrientes filosóficos, de belleza, de sentimientos. Todos los sentires humanos, todos los que existen están en la poesía, en la poesía universal. Y el alimentarse de todo eso sin duda alguna nos hace mejores.

 

 

Llevo años pensando, a ver qué te parece si colaboramos en el proyecto, que en todas las farmacias debería haber una mesa en la que un poeta o una poeta, alguien que escribiera con sensatez recetara un poema.

 

Es que recetar y recitar son prácticamente lo mismo. Esa es la cuestión.

 

 

Ahorraríamos dinero a la Seguridad Social, y si a eso le añadimos un buen vino tinto o blanco y un buen jamón, entonces ya…

 

Eso sería lo más propicio, me encanta la iniciativa, tenemos que hacer algo al respecto.

 

 

Llevo publicándolo, anunciándolo y diciéndolo, pero de momento no he tenido eco.

 

Fíjate te he dicho que la poesía era alimenticia e incluso puede ser medicinal. Estoy totalmente de acuerdo contigo.

 

 

Pues ojalá que sigamos necesitando la medicina poética que seguro nos ahorrará muchos dolores de cabeza.

 

Seguro que sí. Estoy convencida.

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