Minoría de edad
![[Img #54953]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/07_2021/2176__paz-dsc0118.jpg)
Para Kant la minoría de edad alude a la incapacidad de utilizar el propio entendimiento sin la orientación de otro. Todo indica que buscamos vivir en una minoría de edad perpetua donde sean otros los que tomen las decisiones, nos recuerden cuáles son nuestras obligaciones y se hagan cargo de nuestro bienestar.
La adolescencia es una etapa que dedicamos a verter frustraciones sobre las espaldas de nuestros progenitores y los culpabilizamos de falta de comprensión, de nuestros desengaños, de su exceso de autoridad o de proteccionismo. En el fondo, agradecemos sus errores para poder seguir llorando en el papel de pobres víctimas sin dar ni un solo paso en una mejor dirección. Creemos que nos cortan las alas, y seguramente lo hagan, a sabiendas de lo duro que puede ser un mal aterrizaje.
En la edad adulta el reto es consolidar los comportamientos que nos conviertan en ciudadanos respetuosos con el prójimo y tener herramientas para aceptar las frustraciones inherentes a la existencia. Pero a la vez que el ciclo de la vida nos lleva a alzar el vuelo, seguimos tratando de eludir la responsabilidad de los problemas gordos y usando recurrentes excusas con las que escurrir el bulto. No terminamos de llegar a ser verdaderos adultos y tomamos solo aquello con lo que nos sentimos cómodos, entendemos lo que queremos y dejamos el resto para que se responsabilicen por nosotros porque no nos interesaba escuchar o actuar con compromiso.
Supe hace poco del rocambolesco periplo de una familia que cruzó toda la península ocultando que habían enfermado de COVID para no quedarse en cuarentena en su lugar de vacaciones. ¡El rastro que su insensatez habrá dejado tras de sí! Perfecto ejemplo de imbecilidad. Supongo que se excusaron alegando que la culpa es de los políticos—de todos los colores, doctrinas y signos -que nunca dieron muestras de ejemplar madurez y se prolongan y remplazan unos a otros en esta infancia social interminable con decisiones confusas y contradictorias-. Son los delegados de la clase a los que ellos, desde un rincón, les hicieron muecas y pedorretas, cada vez más díscolos e indolentes, mientras se sienten absurdamente aventajados, cabecillas de la insubordinación.
Seguramente este no es el único caso, hay por decenas porque no somos capaces de asumir nuestra responsabilidad y todavía esperamos a que alguien aparezca con una solución mágica. Somos oportunamente descuidados, volubles y perezosos. Gustamos de prolongarla minoría de edad social hasta peinar canas y calvas, sin dejar de buscar a los culpables de este desastre, que después de casi dos años de pandemia, no nos recuerdan cada mañana que hay que ponerse la mascarilla; sí, aunque estés vacunado, que esto no es la purga de Benito. Buscando al responsable que nos deja salir de marcha y beber todos del mismo garrafón y al encargado de evitar que nos acerquemos los unos a los otros más de lo estrictamente necesario o que no concienciemos a nuestros niños y jóvenes del riesgo que supone saltarse las normas sanitarias. Y es que alguien, en alguna parte, ha de tener la culpa de todos estos comportamientos irracionales, de nuestra falta de memoria y de nuestra facilidad para la relajación; de nuestra irresponsabilidad, en definitiva. Alguien, en el Congreso, en los Ayuntamientos, en la comunidad de vecinos o en el espejo del ascensor se olvida de repetirnos tres veces al día cómo y por qué sube la incidencia de casos de Covid, cómo y por qué debemos lavarnos a menudo las manos, ventilar los lugares cerrados, o quedarnos en casa y avisar en caso de cualquier indicio de contagio.
Dónde queda nuestra capacidad de decisión y discernimiento en todo esto. Dónde la lógica aplicable que no necesita de directrices sino de urbanidad, de querer aportar algo real a la colectividad y dejar atrás la trinchera individual y ficticia en que vivimos.
Mientras la enfermedad sea esa infranqueable minoría de edad que nos impide enmendar el mundo y sentar cabeza, pensar y renunciar a consignas heredadas, seremos adultos únicamente por una cuestión física.
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Para Kant la minoría de edad alude a la incapacidad de utilizar el propio entendimiento sin la orientación de otro. Todo indica que buscamos vivir en una minoría de edad perpetua donde sean otros los que tomen las decisiones, nos recuerden cuáles son nuestras obligaciones y se hagan cargo de nuestro bienestar.
La adolescencia es una etapa que dedicamos a verter frustraciones sobre las espaldas de nuestros progenitores y los culpabilizamos de falta de comprensión, de nuestros desengaños, de su exceso de autoridad o de proteccionismo. En el fondo, agradecemos sus errores para poder seguir llorando en el papel de pobres víctimas sin dar ni un solo paso en una mejor dirección. Creemos que nos cortan las alas, y seguramente lo hagan, a sabiendas de lo duro que puede ser un mal aterrizaje.
En la edad adulta el reto es consolidar los comportamientos que nos conviertan en ciudadanos respetuosos con el prójimo y tener herramientas para aceptar las frustraciones inherentes a la existencia. Pero a la vez que el ciclo de la vida nos lleva a alzar el vuelo, seguimos tratando de eludir la responsabilidad de los problemas gordos y usando recurrentes excusas con las que escurrir el bulto. No terminamos de llegar a ser verdaderos adultos y tomamos solo aquello con lo que nos sentimos cómodos, entendemos lo que queremos y dejamos el resto para que se responsabilicen por nosotros porque no nos interesaba escuchar o actuar con compromiso.
Supe hace poco del rocambolesco periplo de una familia que cruzó toda la península ocultando que habían enfermado de COVID para no quedarse en cuarentena en su lugar de vacaciones. ¡El rastro que su insensatez habrá dejado tras de sí! Perfecto ejemplo de imbecilidad. Supongo que se excusaron alegando que la culpa es de los políticos—de todos los colores, doctrinas y signos -que nunca dieron muestras de ejemplar madurez y se prolongan y remplazan unos a otros en esta infancia social interminable con decisiones confusas y contradictorias-. Son los delegados de la clase a los que ellos, desde un rincón, les hicieron muecas y pedorretas, cada vez más díscolos e indolentes, mientras se sienten absurdamente aventajados, cabecillas de la insubordinación.
Seguramente este no es el único caso, hay por decenas porque no somos capaces de asumir nuestra responsabilidad y todavía esperamos a que alguien aparezca con una solución mágica. Somos oportunamente descuidados, volubles y perezosos. Gustamos de prolongarla minoría de edad social hasta peinar canas y calvas, sin dejar de buscar a los culpables de este desastre, que después de casi dos años de pandemia, no nos recuerdan cada mañana que hay que ponerse la mascarilla; sí, aunque estés vacunado, que esto no es la purga de Benito. Buscando al responsable que nos deja salir de marcha y beber todos del mismo garrafón y al encargado de evitar que nos acerquemos los unos a los otros más de lo estrictamente necesario o que no concienciemos a nuestros niños y jóvenes del riesgo que supone saltarse las normas sanitarias. Y es que alguien, en alguna parte, ha de tener la culpa de todos estos comportamientos irracionales, de nuestra falta de memoria y de nuestra facilidad para la relajación; de nuestra irresponsabilidad, en definitiva. Alguien, en el Congreso, en los Ayuntamientos, en la comunidad de vecinos o en el espejo del ascensor se olvida de repetirnos tres veces al día cómo y por qué sube la incidencia de casos de Covid, cómo y por qué debemos lavarnos a menudo las manos, ventilar los lugares cerrados, o quedarnos en casa y avisar en caso de cualquier indicio de contagio.
Dónde queda nuestra capacidad de decisión y discernimiento en todo esto. Dónde la lógica aplicable que no necesita de directrices sino de urbanidad, de querer aportar algo real a la colectividad y dejar atrás la trinchera individual y ficticia en que vivimos.
Mientras la enfermedad sea esa infranqueable minoría de edad que nos impide enmendar el mundo y sentar cabeza, pensar y renunciar a consignas heredadas, seremos adultos únicamente por una cuestión física.






