Me temo que...
![[Img #55016]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/07_2021/7123_carrizo-_dsc0056.jpg)
“¿Somos aún herederos del Cosmos, como un día se supuso, o debemos despertar de esa ilusión y volver a la doctrina más antigua que nos hace hijos del caos…” (Fernando Savater. Hacia una ciudadanía caopolítica)
Me temo otra cosa. Temo que la cáscara no esté vacía, en contra de lo que dicen algunos, sino que tenga fruto. Mucho fruto. Es posible que este gobierno no sea un desgobierno y que haya en él más concierto de lo que le gustaría a la oposición. Cuidado, pudiera ser que la cosa no fuera tanto de poder –que también, porque sin poder no se puede hacer nada– como de ideología. Sí, quizá haya un plan, y el plan sea llevar a cabo un cambio sustancial, profundo, radical y revolucionario de todo. Un cambio total. Visto lo visto, no me extrañaría que estuviéramos asistiendo, sin darnos cuenta, a un cambio de época. Sin darnos cuenta, porque se estaría haciendo por la puerta de atrás, por donde jamás habríamos imaginado que se podría hacer nada. Nunca habríamos imaginado que alguien se atreviera a tanto. Nunca. Pero lo cierto es que la puerta de atrás se está astillando, y no tardará en caer. Cuando eso ocurra, nos cogerá por sorpresa, y ya será tarde. No habrá nada que hacer. Habremos dejado una época y entrado en otra muy distinta.
Habremos dejado la época de la Modernidad, de la Ilustración. La época en la que rige la razón: contradecirse no está permitido. La contradicción es una blasfemia y nos escandaliza. Cambiar de opinión cada dos por tres no está bien visto. Una época en la que la libertad, la igualdad, la solidaridad y la justicia son el horizonte hacia el que avanzamos. Ideales que quizá nunca se alcancen, pero de los que cada vez estamos más cerca. Es la época de las utopías. Del progreso. La época de la Constitución del 78, la ley que nos trajo a los españoles la libertad, la paz y el progreso. La época donde ‘España’ es un concepto no discutido ni discutible y donde la denuncia de la desigualdad de los ciudadanos entre distintas comunidades autónomas tiene todo el sentido del mundo. Es una denuncia legítima. En esta época, en España, salvo en determinados lugares, donde aún campa la barbarie, se puede hablar libremente de cualquier cosa sin temor a nada. Pues se respetan todas las opiniones, también las que no se comparten. A las mujeres se les están reconociendo los mismos derechos que a los hombres. Por fin, llega el feminismo ilustrado que concede el mismo valor al hombre que a la mujer, pero que a su vez reconoce que son seres humanos distintos, y que por eso se permite que el hombre sea delicado con la mujer, sin que esta se sienta por ello, en ningún momento, degradada, sino, al contrario, muy honrada. La homosexualidad, aunque no es vista con orgullo, es respetada, y no se concibe que se discrimine a alguien por ser homosexual, y menos aún que se le insulte o se le pegue. Más todavía, se critica a las culturas que no aceptan la homosexualidad y que no dan el mismo trato a la mujer que al hombre. Es una época en la que se pretende integrar a todos –hombres, mujeres, homosexuales, transexuales, negros, musulmanes, judíos, jóvenes, viejos, extranjeros– independientemente de la condición de cada uno de ellos. La condición no importa, son todos seres humanos, y todos cuentan, nadie sobra. Ninguno es superior o inferior. Todos iguales moralmente, todos necesarios. Todos.
Habremos entrado en la época de la Postmodernidad. En esta época se ha dicho adiós a la razón. El principio de no contradicción no cuenta. Nadie se sonroja por decir hoy una cosa y mañana la contraria o por hacer lo contrario de lo que se dice. Se recurre al cambio de las circunstancias. Son tiempos líquidos. A muchos, esto les parece bien. Es el pan de cada día. La palabra no vale nada. No importa la coherencia. Más todavía, se le da la vuelta al calcetín: los pájaros disparan a las escopetas. El relativismo se ha expandido como una mancha de aceite, pero nadie ha reparado en sus contradicciones. Nadie repara en nada, la crítica ha sido anulada. Se vive en la inconsciencia. La Grecia antigua y la Europa occidental de finales del Medievo no son más que arqueología. Han dejado de ser referente. La razón ya no es criterio. Lo que es criterio es el sentimiento. Basta con decir lo siento para que la razón se desactive y de nada sirva ya seguir argumentando. Como si sentir equivaliera a ser. Pero con la razón se despide también a la libertad. La libertad.
La libertad que ha sido la gran bandera de la Modernidad. Todo se vuelve doctrina y propaganda. Imagen, apariencia: las cosas son lo que parecen. Por eso, la enseñanza institucionalizada y los medios de comunicación, sobre todo las televisiones, se convierten aún más en objeto de deseo. Por ellos se librarán las más grandes batallas. Pues, su control será decisivo. Decisivo para imponer un pensamiento único. La dictadura del pensamiento único. Solo así se podrán manejar las conciencias. Nos harán creer que somos libres cuando en realidad somos esclavos. No cabe mayor alienación. Pero siempre habrá alguien –algún Sócrates, algún loco– que se escapará de la caverna y contemplará las cosas como son. Da lo mismo, está todo previsto. Si este loco habla, y lo que habla no se ajusta al pensamiento políticamente correcto, ciertamente, no será encarcelado ni llevado al patíbulo, pero sí será etiquetado –marcado como una res– y acabará recibiendo la muerte social. Se ha dejado de hablarle. Es un… Se avecinan los tiempos del miedo. Nos deslizamos hacia 1984, hacia la distopía. En España, se da por superada la Constitución. Dicen que ya no sirve para los nuevos tiempos. Pero –qué rabia– no se puede cambiar, no se dispone de la mayoría suficiente. No importa, no se cumple y ya está. A hechos consumados. España se está rompiendo en pedazos. De facto, ya está rota. Y de lo que se trata ahora es de colonizar cada pedazo. La unidad da paso a lo fragmentario. Pensábamos que del armario había salido todo, pues no, había más, mucho más, incluso lo que nunca habíamos llegado a imaginar. Y, la verdad, no pasaría nada si se saliera con dignidad, pero se sale con orgullo, pisando fuerte, con aires de revancha. El lenguaje tampoco se libra, y a veces nos hace reír, de lo absurdo que se ha vuelto; pero otras, nos entristece, pues vemos cómo se está pervirtiendo. Y sí, esta vez sí, a España no la va a conocer ni la madre que la parió.
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“¿Somos aún herederos del Cosmos, como un día se supuso, o debemos despertar de esa ilusión y volver a la doctrina más antigua que nos hace hijos del caos…” (Fernando Savater. Hacia una ciudadanía caopolítica)
Me temo otra cosa. Temo que la cáscara no esté vacía, en contra de lo que dicen algunos, sino que tenga fruto. Mucho fruto. Es posible que este gobierno no sea un desgobierno y que haya en él más concierto de lo que le gustaría a la oposición. Cuidado, pudiera ser que la cosa no fuera tanto de poder –que también, porque sin poder no se puede hacer nada– como de ideología. Sí, quizá haya un plan, y el plan sea llevar a cabo un cambio sustancial, profundo, radical y revolucionario de todo. Un cambio total. Visto lo visto, no me extrañaría que estuviéramos asistiendo, sin darnos cuenta, a un cambio de época. Sin darnos cuenta, porque se estaría haciendo por la puerta de atrás, por donde jamás habríamos imaginado que se podría hacer nada. Nunca habríamos imaginado que alguien se atreviera a tanto. Nunca. Pero lo cierto es que la puerta de atrás se está astillando, y no tardará en caer. Cuando eso ocurra, nos cogerá por sorpresa, y ya será tarde. No habrá nada que hacer. Habremos dejado una época y entrado en otra muy distinta.
Habremos dejado la época de la Modernidad, de la Ilustración. La época en la que rige la razón: contradecirse no está permitido. La contradicción es una blasfemia y nos escandaliza. Cambiar de opinión cada dos por tres no está bien visto. Una época en la que la libertad, la igualdad, la solidaridad y la justicia son el horizonte hacia el que avanzamos. Ideales que quizá nunca se alcancen, pero de los que cada vez estamos más cerca. Es la época de las utopías. Del progreso. La época de la Constitución del 78, la ley que nos trajo a los españoles la libertad, la paz y el progreso. La época donde ‘España’ es un concepto no discutido ni discutible y donde la denuncia de la desigualdad de los ciudadanos entre distintas comunidades autónomas tiene todo el sentido del mundo. Es una denuncia legítima. En esta época, en España, salvo en determinados lugares, donde aún campa la barbarie, se puede hablar libremente de cualquier cosa sin temor a nada. Pues se respetan todas las opiniones, también las que no se comparten. A las mujeres se les están reconociendo los mismos derechos que a los hombres. Por fin, llega el feminismo ilustrado que concede el mismo valor al hombre que a la mujer, pero que a su vez reconoce que son seres humanos distintos, y que por eso se permite que el hombre sea delicado con la mujer, sin que esta se sienta por ello, en ningún momento, degradada, sino, al contrario, muy honrada. La homosexualidad, aunque no es vista con orgullo, es respetada, y no se concibe que se discrimine a alguien por ser homosexual, y menos aún que se le insulte o se le pegue. Más todavía, se critica a las culturas que no aceptan la homosexualidad y que no dan el mismo trato a la mujer que al hombre. Es una época en la que se pretende integrar a todos –hombres, mujeres, homosexuales, transexuales, negros, musulmanes, judíos, jóvenes, viejos, extranjeros– independientemente de la condición de cada uno de ellos. La condición no importa, son todos seres humanos, y todos cuentan, nadie sobra. Ninguno es superior o inferior. Todos iguales moralmente, todos necesarios. Todos.
Habremos entrado en la época de la Postmodernidad. En esta época se ha dicho adiós a la razón. El principio de no contradicción no cuenta. Nadie se sonroja por decir hoy una cosa y mañana la contraria o por hacer lo contrario de lo que se dice. Se recurre al cambio de las circunstancias. Son tiempos líquidos. A muchos, esto les parece bien. Es el pan de cada día. La palabra no vale nada. No importa la coherencia. Más todavía, se le da la vuelta al calcetín: los pájaros disparan a las escopetas. El relativismo se ha expandido como una mancha de aceite, pero nadie ha reparado en sus contradicciones. Nadie repara en nada, la crítica ha sido anulada. Se vive en la inconsciencia. La Grecia antigua y la Europa occidental de finales del Medievo no son más que arqueología. Han dejado de ser referente. La razón ya no es criterio. Lo que es criterio es el sentimiento. Basta con decir lo siento para que la razón se desactive y de nada sirva ya seguir argumentando. Como si sentir equivaliera a ser. Pero con la razón se despide también a la libertad. La libertad.
La libertad que ha sido la gran bandera de la Modernidad. Todo se vuelve doctrina y propaganda. Imagen, apariencia: las cosas son lo que parecen. Por eso, la enseñanza institucionalizada y los medios de comunicación, sobre todo las televisiones, se convierten aún más en objeto de deseo. Por ellos se librarán las más grandes batallas. Pues, su control será decisivo. Decisivo para imponer un pensamiento único. La dictadura del pensamiento único. Solo así se podrán manejar las conciencias. Nos harán creer que somos libres cuando en realidad somos esclavos. No cabe mayor alienación. Pero siempre habrá alguien –algún Sócrates, algún loco– que se escapará de la caverna y contemplará las cosas como son. Da lo mismo, está todo previsto. Si este loco habla, y lo que habla no se ajusta al pensamiento políticamente correcto, ciertamente, no será encarcelado ni llevado al patíbulo, pero sí será etiquetado –marcado como una res– y acabará recibiendo la muerte social. Se ha dejado de hablarle. Es un… Se avecinan los tiempos del miedo. Nos deslizamos hacia 1984, hacia la distopía. En España, se da por superada la Constitución. Dicen que ya no sirve para los nuevos tiempos. Pero –qué rabia– no se puede cambiar, no se dispone de la mayoría suficiente. No importa, no se cumple y ya está. A hechos consumados. España se está rompiendo en pedazos. De facto, ya está rota. Y de lo que se trata ahora es de colonizar cada pedazo. La unidad da paso a lo fragmentario. Pensábamos que del armario había salido todo, pues no, había más, mucho más, incluso lo que nunca habíamos llegado a imaginar. Y, la verdad, no pasaría nada si se saliera con dignidad, pero se sale con orgullo, pisando fuerte, con aires de revancha. El lenguaje tampoco se libra, y a veces nos hace reír, de lo absurdo que se ha vuelto; pero otras, nos entristece, pues vemos cómo se está pervirtiendo. Y sí, esta vez sí, a España no la va a conocer ni la madre que la parió.






