Vacacionarse
![[Img #55174]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2021/8462_sol-2017-julio-223.jpg)
Este año, más que ningún otro, cogía las vacaciones con tremendas ganas. Más que con ganas con la perentoria necesidad de descansar, de parar, de no hacer nada, como esas etapas de la vida en las que sientes que no puedes con el carrito que tienes a las espaldas. Solo una vez en mi vida laboral -entonces compaginaba trabajo y estudios- me apeé durante un mes de todas mis actividades y sentí que ese tiempo de descanso me servía para lo que realmente sirven las vacaciones: para vaciarme por dentro y coger fuerzas que me permitieran afrontar los tiempos venideros.
Este año, aunque no logré ese ‘vaciado’ que ansiaba, las tres semanas que en julio me alejé del mundanal ruido, traté de tomarme las cosas de forma tranquila, relajada, sin horarios, sin agobios, sin prisas, sin plazos. Y mientras caminaba por sendas costeras hechas de pisadas, subía repechos, bajaba cuestas, recorría algún tramo de mañanga o me llegaba a poblaciones cercanas por caminos de interior poco transitados, lo que sí hice fue reflexionar. El silencio y el contacto con la naturaleza y la brisa fueron buenos acicates para ello.
Reflexioné sobre la vida y la gran distancia que existe entre lo poco que somos y lo mucho que nos creemos. ¡Sino a qué darle tanta importancia a lo que nos pasa! Ello me llevó a considerar lo importarte que es no tomarnos demasiado en serio. Reír. Sonreír. Soltar lastre de trascendencia. Y suministrarnos cada mañana en el desayuno unas gotitas de humor.
Reflexioné sobre la necesidad de cuidarnos. En lo físico, habida cuenta de que el cuerpo es el soporte que tenemos y si la salud se resiente nos vamos al traste pero, sobre todo, en lo psíquico.
Cuidarnos es vivir el momento y no pre-ocuparnos o adelantarnos a lo que está por venir. Rescato de Pessoa algunas frases de un estupendo poema que dice: “Mientras voy por el camino que hay antes de la curva solo miro el camino que hay antes de la curva, porque no puedo ver más que el camino que hay antes de la curva… impórtenos nada más que el lugar donde estamos. Hay belleza suficiente en estar aquí y no en otra parte”.
Cuidarnos es tener paz con nosotros mismos y con los otros, es procurar hacer el bien, es no compararnos con nadie, -el camino que emprendemos en la vida es único y nuestro, inexpropiable-, es rodearnos de las personas y las cosas que queremos, es hacer lo que nos gusta, es tener un proyecto vital que nos nutra y alimente, es cuidar de otros, es ir lo más ligeros que podamos de equipaje y también, y esto es muy importante, es no sobrecargarnos de tareas y responsabilidades que no nos pertenecen.
Mis reflexiones me sirvieron para darme cuenta de que mi cansancio, fruto de llevar haciendo durante muchos años parecidas rutinas, ni con tres semanas ni con un mes ni con cinco, se ve colmado. Mi cansancio, que se me ha ocurrido calificar de sisifiano, es de un orden más estructural y profundo. Saberlo significó dar un paso al frente. Estoy en el proceso de aceptarlo.
Mientras escribo esto, agosto y su devenir de días transcurre plácido, caluroso, indolente sobre la ciudad de verano y yo, contagiada de idéntica placidez e indolencia, voy retornando sin prisa -como si este mes fuera todavía un poco vacacional- a la cotidianidad de los trabajos y los días. La pizarrina en la que antes de partir pinté una cometa volante atravesada por la palabra vacaciones, tres olas, un sonriente sol lleno de rayos y un barquito de papel del que pende otro barquito más pequeño, es cómplice de mi vagancia. Y yo me resisto a borrarla.
![[Img #55174]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2021/8462_sol-2017-julio-223.jpg)
Este año, más que ningún otro, cogía las vacaciones con tremendas ganas. Más que con ganas con la perentoria necesidad de descansar, de parar, de no hacer nada, como esas etapas de la vida en las que sientes que no puedes con el carrito que tienes a las espaldas. Solo una vez en mi vida laboral -entonces compaginaba trabajo y estudios- me apeé durante un mes de todas mis actividades y sentí que ese tiempo de descanso me servía para lo que realmente sirven las vacaciones: para vaciarme por dentro y coger fuerzas que me permitieran afrontar los tiempos venideros.
Este año, aunque no logré ese ‘vaciado’ que ansiaba, las tres semanas que en julio me alejé del mundanal ruido, traté de tomarme las cosas de forma tranquila, relajada, sin horarios, sin agobios, sin prisas, sin plazos. Y mientras caminaba por sendas costeras hechas de pisadas, subía repechos, bajaba cuestas, recorría algún tramo de mañanga o me llegaba a poblaciones cercanas por caminos de interior poco transitados, lo que sí hice fue reflexionar. El silencio y el contacto con la naturaleza y la brisa fueron buenos acicates para ello.
Reflexioné sobre la vida y la gran distancia que existe entre lo poco que somos y lo mucho que nos creemos. ¡Sino a qué darle tanta importancia a lo que nos pasa! Ello me llevó a considerar lo importarte que es no tomarnos demasiado en serio. Reír. Sonreír. Soltar lastre de trascendencia. Y suministrarnos cada mañana en el desayuno unas gotitas de humor.
Reflexioné sobre la necesidad de cuidarnos. En lo físico, habida cuenta de que el cuerpo es el soporte que tenemos y si la salud se resiente nos vamos al traste pero, sobre todo, en lo psíquico.
Cuidarnos es vivir el momento y no pre-ocuparnos o adelantarnos a lo que está por venir. Rescato de Pessoa algunas frases de un estupendo poema que dice: “Mientras voy por el camino que hay antes de la curva solo miro el camino que hay antes de la curva, porque no puedo ver más que el camino que hay antes de la curva… impórtenos nada más que el lugar donde estamos. Hay belleza suficiente en estar aquí y no en otra parte”.
Cuidarnos es tener paz con nosotros mismos y con los otros, es procurar hacer el bien, es no compararnos con nadie, -el camino que emprendemos en la vida es único y nuestro, inexpropiable-, es rodearnos de las personas y las cosas que queremos, es hacer lo que nos gusta, es tener un proyecto vital que nos nutra y alimente, es cuidar de otros, es ir lo más ligeros que podamos de equipaje y también, y esto es muy importante, es no sobrecargarnos de tareas y responsabilidades que no nos pertenecen.
Mis reflexiones me sirvieron para darme cuenta de que mi cansancio, fruto de llevar haciendo durante muchos años parecidas rutinas, ni con tres semanas ni con un mes ni con cinco, se ve colmado. Mi cansancio, que se me ha ocurrido calificar de sisifiano, es de un orden más estructural y profundo. Saberlo significó dar un paso al frente. Estoy en el proceso de aceptarlo.
Mientras escribo esto, agosto y su devenir de días transcurre plácido, caluroso, indolente sobre la ciudad de verano y yo, contagiada de idéntica placidez e indolencia, voy retornando sin prisa -como si este mes fuera todavía un poco vacacional- a la cotidianidad de los trabajos y los días. La pizarrina en la que antes de partir pinté una cometa volante atravesada por la palabra vacaciones, tres olas, un sonriente sol lleno de rayos y un barquito de papel del que pende otro barquito más pequeño, es cómplice de mi vagancia. Y yo me resisto a borrarla.






