Macroparques solares: o ahora, o nunca
![[Img #55253]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2021/7110_en-defensa-de-la-sequeda.jpg)
Cuando era un niño mi padre me llevaba a Valderrey los domingos por la mañana. Aparcaba el coche al lado de la iglesia, sacaba la silla y el libro, y se reencontraba consigo mismo y con sus orígenes alternando la lectura de escritos de sabios con la contemplación de un paisaje que le hablaba y le llenaba.
Mi hermano y yo, mientras, cazábamos ranas en charcas secretas, perseguíamos lagartijas y lagartos, y buscábamos la vida que se ocultaba en parajes aparentemente inanimados y desiertos.
En Valderrey aprendí a fundirme con el entorno para ver lo que sólo se ve cuando todos tus sentidos “sintonizan” con la naturaleza; cuando te entremezclas con el aire que respiras, la tierra que te sostiene, el sol que te acaricia y la lluvia que te moja.
A Valderrey le siguieron Piedralba, Morales, Pedredo, Santa Colomba, Villameca, Luyego…
Me convertí así en “hijo natural” de la Sequeda, de la Maragatería, de la Cepeda, de la Valduerna. De todos aquellos lugares que me penetraron, marcaron, e hicieron de mi lo que soy; paisajes de mi infancia, mi juventud, mi madurez y mi memoria, que siguen vivos en mí 50 años después de su descubrimiento.
Lugares en los que vi al natural por primera vez muchos de los animales que conocía sólo por los álbumes de cromos, los fascículos coleccionables de naturaleza y los maravillosos programas de Félix Rodriguez de la Fuente. Lugares que he seguido visitando año tras año durante más de medio siglo.
No sólo soy de aquí; soy aquí. Formo parte indisoluble de esta tierra, porque hace mucho que descubrí que me era imposible saber dónde terminaba mi yo y dónde empezaba ella; mi memoria, mis recuerdos, mis vivencias están y estarán aquí, flotando cada primavera, cada verano, cada otoño y cada invierno,entre las nubes que iluminan el horizonte y siluetean el sempiterno Teleno en los atardeceres.
Por eso estoy asustado y tengo miedo. Los diabólicos planes de transformar, de destrozar irreversiblemente los paisajes de mi vida, la naturaleza que amo, me duelen como un zarpazo en el corazón.
Quiero pensar que no soy un bicho raro, y que la tristeza, el miedo y la rabia que siento los comparten también, en mayor o menor medida, todos los hijos de estas tierras.
Quiero pensar que los agricultores, los pastores, los vecinosy todos los que amáis y apreciáis los paisajes y la naturaleza de la Sequeda, la Cepeda, la Maragatería y la Valduerna sois sensibles y habéis sentido igual que yo cómo se os desgarraba el alma al enteraros de los proyectos de los macroparques solares.
Quiero pensar que, al igual que han hecho los vecinos de Priaranza de la Valduerna, todos estamos aún a tiempo de parar este absoluto desatino.
Quiero seguir creyendo que el sentido común, la sensatez y la cordura prevalecerán, y que no asistiremos impertérritos a la condena y ejecución de esta sentencia de muerte. Porque estamos hablando de centenares de miles de placas solares rodeando materialmente, estrangulando, asfixiando y ahogando a nuestros pueblos: 2.400 hectáreas cubiertas completamente por un mar de silicio, aluminio y acero, en estas comarcas tan vinculadas con Astorga.
No se trata de estar a favor o en contra de las energías renovables (yo estoy indudablemente a favor): se trata de hacer las cosas con cordura, mesura y sentido común. De manera planificada, equilibrada y no traumática. De la manera en que todos podamos salir beneficiados, y no lo hagan sólo los accionistas de las grandes multinacionales.
Para hacerse una idea de la magnitud de la catástrofe, si desplegáramos todas las placas solares de los 3 macroparques proyectados en las comarcas citadas alrededor de Astorga, toda la superficie en un radio de casi 3 km alrededor de nuestra ciudad se convertiría en un mar metálico, artificial y sin vida.
En una extensión de 24 km2 (el equivalente a unos 3.500 campos de fútbol) desaparecerían los rebaños, la fauna, los campos cultivados y el medio natural; 2.400 hectáreas de un territorio que nos habla de esfuerzo, sudor y sacrificio, pero también de ilusiones, desafíos superados, satisfacciones y triunfos; de la tierra que contiene los paisajes de la memoria, los recuerdos de los que nos precedieron, el entorno de nuestras vidas, los ecos lejanos de las carreras y gritos de nuestra infancia; de los lugares adonde llegaba el sonido de unas campanas que antes tocaban a difunto de cuando en cuando, y que ya nadie tañirá porque no quedarán vivos ni muertos por los que tocar.
¿Estamos seguros de que es esto lo que queremos?
¿Estamos seguros de querer vender nuestra vida y nuestra alma por un puñado de euros?
Apenas se crearán puestos de trabajo en estos macroparques solares (basta con visitar los ya construidos y en funcionamiento para verlo); no habrá tierras que cultivar o pastorear; no habrá caminos por los que pasear al caer la tarde; no habrá turistas ni visitantes. Los familiares que viven fuera no querrán volver al pueblo en el verano, y los vecinos se acabarán yendo ante la tristeza de sentirse desubicados, fuera de lugar; ante el pesar de no reconocer sus tierras, de no reconocerse a sí mismos, y de ser conscientes de todo lo que han perdido definitivamente.
Nadie gastará dinero y esfuerzo en restaurar unas viviendas que cada vez valdrán menos, porque nadie se planteará comprar casas en estos pueblos. Y los pocos negocios actualmente existentes acabarán cerrando.
¿Es realmente esto lo que queremos?
El ser humano no suele ser consciente de lo que tiene hasta que lo pierde. Y hoy yo, con este escrito, intento evitar que esto vuelva a ocurrir. Porque creo que cegados por el dinero rápido y fácil muchos no han visto el negro futuro que les espera si ceden a los cantos de sirena y a la palabrería de unos embaucadores que sólo buscan su propio beneficio e interés; a los representantes de un diablo vestido de multinacional que nos ofrece un futuro de lo más negro falsamente vestido de paraíso, riqueza y felicidad.
Somos hijos de los pueblos y paisajes que nos vieron nacer y crecer. En nuestra memoria llevamos los recuerdos de toda una vida habitando algo más que una casa, habitando una tierra, unos montes, unos campos de los que emana el aire que respiramos, el pan que comemos y la vida que crece y que nos alienta, también a nosotros, a seguir viviendo. Es algo nuestro, forma parte de nosotros. Es el entorno que conocemos como la palma de nuestra mano, en el que hemos nacido, crecido y vivido; y son también los paisajes, inmateriales pero reales, del alma de cada uno: los recuerdos que nos surgen cuando paseamos por él, al sentirnos parte de él, al querer reposar definitivamente en él; las presencias, las vivencias, las ausencias, que evocamos, sentimos o reconocemos cuando lo contemplamos.
Si ese lugar se transforma de una manera tan radical e irreversible como se pretende con estos macroparques, con su pérdida física desaparecerán también nuestros recuerdos, nuestra historia, nuestra cultura, nuestras raíces. Perderemos a los reposan para siempre en él, y perderemos toda esperanza de continuidad nuestra y de los que pudieran venir después de nosotros.
Es mucho lo que está en juego, y por ello quiero pediros a todos los que tenéis voz y voto sobre el tema, a todos los que podéis condicionar la decisión final, que reflexionéis pausadamente y lo penséis muy bien antes de decidir, porque vuestra decisión podría ser una condena irreversible e irremediable para estas comarcas.
No habrá marcha atrás, y el éxito de estos proyectos hará que detrás vengan otros... La tristeza, el pesar y el arrepentimiento que podáis sentir no serviría para nada si este desastre anunciado llegara a consumarse. Por ello quiero pediros que aunemos fuerzas y que entre todos paremos estos proyectos que nos venden como ecológicos y verdes, cuando su impacto y daño medioambiental y humano es realmente enorme.
Cuando era un niño mi padre me llevaba a Valderrey los domingos por la mañana. Aparcaba el coche al lado de la iglesia, sacaba la silla y el libro, y se reencontraba consigo mismo y con sus orígenes alternando la lectura de escritos de sabios con la contemplación de un paisaje que le hablaba y le llenaba.
Mi hermano y yo, mientras, cazábamos ranas en charcas secretas, perseguíamos lagartijas y lagartos, y buscábamos la vida que se ocultaba en parajes aparentemente inanimados y desiertos.
En Valderrey aprendí a fundirme con el entorno para ver lo que sólo se ve cuando todos tus sentidos “sintonizan” con la naturaleza; cuando te entremezclas con el aire que respiras, la tierra que te sostiene, el sol que te acaricia y la lluvia que te moja.
A Valderrey le siguieron Piedralba, Morales, Pedredo, Santa Colomba, Villameca, Luyego…
Me convertí así en “hijo natural” de la Sequeda, de la Maragatería, de la Cepeda, de la Valduerna. De todos aquellos lugares que me penetraron, marcaron, e hicieron de mi lo que soy; paisajes de mi infancia, mi juventud, mi madurez y mi memoria, que siguen vivos en mí 50 años después de su descubrimiento.
Lugares en los que vi al natural por primera vez muchos de los animales que conocía sólo por los álbumes de cromos, los fascículos coleccionables de naturaleza y los maravillosos programas de Félix Rodriguez de la Fuente. Lugares que he seguido visitando año tras año durante más de medio siglo.
No sólo soy de aquí; soy aquí. Formo parte indisoluble de esta tierra, porque hace mucho que descubrí que me era imposible saber dónde terminaba mi yo y dónde empezaba ella; mi memoria, mis recuerdos, mis vivencias están y estarán aquí, flotando cada primavera, cada verano, cada otoño y cada invierno,entre las nubes que iluminan el horizonte y siluetean el sempiterno Teleno en los atardeceres.
Por eso estoy asustado y tengo miedo. Los diabólicos planes de transformar, de destrozar irreversiblemente los paisajes de mi vida, la naturaleza que amo, me duelen como un zarpazo en el corazón.
Quiero pensar que no soy un bicho raro, y que la tristeza, el miedo y la rabia que siento los comparten también, en mayor o menor medida, todos los hijos de estas tierras.
Quiero pensar que los agricultores, los pastores, los vecinosy todos los que amáis y apreciáis los paisajes y la naturaleza de la Sequeda, la Cepeda, la Maragatería y la Valduerna sois sensibles y habéis sentido igual que yo cómo se os desgarraba el alma al enteraros de los proyectos de los macroparques solares.
Quiero pensar que, al igual que han hecho los vecinos de Priaranza de la Valduerna, todos estamos aún a tiempo de parar este absoluto desatino.
Quiero seguir creyendo que el sentido común, la sensatez y la cordura prevalecerán, y que no asistiremos impertérritos a la condena y ejecución de esta sentencia de muerte. Porque estamos hablando de centenares de miles de placas solares rodeando materialmente, estrangulando, asfixiando y ahogando a nuestros pueblos: 2.400 hectáreas cubiertas completamente por un mar de silicio, aluminio y acero, en estas comarcas tan vinculadas con Astorga.
No se trata de estar a favor o en contra de las energías renovables (yo estoy indudablemente a favor): se trata de hacer las cosas con cordura, mesura y sentido común. De manera planificada, equilibrada y no traumática. De la manera en que todos podamos salir beneficiados, y no lo hagan sólo los accionistas de las grandes multinacionales.
Para hacerse una idea de la magnitud de la catástrofe, si desplegáramos todas las placas solares de los 3 macroparques proyectados en las comarcas citadas alrededor de Astorga, toda la superficie en un radio de casi 3 km alrededor de nuestra ciudad se convertiría en un mar metálico, artificial y sin vida.
En una extensión de 24 km2 (el equivalente a unos 3.500 campos de fútbol) desaparecerían los rebaños, la fauna, los campos cultivados y el medio natural; 2.400 hectáreas de un territorio que nos habla de esfuerzo, sudor y sacrificio, pero también de ilusiones, desafíos superados, satisfacciones y triunfos; de la tierra que contiene los paisajes de la memoria, los recuerdos de los que nos precedieron, el entorno de nuestras vidas, los ecos lejanos de las carreras y gritos de nuestra infancia; de los lugares adonde llegaba el sonido de unas campanas que antes tocaban a difunto de cuando en cuando, y que ya nadie tañirá porque no quedarán vivos ni muertos por los que tocar.
¿Estamos seguros de que es esto lo que queremos?
¿Estamos seguros de querer vender nuestra vida y nuestra alma por un puñado de euros?
Apenas se crearán puestos de trabajo en estos macroparques solares (basta con visitar los ya construidos y en funcionamiento para verlo); no habrá tierras que cultivar o pastorear; no habrá caminos por los que pasear al caer la tarde; no habrá turistas ni visitantes. Los familiares que viven fuera no querrán volver al pueblo en el verano, y los vecinos se acabarán yendo ante la tristeza de sentirse desubicados, fuera de lugar; ante el pesar de no reconocer sus tierras, de no reconocerse a sí mismos, y de ser conscientes de todo lo que han perdido definitivamente.
Nadie gastará dinero y esfuerzo en restaurar unas viviendas que cada vez valdrán menos, porque nadie se planteará comprar casas en estos pueblos. Y los pocos negocios actualmente existentes acabarán cerrando.
¿Es realmente esto lo que queremos?
El ser humano no suele ser consciente de lo que tiene hasta que lo pierde. Y hoy yo, con este escrito, intento evitar que esto vuelva a ocurrir. Porque creo que cegados por el dinero rápido y fácil muchos no han visto el negro futuro que les espera si ceden a los cantos de sirena y a la palabrería de unos embaucadores que sólo buscan su propio beneficio e interés; a los representantes de un diablo vestido de multinacional que nos ofrece un futuro de lo más negro falsamente vestido de paraíso, riqueza y felicidad.
Somos hijos de los pueblos y paisajes que nos vieron nacer y crecer. En nuestra memoria llevamos los recuerdos de toda una vida habitando algo más que una casa, habitando una tierra, unos montes, unos campos de los que emana el aire que respiramos, el pan que comemos y la vida que crece y que nos alienta, también a nosotros, a seguir viviendo. Es algo nuestro, forma parte de nosotros. Es el entorno que conocemos como la palma de nuestra mano, en el que hemos nacido, crecido y vivido; y son también los paisajes, inmateriales pero reales, del alma de cada uno: los recuerdos que nos surgen cuando paseamos por él, al sentirnos parte de él, al querer reposar definitivamente en él; las presencias, las vivencias, las ausencias, que evocamos, sentimos o reconocemos cuando lo contemplamos.
Si ese lugar se transforma de una manera tan radical e irreversible como se pretende con estos macroparques, con su pérdida física desaparecerán también nuestros recuerdos, nuestra historia, nuestra cultura, nuestras raíces. Perderemos a los reposan para siempre en él, y perderemos toda esperanza de continuidad nuestra y de los que pudieran venir después de nosotros.
Es mucho lo que está en juego, y por ello quiero pediros a todos los que tenéis voz y voto sobre el tema, a todos los que podéis condicionar la decisión final, que reflexionéis pausadamente y lo penséis muy bien antes de decidir, porque vuestra decisión podría ser una condena irreversible e irremediable para estas comarcas.
No habrá marcha atrás, y el éxito de estos proyectos hará que detrás vengan otros... La tristeza, el pesar y el arrepentimiento que podáis sentir no serviría para nada si este desastre anunciado llegara a consumarse. Por ello quiero pediros que aunemos fuerzas y que entre todos paremos estos proyectos que nos venden como ecológicos y verdes, cuando su impacto y daño medioambiental y humano es realmente enorme.