Contra la neolengua. Carta muy póstuma a Don Fernando Lázaro Carreter
![[Img #55279]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2021/9128__huerta-dsc0144.jpg)
“En Nochebuena vendrán a cenar a casa mi padre y mi madre, mi suegro y mi suegra, mis hermanos y mis hermanas, mis cuñados y mis cuñadas, mis dos hijos y mi hija, mis cuatro sobrinos y mis dos sobrinas. Y no vendrán mis primos y mis primas, porque tienen que quedarse en casa con mi tío y mi tía, que están enfermo y enferma, respectivamente.”
Querido don Fernando: Espero que, al recibo de esta, no se me encalabrine mucho luego de digerir el texto entrecomillado que la encabeza, un ejemplo, entre muchos que pudiera citarle, de cómo se maltrata el castellano en esta Sansueña de nuestros pecados, por culpa de la llamada political correctness, perdone que se lo diga en la lengua de Shakespeare, pues que el invento parece achacable a los anglosajones, y ya sabe que, como lo profetizara el gran Darío, parece que el destino inexorable de quienes hablamos el español a uno y otro lado del charco es terminar todos chamullando el inglés.
Me excusará que interrumpa su merecido ocio en el Monte Parnaso, donde me lo imagino en la agradable compañía de tantos y tantos grandes ingenios, desde don Miguel a don Camilo, para molestarle con una quisicosa lingüística que, de estar usted aún por estos lares, seguro que no escaparía a su curiosidad del gran filólogo que fue. Resulta que un amigo mío, hace años persona seria y razonable, se ha metido en política, y tan obsesionado está por la cuestión del género gramatical y su posible uso discriminador del género biológico, que tiene el objetivo de llevar la corrección (lenguaje inclusivo, lo llaman) que le exige su puesto público al lenguaje cotidiano, de modo que lo que usted y yo diríamos en ‘roman paladino’ por todos entendible en unas cuantas palabras, lo enreda de tal forma que gasta más saliva de la necesaria para decir lo mismo con muchísimas más.
Mi amigo, sin embargo, defiende a capa y espada su postura. Dice que no siente presente a su madre cuando dice “mis padres”, y ya le dicho que sería peor decir “mis madres”, aunque esto es ya jurídicamente posible en el caso de un hijo que sea el fruto de dos mujeres casadas. Y padre como es él de una hija y dos hijos, mi amigo me dice que tampoco ve a esta englobada en el plural tradicional, y así con todo el resto de la parentela.
Mi amigo forma parte de una comisión encargada de vigilar y censurar el lenguaje sexista. A esta comisión no parecen importarle mucho los malos hábitos lingüísticos en otros órdenes, como la cada vez más deficiente ortografía (basta mirar los sms que algunos espectadores envían a ciertos programas de televisión) o la empobrecida sintaxis de tantos y tantos jóvenes que no conocen más conjunciones que la copulativa y, la disyuntiva o, y la adversativa pero. La causal porque está pasando también a mejor vida, acaso porque esté asociada al noble ejercicio de argumentar, y hoy cada vez se argumente menos y se impongan y prohíban más cosas, quién hubiera imaginado que esto ocurriría en una democracia inorgánica. Lo fundamental para mi amigo y sus compañeros comisionados es la cosa de la discriminación lingüística, y su próximo empeño es sustituir la leyenda del actual frontispicio del Congreso de los Diputados por el más preciso de Congreso de los Diputados y de las Diputadas, sin descartar también la posibilidad de introducir el tercer género ?les Diputades?, no es préstamo del bable, no, sino ocurrencia de la ministra de Igualdad, persona muy versada en materia léxica y que no hay noche que se acueste sin leer una página del Diccionario de doña María Moliner (a ese ritmo no lo acabará ni en tres vidas que viviera).
Yo le he dicho a mi amigo, que me temo renegará de mi amistad ipso facto tras leer estas y otras reflexiones mías contra la ‘neolengua’, que los españoles y las españolas tienen cosas más importantes que hacer y problemas más acuciantes que resolver, pero él niega la mayor (frase que también se ha extendido entre nosotros como la pólvora por mor de los tertulianos y las tertulianas) y me asegura que esta es hoy por hoy la cuestión esencial del Estado español (suele evitar el nombre de España, a pesar de su género femenino, porque mi amigo dice que este no es un nombre tan comprensivo y aséptico como aquel y que, además, está cargado de connotaciones centralistas e imperialistas).
Así es que el objetivo de la Comisión es enmendar la plana a los miembros y las miembras de la Real Academia Española. No se ría, don Fernando, que ya lo estoy viendo descojonarse junto a don Francisco (de Quevedo), al que hoy darían de hostias los políticamente correctos, pues mi amigo y sus colegas se sienten autorizados para proponer ese insólito y bárbaro plural que, en cierta ocasión, oyeron decir sin rubor propio ni ajeno a otra señora ministra de no sé qué ramo o rama. Y por más que yo le explico que el término miembro (con perdón) procede del neutro membrum y, por tanto, no tiene que ver con discriminación de sexo alguna, no consigo convencerlo, me dice que eso son cosas de filólogos, y que la filología es una antigualla y una pérdida de tiempo, en lo cual, si bien lo miramos, no le falta razón.
Todo esto, don Fernando, para decirle que por aquí se echan de menos aquellos sus ‘dardos en la palabra’ con que usted solía zaherir el mostrenco uso que del español hacían periodistas, políticos e, incluso, ciertos escribidores, que de todo hay en la viña del señor y ya sabe usted que todo se pega menos la belleza, y esa es la cuestión que nadie quiere ver, y así no son pocos los que se afanan por destrozarla en razón de las nuevas ideologías que quieren imponer al sufrido pueblo, y de ahí esta endemoniada jerga jerigonza ‘neolengua’ con la que nos machacan inmisericordes estos politiquillos que Dios confunda.
“En Nochebuena vendrán a cenar a casa mi padre y mi madre, mi suegro y mi suegra, mis hermanos y mis hermanas, mis cuñados y mis cuñadas, mis dos hijos y mi hija, mis cuatro sobrinos y mis dos sobrinas. Y no vendrán mis primos y mis primas, porque tienen que quedarse en casa con mi tío y mi tía, que están enfermo y enferma, respectivamente.”
Querido don Fernando: Espero que, al recibo de esta, no se me encalabrine mucho luego de digerir el texto entrecomillado que la encabeza, un ejemplo, entre muchos que pudiera citarle, de cómo se maltrata el castellano en esta Sansueña de nuestros pecados, por culpa de la llamada political correctness, perdone que se lo diga en la lengua de Shakespeare, pues que el invento parece achacable a los anglosajones, y ya sabe que, como lo profetizara el gran Darío, parece que el destino inexorable de quienes hablamos el español a uno y otro lado del charco es terminar todos chamullando el inglés.
Me excusará que interrumpa su merecido ocio en el Monte Parnaso, donde me lo imagino en la agradable compañía de tantos y tantos grandes ingenios, desde don Miguel a don Camilo, para molestarle con una quisicosa lingüística que, de estar usted aún por estos lares, seguro que no escaparía a su curiosidad del gran filólogo que fue. Resulta que un amigo mío, hace años persona seria y razonable, se ha metido en política, y tan obsesionado está por la cuestión del género gramatical y su posible uso discriminador del género biológico, que tiene el objetivo de llevar la corrección (lenguaje inclusivo, lo llaman) que le exige su puesto público al lenguaje cotidiano, de modo que lo que usted y yo diríamos en ‘roman paladino’ por todos entendible en unas cuantas palabras, lo enreda de tal forma que gasta más saliva de la necesaria para decir lo mismo con muchísimas más.
Mi amigo, sin embargo, defiende a capa y espada su postura. Dice que no siente presente a su madre cuando dice “mis padres”, y ya le dicho que sería peor decir “mis madres”, aunque esto es ya jurídicamente posible en el caso de un hijo que sea el fruto de dos mujeres casadas. Y padre como es él de una hija y dos hijos, mi amigo me dice que tampoco ve a esta englobada en el plural tradicional, y así con todo el resto de la parentela.
Mi amigo forma parte de una comisión encargada de vigilar y censurar el lenguaje sexista. A esta comisión no parecen importarle mucho los malos hábitos lingüísticos en otros órdenes, como la cada vez más deficiente ortografía (basta mirar los sms que algunos espectadores envían a ciertos programas de televisión) o la empobrecida sintaxis de tantos y tantos jóvenes que no conocen más conjunciones que la copulativa y, la disyuntiva o, y la adversativa pero. La causal porque está pasando también a mejor vida, acaso porque esté asociada al noble ejercicio de argumentar, y hoy cada vez se argumente menos y se impongan y prohíban más cosas, quién hubiera imaginado que esto ocurriría en una democracia inorgánica. Lo fundamental para mi amigo y sus compañeros comisionados es la cosa de la discriminación lingüística, y su próximo empeño es sustituir la leyenda del actual frontispicio del Congreso de los Diputados por el más preciso de Congreso de los Diputados y de las Diputadas, sin descartar también la posibilidad de introducir el tercer género ?les Diputades?, no es préstamo del bable, no, sino ocurrencia de la ministra de Igualdad, persona muy versada en materia léxica y que no hay noche que se acueste sin leer una página del Diccionario de doña María Moliner (a ese ritmo no lo acabará ni en tres vidas que viviera).
Yo le he dicho a mi amigo, que me temo renegará de mi amistad ipso facto tras leer estas y otras reflexiones mías contra la ‘neolengua’, que los españoles y las españolas tienen cosas más importantes que hacer y problemas más acuciantes que resolver, pero él niega la mayor (frase que también se ha extendido entre nosotros como la pólvora por mor de los tertulianos y las tertulianas) y me asegura que esta es hoy por hoy la cuestión esencial del Estado español (suele evitar el nombre de España, a pesar de su género femenino, porque mi amigo dice que este no es un nombre tan comprensivo y aséptico como aquel y que, además, está cargado de connotaciones centralistas e imperialistas).
Así es que el objetivo de la Comisión es enmendar la plana a los miembros y las miembras de la Real Academia Española. No se ría, don Fernando, que ya lo estoy viendo descojonarse junto a don Francisco (de Quevedo), al que hoy darían de hostias los políticamente correctos, pues mi amigo y sus colegas se sienten autorizados para proponer ese insólito y bárbaro plural que, en cierta ocasión, oyeron decir sin rubor propio ni ajeno a otra señora ministra de no sé qué ramo o rama. Y por más que yo le explico que el término miembro (con perdón) procede del neutro membrum y, por tanto, no tiene que ver con discriminación de sexo alguna, no consigo convencerlo, me dice que eso son cosas de filólogos, y que la filología es una antigualla y una pérdida de tiempo, en lo cual, si bien lo miramos, no le falta razón.
Todo esto, don Fernando, para decirle que por aquí se echan de menos aquellos sus ‘dardos en la palabra’ con que usted solía zaherir el mostrenco uso que del español hacían periodistas, políticos e, incluso, ciertos escribidores, que de todo hay en la viña del señor y ya sabe usted que todo se pega menos la belleza, y esa es la cuestión que nadie quiere ver, y así no son pocos los que se afanan por destrozarla en razón de las nuevas ideologías que quieren imponer al sufrido pueblo, y de ahí esta endemoniada jerga jerigonza ‘neolengua’ con la que nos machacan inmisericordes estos politiquillos que Dios confunda.