Juan Guerrero
Domingo, 22 de Agosto de 2021

Jairo Rojas Rojas: El cuerpo fluvial

Hay lugares en el mundo donde lo desértico, lo seco, eso que se resquebraja es presencia en la memoria del arte y los creadores buscan identificarse para perpetuar esa lucidez que deja el resplandor de las piedras. Otros espacios lo ocupan las tierras heladas, la nieve perpetua. Y hay otras donde el espacio lo ocupa lo acuoso, la dulce gota de un agua que baja del propio cielo.

En la obra poética de Jairo Rojas Rojas (Mérida-Venezuela, 1980) el espacio está poblado de aguas dulces, frescas, sean del misterioso lagunar andino o aquellas otras donde las tierras acuosas y telúricas de la Guayana venezolana son el resplandor que otorga la memoria de los días que recorren, habitan la poética de Rojas.

Hay una exuberancia de imágenes que fluyen y (re)construyen incesantemente la piel de un entorno que siempre regresa a un origen, al inicio del tiempo, donde el olvido es presencia, trascendencia y fe.

Jairo Rojas Rojas es licenciado en Letras, mención Historia del Arte, por la Universidad de Los Andes. Terapeuta Shiatsu. Integra el colectivo de poesía y música La Casa Inmaterial, en Montevideo-Uruguay. Ha publicado los libros de poesía: Parte del relámpago, 2021; Geometría de la grieta, 2020; Pasear lunático, 2018; Los plegamientos del agua, 2014; La O azul, 2014; La rendija de la puerta, 2013.

Ha sido galardonado, entre otros, con los premios: XX edición del Premio de Poesía Fernando Paz Castillo (2014), y la XIX Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre, 2013. Parte de su trabajo poético ha sido incluido en las antologías: Nos siguen pegando abajo. Brevísima Antología Arbitrada Colombia-Venezuela, 2020. Nubes. Poesía Hispanoamericana, 2019. El puente es la palabra. Antología de poetas venezolanos en la diáspora, 2019. Uruguachas. Poética en Uruguay, 2018. #Nodos, 2017. Del caos a la intensidad. Vigencia del poema en prosa en Sudamérica, 2016.

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De su extensa obra poética presentamos el siguiente poema inédito.

 

Vivo el aroma del sol, ahora soy el animalejo rodeado de

oro que todas pueden ver. Diosa: encinta por animalitos

raros, pájara: gran bebedora de la aromática luz de la

mañana, amá: tu lengua es el afluente que recorre tu

cuerpo. Así entendí que las raíces llegan al cielo si están

presentes. Admiro tu movimiento con los rayos más

fuertes de la vida, y entro por la puertica por donde pasa la

primavera entera, como pasa diosito como un callado

perro-petiso. Ya lo sabemos, el mundo es de ustedes, el sol

del cogollo, el susurro del estambre y el pistilo. La luz

floral va arriba de las rejas, desde el centro del

pandemonio inclusive. Un pasito a la vez, dicen en el

paisito iluminado y me persigo entre la floresta, tranqui.

 

 

Juan Guerrero: ¿En qué momento tuviste consciencia de existir, de despertar a la vida?

 

Jairo Rojas Rojas: Tengo un recuerdo a los 21 años, sentado en la plaza de Milla, bajo una luz del atardecer que normalmente iba a contemplar. En ese momento, mirando ese paisaje de cordilleras, sentí mi cuerpo con una intensidad inusitada. Antes había reparado en mi cuerpo por el dolor, pero esta vez era diferente. De pronto, sentí mi respiración, el calor de mi cuerpo, los sonidos alrededor y fue como si hubiese despertado de un sueño. Puede que la experiencia haya sido muy breve, pero me dejó ese recuerdo de la inmensidad de la vida en pleno movimiento.

 

 

Lo pregunto porque gran parte de tu poesía está soportada en una mirada ancestral, sea familiar, sea del telúrico entorno, que se presenta en un lenguaje entre brumas, niebla, inmensos espejismos de aguas cristalinas y dulcísimas. Se percibe una memoria ancestral, primigenia, de orígenes. ¿Es así?

 

Sí, la escritura desde un inicio me ha llevado a mirar el pasado, a rastrear, a excavar. Muchas imágenes y escenarios vienen de mi infancia y desde ahí sigo explorando hacia atrás. Me busco en esa bruma de la memoria individual, pero también en toda esa memoria familiar que me ha recibido. Es como si buscara un origen, la semilla del árbol genealógico, pero por medio del lenguaje. Tiene que ver con tratar de saber quién soy, de dónde vengo, por qué cargo con patrones que repito inconscientemente. Y la poesía ha sido un camino donde ahondar en ese tiempo pasado que está relacionado con lo que hago hoy.

 

 

¿Escribes desde el dolor, desde la pérdida?

 

Por mucho tiempo el detonador de muchos poemas fue la pérdida, el malestar. Escribía para recuperar al menos verbalmente lo que yo añoraba, lo lejano. Hoy no es el único móvil de un poema, incluso hay textos escritos desde la celebración.

 

 

¿Pesa esa memoria ancestral donde el dolor y la añoranza son el centro e interés, para acercarte al ahora de esta celebración de la vida?

 

No es un peso, es más bien un reconocimiento, un homenaje a esa parte del camino que me ha traído hasta este presente. De alguna manera es comprender todas esas fuerzas que se movieron antes y rescatar lo luminoso que hay en esos orígenes para que siga brillando hoy.

 

 

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¿Existe relación entre tus orígenes y esa insistencia en afirmar lo acuoso, su dulzor, en tu poesía?

 

Sí, yo crecí en un entorno rural donde los elementos eran parte de lo sagrado, especialmente las lagunas. Crecí escuchando cuentos sobre las lagunas, esos seres vivos que también son portales a otros mundos. Años después descubrí la mitología andina y los relatos fundacionales. El origen del mundo acontece en la laguna. Siempre fui un asiduo visitante de las lagunas y los ríos, y ese elemento es un universo rico en simbología que me sigue hablando. Luego descubrí que en la medicina china el elemento agua está relacionado con la memoria y los ancestros. Y ahora que vivo en Montevideo el Río de la Plata es importante para mí, siempre lo visito y me ha movilizado a verme en él y por extensión a escribir algunos textos.

 

 

Escribes en uno de tus poemas: “lo que me digo, entonces, hermano/ es que nos dejemos hundir/ en el centro de su nombre de agua/ que no hemos podido tocar/ que crucemos la ciudad fluvial para conocernos/ que sigamos la ruta/ de los que ya no están aquí y siguen/ caminando/ que no tengamos miedo de hundirnos en el templo/ y postremos la cabeza en el agua/ para tener, por fin, los pies sobre la tierra/ sobre/ azul agua azul” Lo escribes en tu libro, ‘La O azul’. ¿Es un agua bautismal, iniciática, de rito ancestral?

 

Sí, es un agua iniciática, un ritual de comunión con ese ser generador del mundo. Es recrear ese mito fundacional pero ahora de forma personal. Entrar en esas aguas y salir transformado.

 

 

Comunión es comunicación, y ello, obviamente, es lenguaje, palabra que revela y es existencia. ¿De ello tu lenguaje que es fluir permanente en un narrar la existencia?

 

Sí, he tomado de ese elemento el fluir, de allí que algunos textos quieran emular el movimiento de un río, del agua. Que el lenguaje fluya, se adapte a los distintos terrenos, que sea espejo. Por eso en algunos textos y especialmente en el libro, 'Parte del relámpago', juego con esa idea, que no sea una estructura fija, sino que circule, que, además, es el movimiento de la vida en sus múltiples formas.

 

 

Tu respuesta me trae a la memoria la obra de Jesús Soto, el padre del ‘cinetismo’. Siempre he pensado que su obra se afirma en las aguas del Orinoco. Encuentra el movimiento, su fluir, en la ondulación de las aguas, el reflejo de la luz al atardecer. Ver el río desde el malecón de Ciudad Bolívar es encontrarse con el ‘cinetismo de Soto. ¿Se desencadena tu lenguaje a partir de la mirada fluvial?

 

Qué lindo lo que dices de Soto, y encuentro ahí una familiaridad. Sí, en mi caso lo fluvial fue impregnando la escritura. No fue una búsqueda adrede o consciente, sino que fue brotando esa mirada fluvial quizás a partir de lo que te mencionaba anteriormente. El agua le fue dando forma a la escritura, un ritmo, una forma de moverse.

 

 

Diría que la tuya es una escritura de largo aliento. Una versificación que se siente caer en cascada, arrastrando imagen tras imagen. Esa palabra desnuda, a la intemperie y lúcida; ¿de dónde procede, de dónde toma esa fuerza tan esplendorosa?

 

Sí, por momentos me interesa el verso que lleva a otro y luego a otro, como un íntimo contrapunteo. Que se ramifiquen. No podría decirte exactamente de dónde viene esa fuerza, es algo más bien intuitivo, de una escucha atenta que me dice por dónde ir. Van apareciendo las imágenes y algunas me dicen algo, resuenan, vibran de una manera distinta y las tomo. Es como dice el verso que inicia en mi libro, ‘Parte del relámpago’, “Desconozco quién colocó el mar en mi mano.”

 

 

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Pero bien puede intuirse, quizás por lecturas, por cercanías entre creadores, …

 

Sí, claro, no hay escritura sin lectura. Hay poetas que me han enseñado otra configuración de la realidad y otras posibilidades y potencias del lenguaje. Por ejemplo: Marosa de Giorgio, Emira Rodríguez, César Moro, Rafael José Muñoz, Hilda Hilst, Néstor Perlongher, entre tantos otros.

 

 

Me llama la atención que menciones a un autor tan críptico como, Rafael José Muñoz frente a una metáfora, como la tuya, que va hacia lo abierto.

 

A medida que pasa el tiempo me gusta cada vez más Muñoz. En principio puede que no tenga que ver con mi escritura, pero su poética y su búsqueda me han dado luces sobre mis propias exploraciones. Su propuesta que reúne lo concreto y lo inmaterial, lo espiritual y lo físico, el cosmos interno con el universo me interesa mucho. Es un poeta que derribó fronteras.

 

 

¿Qué rasgos trascendentes encuentras en la poesía venezolana de estos últimos 20 años?

 

La tradición poética venezolana es una de las más interesantes y potentes de la poesía en castellano. Y no solo de los últimos años. Cuando investigo poéticas, autores, obras de poetas venezolanos descubro con sorpresa trabajos de gran importancia, pero todavía ocultos. Lo que aún ocurre es que la visibilidad y proyección de la poesía venezolana no es la mejor, pero hay una serie de propuestas, como las de Santos López, Gabriela Kizer, Patricia Guzmán, Carmen Verde Arocha, Luis Moreno Villamediana, Francisco Catalano, Gladys Mendía, entre tantos otros, que plantean nuevas posibilidades, otros caminos para la poesía. Cada uno es un universo con sus propias leyes y cada poética es una resolución muy particular de preguntas vinculadas al lenguaje, al sentido, a las formas. No hay rasgos generales (quizás el tópico de la crisis venezolana y sus múltiples efectos sea un punto en común en muchas escrituras) sino que cada propuesta está abriendo nuevos derroteros para el lenguaje poético.

 

 

¿Qué aporta tu obra a la poesía venezolana?

 

En un primer momento quise hacer visible la mitología andina y su vínculo con ciertas tradiciones, creencias y hasta actitudes de mi familia, la geografía y el paisaje montañoso que generalmente no se asocia con la idea de Venezuela. También exploré posibilidades estructurales más allá de un compendio de poemas. En algunos libros es más visible la estructura que se forma a partir del tema. Esto me llevó a pensar el libro como unidad, donde los poemas van conformando una suerte de arquitectura verbal. De allí que siempre esté explorando otras formas de presentar los poemas, sean acompañados por imágenes, por una disposición espacial más vinculado a lo visual, con el vaivén entre la prosa y el verso, con la inclusión de otros elementos tipográficos, etcétera. Me gusta vincular la lectura a formas que vienen de otras artes.

 

 

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¿Aprovechas tu formación en artes para incluir en tu poesía esos otros elementos, como fotografía o los carteles, por ejemplo?

 

Sí, el hecho de haber estudiado Historia del Arte me ha dado un panorama de ideas visuales tan diversas que algunas las tomo y las combino con textos míos. Incluso obras visuales han sido detonadores de escritura. Tengo un libro llamado, ‘Casa para la sospecha’ que arranca con la imagen de una obra de Tehching Hsieh, llamada ‘Oneyear performance’ 1978-1979, como epígrafe, esa foto es la prefiguración de lo que se desarrollará en el libro.

 

 

Jairo, ¿sigues alguna rutina en tu trabajo poético?

 

Normalmente ando leyendo poesía que sigue siendo una fuente de ideas. En cuanto a la escritura más bien escribo por temporadas, cuando hay una necesidad mayor. Pero el trabajo poético no lo limito a la escritura, también a la vida introspectiva, la meditación, los rituales cotidianos.

 

 

¿Acaso existe alguna vinculación mística con tu poesía?

 

He experimentado algunos momentos que podríamos llamar místicos, entendiendo esto como la sensación de unidad con el entorno, la experimentación de la vastedad. Algunos de esos momentos han llegado de manera espontánea, otros como consecuencia de una disposición, por ejemplo, en algún retiro de meditación o en alguna práctica de shiatsu. Esas vivencias aparecen en algunos poemas. Cuando escribo arranco con una referencia clara, pero luego camino por zonas desconocidas, la escritura se va transformando en una escucha atenta de imágenes que vienen de un lugar lejano y familiar al mismo tiempo.

 

 

¿Vives las imágenes y luego las traduces, interpretas con el lenguaje? ¿Cómo es ese proceso?

 

Sí, una parte es así. Algunas vivencias las recreo con el lenguaje, otras son imágenes que vienen y que insisten en mi cabeza hasta que pasan al papel como punto de partida de un poema. En ambos casos son iniciadores o partes de textos más largos que van apareciendo con la escritura.

 

 

¿Cómo determinas que un poema pertenezca a una serie, o sea parte de otros o no sea más que un texto suelto y único?

 

A veces tengo la idea general de un libro y los poemas que estén en esa frecuencia los incluyo, otras una imagen que lleva a escribir un poema y luego desencadena la construcción de un libro. En general me muevo en esas dos variantes. Diría que es más un acto intuitivo, que va saliendo según voy escribiendo, revisando, corrigiendo.

 

 

De estos tiempos tan intensos, particularmente para la sociedad venezolana, ¿qué puedes comentarnos?

 

Venezuela es la herida y el quiebre, el origen de la nostalgia y el malestar, también el recuerdo de un lugar maravilloso y el deseo de que vuelva a ese estado de armonía. Es el gran tema también, aunque estén lejos los ecos de la crisis y del sufrimiento llegan por boca de mis familiares. Uno no está lejos del todo, yo padezco cuando las historias de horror atraviesan gente que quiero. El último libro que escribí en Venezuela fue, ‘Geometría de la grieta’ (que se puede descargar en la página del Taller Blanco ediciones), y el tono está sostenido por el malestar y la rabia. Tengo un par de libros inéditos donde se repite ese formato, y todo tiene que ver con la salida traumática del país. Muchos textos reflejan ese quiebre en mi vida, esos recuerdos apocalípticos, esa pesadilla que aún no termina y que por momentos me altera, aunque ya la mire de lejos.

 

 

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La peste de este siglo, ¿qué te ha aportado?

 

Si bien el año pasado fue dramático para mí a causa de la pandemia porque estaba en un momento de sobrevivencia. eso me llevó a reactivar mi perfil como ‘tallerista’ ofreciendo talleres de poesía online que me sirvieron mucho para repensar mi propia escritura. También retomé con más fuerza la vida introspectiva que está desembocando en otro tipo de escritura. En general el encierro lo he aprovechado para estudiar, específicamente medicina tradicional china que se abre como un universo fascinante.

 

 

Me gustaría tu opinión sobre la crítica literaria referida a la poesía venezolana.

 

Es un tema que me falta indagar. Aparte de un puñado de nombres, como Guillermo Sucre, Armando Rojas Guardia, Juan Liscano, y más cerca, Luis Miguel Isava o Miguel Marcotrigiano, que se dedicaron a estudiar la poesía sistemáticamente, no conozco mucho más. O quizás mis lecturas sobre el tema son desordenadas y esporádicas. La poesía es un arte con creadores y receptores minoritarios, la crítica de la poesía debe serlo mucho más. Entiendo a la crítica como teoría de la literatura, poética, reflexión sobre el lenguaje y la capacidad de mostrarnos constelaciones de autores y autoras que plantean nuevas posibilidades del decir poético. He encontrado parte de estos rasgos en los autores mencionados arriba, aunque últimamente he perdido de vista a quienes están mostrando los nuevos paisajes.

 

 

¿En qué proyectos de poesía trabajas en la actualidad?

 

Estoy con un par de proyectos de libros, ambos tienen en común un paisaje devastado, las ruinas, el desplazamiento, pero sus estructuras varían. Puede que no estén culminados, pero me parece que van a seguir ese camino. También armando algo con ‘La Casa inmaterial’, el proyecto de poesía y música que tengo con el músico, Juan Sanabria.

 

 

¿Encuentras belleza en esas ruinas, en esa devastación, o es tu memoria, el recuerdo de un origen que deseas mantener inalterable?

 

Más que belleza es memoria. De alguna manera es señalar el lugar de donde vengo. No es que sea el único panorama, pero son imágenes que me acompañan y que me llevan a construir algo para soltarlas, para convertirlas en semillas. No se trata de negar u olvidar la tierra devastada, sino de compartir en otro tono parte de esa realidad y seguir caminando.

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