Lorca manipulado
![[Img #55404]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2021/5162_huerta-dalilorca.jpg)
Pocas cosas tan deplorables en el ámbito de la cultura como la manipulación política o ideológica de un artista. Creer que el arte debe estar al servicio de determinadas ideologías, por benefactoras y plausibles que estas sean, es una de las aberraciones más arraigadas en los tiempos posmodernos que vivimos. Viene esta reflexión a cuento de un incidente, anecdótico pero elocuente por demás, surgido de ese pozo sin fondo de ocurrencias que es el ‘Ministerio de Igualdad’. Resulta que, con motivo de los 85 años del asesinato de Federico García Lorca en Víznar, este ministerio, a través de su Dirección General de Diversidad Sexual y Derechos LGTBi, publicó en la página web una fotografía en la que se veía al poeta granadino cariñosamente abrazado por Salvador Dalí. En realidad, se trataba de una foto ‘fake’, calificativo rey de esta era digital; un burdo fotomontaje –debido a algún cráneo ‘previlegiado’–, en el que la figura de Gala, la musa del pintor catalán, había sido sustituida por la de Lorca. Ignoro por qué, en lugar de esta fotografía falsa, a los promotores de la idea no se les ocurrió valerse de las varias existentes, en las que se ve a los dos amigos en afectiva cercanía: en bañador, por ejemplo, en la playa de Cadaqués, o cogidos de la mano ante la Residencia de Estudiantes. Pero, en fin, como en tantas otras ocasiones, interesaba menos la discreción de lo auténtico que el escándalo de lo mendaz.
Habituados a no quedarse más que en la epidermis de todo, tampoco interesaba a estos propagandistas profundizar algo más en el mundo imaginario de García Lorca, en el que desde luego la homosexualidad tiene un protagonismo indiscutible, como lo tiene también en Wilde, Mann, Gide, Cernuda y tantos otros. Si hubieran profundizado, o sea, leído la obra de Lorca, habrían advertido que su homoerotismo difícilmente encaja en el no poco frívolo y autocomplaciente de nuestros días. Más que gay, es decir, alegre o jovial, la vivencia homoerótica de Lorca es desgarradora y hasta trágica. Dos textos geniales, surgidos de su viaje a Nueva York –una pieza teatral y un poema– así nos lo corroboran: El público y la «Oda a Walt Whitman». El primero es una apasionante exploración por el amor oscuro a través del fascinante territorio del “teatro bajo la arena”, exclusivo y minoritario, y opuesto al convencional “teatro al aire libre”, que a todos gusta por inocuo e inofensivo. Por su parte, la oda, dedicada al fundador de la poesía norteamericana, es más conocida, y sus durísimos versos contra ciertos homosexuales son discutidos y hasta cuestionados por ciertas mentes calenturientas que en todo buscan terceras intenciones. Recuerden: “Maricas de las ciudades,/ de carne tumefacta y pensamiento inmundo./ Madres de lodo. Arpías. Enemigos sin sueño/ del Amor que reparte coronas de alegría. / […] ¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!”. No cabe duda de que, de haber sido escritos por Gerardo Diego o Jorge Guillén, estos versos hubieran sido censurados ya hace tiempo por homófobos. Piénsese que, por los motivos contrarios –excesivamente heterosexuales–, hay quien considera censurables los Veinte poemas de amor y una canción desesperada. ¡Quién le iba a decir al gran don Pablo que terminarían acusándole de machista por escribir un verso tan hermoso como “me gustas cuando callas porque estás como ausente” ! Pero así me lo razonó, ante mi estupefacción, una colega hispanoamericanista que hasta ese momento me merecía respeto. Y es que la corrección política de los agentes culturales de nuestro tiempo no hace distingos entre lo homosexual y lo heterosexual, a la hora de utilizar el lapicero rojo. ¡Bienvenida sea de nuevo doña Censura!
En una reciente puesta en escena de Fuente Ovejuna, presentada nada menos que en la ‘Compañía Nacional de Teatro Clásico’, el encargado de la versión no tuvo empacho en censurar los versos en que Laurencia, luego de ser violentada por el Comendador, increpa vehemente a los varones de la villa por no defender la honra de sus mujeres, llamándoles –ya saben–gallinas, hilanderas, maricones, amujerados, cobardes… El buen aficionado al teatro espera expectante este pasaje sublime que condensa toda la rabia de la mujer maltratada, pero el versionista –un dramaturgo de éxito– entendió que debía eliminarlo por homófobo, y nuestro buen aficionado se quedó en ascuas ante aquel Lope ‘light’ que se le ofrecía. Curiosamente, en 1944, la censura franquista tachó también la palabra maricones, y el adaptador hubo de buscar otra que tuviera las mismas sílabas y sonidos para no cargarse el verso y la rima. Y mira por dónde dio con ‘Maritornes’, la grotesca heroína de ‘El Quijote’: ¡todo un hallazgo surrealista de aquel adaptador de la posguerra que fue Ernesto Giménez Caballero! Así es que, parafraseando a Cervantes, “con las iglesias hemos dado, amigo Sancho”, aunque unas sean divinas y otras mundanas, pues que los extremos han nacido para tocarse.
Es de suponer que, en el caso de llevar a escena la “Oda a Walt Whitman”, los muchos maricas que en ella aparecen serían tachados inmisericordemente por nuestros posmodernos censores. Ya ha ocurrido con otra de nuestras obras maestras contemporáneas, ‘Luces de bohemia’, en cuya escena undécima la Madre, rota ante el cadáver de su hijito muerto tras una carga policial, grita a los guripas: “¡Maricas, cobardes! ¡El fuego del Infierno os abrase las negras entrañas!”. Pensar que Valle-Inclán tuvo propósitos homófobos cuando escribió estas palabras o que los espectadores de nuestros días puedan ser tan imbéciles de presumir en ellas homofobia alguna es más ridículo y grotesco que el propio esperpento.
Pero los nuevos y totalitarios adalides que la Corrección política va imponiendo en los distintos sectores de la cultura no cejan en su empeño por construir hombres y mujeres acríticos, neutralizados por un pensamiento único, bondadosamente rousseauniano en apariencia, aunque esencialmente perverso, porque va contra la libertad. Para ello no les importa abolir la historia y las tradiciones, retorcer y distorsionar la lengua de todos y, por supuesto, censurar el arte y la literatura. A fines de los 40, Antonio Garmendia de Otaola publicó un libro que resulta impagable para todos aquellos que se interesen por la literatura y la historia de las mentalidades: ‘Lecturas buenas y malas a la luz del dogma y de la moral’. Se trata de dos gruesos volúmenes, publicados en Bilbao por la editorial ‘El Mensajero del Corazón de Jesús’. Su autor, un jesuita de enorme cultura literaria, se dedica a absolver y, sobre todo, condenar las obras españolas y extranjeras según el férreo canon nacional catolicista de la época. Pues bien, no descarten ustedes que, en breve, algún escribidor afín a la moral dominante y devoto de san Juan Jacobo Rousseau, se decida a escribir un libro similar con una mera variación en el título: ‘Lecturas buenas y malas a la luz de la Corrección política’.
Por fortuna, frente a los liberticidas de cualquier signo, siempre nos quedará Lorca, pero el Lorca jondo y auténtico.
Pocas cosas tan deplorables en el ámbito de la cultura como la manipulación política o ideológica de un artista. Creer que el arte debe estar al servicio de determinadas ideologías, por benefactoras y plausibles que estas sean, es una de las aberraciones más arraigadas en los tiempos posmodernos que vivimos. Viene esta reflexión a cuento de un incidente, anecdótico pero elocuente por demás, surgido de ese pozo sin fondo de ocurrencias que es el ‘Ministerio de Igualdad’. Resulta que, con motivo de los 85 años del asesinato de Federico García Lorca en Víznar, este ministerio, a través de su Dirección General de Diversidad Sexual y Derechos LGTBi, publicó en la página web una fotografía en la que se veía al poeta granadino cariñosamente abrazado por Salvador Dalí. En realidad, se trataba de una foto ‘fake’, calificativo rey de esta era digital; un burdo fotomontaje –debido a algún cráneo ‘previlegiado’–, en el que la figura de Gala, la musa del pintor catalán, había sido sustituida por la de Lorca. Ignoro por qué, en lugar de esta fotografía falsa, a los promotores de la idea no se les ocurrió valerse de las varias existentes, en las que se ve a los dos amigos en afectiva cercanía: en bañador, por ejemplo, en la playa de Cadaqués, o cogidos de la mano ante la Residencia de Estudiantes. Pero, en fin, como en tantas otras ocasiones, interesaba menos la discreción de lo auténtico que el escándalo de lo mendaz.
Habituados a no quedarse más que en la epidermis de todo, tampoco interesaba a estos propagandistas profundizar algo más en el mundo imaginario de García Lorca, en el que desde luego la homosexualidad tiene un protagonismo indiscutible, como lo tiene también en Wilde, Mann, Gide, Cernuda y tantos otros. Si hubieran profundizado, o sea, leído la obra de Lorca, habrían advertido que su homoerotismo difícilmente encaja en el no poco frívolo y autocomplaciente de nuestros días. Más que gay, es decir, alegre o jovial, la vivencia homoerótica de Lorca es desgarradora y hasta trágica. Dos textos geniales, surgidos de su viaje a Nueva York –una pieza teatral y un poema– así nos lo corroboran: El público y la «Oda a Walt Whitman». El primero es una apasionante exploración por el amor oscuro a través del fascinante territorio del “teatro bajo la arena”, exclusivo y minoritario, y opuesto al convencional “teatro al aire libre”, que a todos gusta por inocuo e inofensivo. Por su parte, la oda, dedicada al fundador de la poesía norteamericana, es más conocida, y sus durísimos versos contra ciertos homosexuales son discutidos y hasta cuestionados por ciertas mentes calenturientas que en todo buscan terceras intenciones. Recuerden: “Maricas de las ciudades,/ de carne tumefacta y pensamiento inmundo./ Madres de lodo. Arpías. Enemigos sin sueño/ del Amor que reparte coronas de alegría. / […] ¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!”. No cabe duda de que, de haber sido escritos por Gerardo Diego o Jorge Guillén, estos versos hubieran sido censurados ya hace tiempo por homófobos. Piénsese que, por los motivos contrarios –excesivamente heterosexuales–, hay quien considera censurables los Veinte poemas de amor y una canción desesperada. ¡Quién le iba a decir al gran don Pablo que terminarían acusándole de machista por escribir un verso tan hermoso como “me gustas cuando callas porque estás como ausente” ! Pero así me lo razonó, ante mi estupefacción, una colega hispanoamericanista que hasta ese momento me merecía respeto. Y es que la corrección política de los agentes culturales de nuestro tiempo no hace distingos entre lo homosexual y lo heterosexual, a la hora de utilizar el lapicero rojo. ¡Bienvenida sea de nuevo doña Censura!
En una reciente puesta en escena de Fuente Ovejuna, presentada nada menos que en la ‘Compañía Nacional de Teatro Clásico’, el encargado de la versión no tuvo empacho en censurar los versos en que Laurencia, luego de ser violentada por el Comendador, increpa vehemente a los varones de la villa por no defender la honra de sus mujeres, llamándoles –ya saben–gallinas, hilanderas, maricones, amujerados, cobardes… El buen aficionado al teatro espera expectante este pasaje sublime que condensa toda la rabia de la mujer maltratada, pero el versionista –un dramaturgo de éxito– entendió que debía eliminarlo por homófobo, y nuestro buen aficionado se quedó en ascuas ante aquel Lope ‘light’ que se le ofrecía. Curiosamente, en 1944, la censura franquista tachó también la palabra maricones, y el adaptador hubo de buscar otra que tuviera las mismas sílabas y sonidos para no cargarse el verso y la rima. Y mira por dónde dio con ‘Maritornes’, la grotesca heroína de ‘El Quijote’: ¡todo un hallazgo surrealista de aquel adaptador de la posguerra que fue Ernesto Giménez Caballero! Así es que, parafraseando a Cervantes, “con las iglesias hemos dado, amigo Sancho”, aunque unas sean divinas y otras mundanas, pues que los extremos han nacido para tocarse.
Es de suponer que, en el caso de llevar a escena la “Oda a Walt Whitman”, los muchos maricas que en ella aparecen serían tachados inmisericordemente por nuestros posmodernos censores. Ya ha ocurrido con otra de nuestras obras maestras contemporáneas, ‘Luces de bohemia’, en cuya escena undécima la Madre, rota ante el cadáver de su hijito muerto tras una carga policial, grita a los guripas: “¡Maricas, cobardes! ¡El fuego del Infierno os abrase las negras entrañas!”. Pensar que Valle-Inclán tuvo propósitos homófobos cuando escribió estas palabras o que los espectadores de nuestros días puedan ser tan imbéciles de presumir en ellas homofobia alguna es más ridículo y grotesco que el propio esperpento.
Pero los nuevos y totalitarios adalides que la Corrección política va imponiendo en los distintos sectores de la cultura no cejan en su empeño por construir hombres y mujeres acríticos, neutralizados por un pensamiento único, bondadosamente rousseauniano en apariencia, aunque esencialmente perverso, porque va contra la libertad. Para ello no les importa abolir la historia y las tradiciones, retorcer y distorsionar la lengua de todos y, por supuesto, censurar el arte y la literatura. A fines de los 40, Antonio Garmendia de Otaola publicó un libro que resulta impagable para todos aquellos que se interesen por la literatura y la historia de las mentalidades: ‘Lecturas buenas y malas a la luz del dogma y de la moral’. Se trata de dos gruesos volúmenes, publicados en Bilbao por la editorial ‘El Mensajero del Corazón de Jesús’. Su autor, un jesuita de enorme cultura literaria, se dedica a absolver y, sobre todo, condenar las obras españolas y extranjeras según el férreo canon nacional catolicista de la época. Pues bien, no descarten ustedes que, en breve, algún escribidor afín a la moral dominante y devoto de san Juan Jacobo Rousseau, se decida a escribir un libro similar con una mera variación en el título: ‘Lecturas buenas y malas a la luz de la Corrección política’.
Por fortuna, frente a los liberticidas de cualquier signo, siempre nos quedará Lorca, pero el Lorca jondo y auténtico.