Tierra de lobos, urces y hambre
    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        			        			        			        			        			        			        
    
    
    
	
	
        
        
        			        			        			        			        			        			        			        	
                                
                    			        			        
        
                
        
        ![[Img #55405]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2021/5319_236283148_3000912840229064_6710677407351734323_n.jpg)
 
 
Creo que por encima de todo somos deseo y que cuando algo se quiere mucho se hace lo humanamente posible para conseguirlo. Eso pasó la tarde del día veintitrés de agosto. Tras un fin de semana más largo e intenso que otros, antes de retornar a Madrid, pudimos asistir a la presentación del libro ‘Tierra de lobos, urces y hambre’ de Gregorio Urz, de José Serrano en realidad, que tuvo lugar en el Teatro Gullón de Astorga. Un deseado encuentro con el autor del libro al que conocí virtualmente hace algunos años a través del excelente y necesario blog ‘La nuestra tierra’ al abordar ese comunal conflicto que fue la Dehesa de Trasconejos de mi pueblo, Valderas, causa probablemente de los episodios sangrientos que tuvieron lugar durante una Guerra que de civil no tuvo nada.
 
Durante la presentación, José Serrano, que firma bajo pseudónimo, fue dando respuesta a varias preguntas que él mismo se planteó cuando decidió encarar, al cuidado, buen hacer y oficio de la editorial ‘Marciano Sonoro’, esa publicación que forman veintiocho relatos que son veintiocho ramilletes de Memoria. Al final del acto se generó un interesante coloquio con un público muy atento a lo que el autor, Doctor en Historia Económica, profesor de Universidad que trabaja actualmente en cooperación internacional, tenía que contarnos.
  
Se habló en ese coloquio, entre otras cosas, de la pobreza y la discriminación existente entre personas de aldeas cercanas durante el desarrollismo (años 60), y en concreto de cómo los mozos de un pueblo eran rechazados en otro cuando bajaban al baile. Ello me recordó lo que siempre cuenta mi madre cuando en mi pueblo había mujeres que, como seña de distinción, se hacían dos permanentes al año frente a otras que solo se hacían una. En el fondo, y de puertas para adentro, todas vivían de forma parecida, es decir, muy pobres. Ricos, los que ostentaban la riqueza eran, en realidad, cuatro.
 
Se habló también, lo hizo el tío maestro de José que le regalaba libros de pequeño y le instruyó en el enriquecedor hábito de la lectura, de dos elementos esenciales para la vida: el oxígeno y el agua. Y me recordó cuando mi padre nos hablaba del agua que un día quisieron traernos al pueblo, pero que como venía de ‘la cáscara amarga’ fue rechazada. Así nos ha ido. De fondo la Memoria, esa que se escribe con mayúsculas, que está siempre presente y lo trasciende todo. Escribir para honrar a nuestros antepasados y también, como dijo J. Berger, para que las historias no corran el riesgo de quedarse sin contar. Escribir por necesidad en una perentoria lucha contra reloj. Escribir contra el olvido.
 
Los relatos de José Serrano son historias pequeñas basadas en hechos reales, tamizadas con detalles inventados y vocación, transcendiendo lo personal, de convertirse en universales. En eso consiste, en mi modesta opinión, la buena literatura. El autor tiene el don de elegir unos pocos elementos y ponerlos a funcionar para implicar, mover, hacer cómplice al lector. Y las historias te llegan o no te llegan. A mí me llegan. ¡Cómo no me van a llegar si son las que oí toda la vida a mi padre! ¡Cómo no me van a llegar si son las que sigo oyendo a mi madre en tardes de mesa camilla y labor!
 
Historias en muchos casos con final abierto que recreo y relleno con detalles de mi propia imaginación, con mi memoria personal, con mis propias vivencias. Duras sí, y ásperas también (allí se citó la palabra) pero es que así era la vida entonces. Sin embargo, hay también un canto a la esperanza y un homenaje al esfuerzo de esos hombres y mujeres que, a fuerza de trabajar, nos procuraron una vida mejor. Historias de penurias que, al ser puestas por escrito para ser tenidas en cuenta, lo son menos, como vendría a decir la filósofa H. Arendt.
 
El broche final lo puso una mujer al pedir al autor que leyera uno de los cuentos. Éste eligió ‘La noche más corta’, una historia familiar que trascurre entre fiebres maltas, siega nocturna y  sonrisa matutina que es como luz de un nuevo día y lo compensa todo. Allí vuelvo a ver a los míos renegando de los cazadores foráneos que lo arrasan todo, o de esos usureros de los pueblos que se hicieron tan ricos que solo tenían dinero, u ordeñando una vaca (en este caso, mi marido) que como en ‘Tierra de Lobos’ también se llamada Bonita. Y como quien siega, zas zas, sigo leyendo y desgranando con enorme placer esos ramilletes de dignidad que son pura delicia.
 
Porque efectivamente para la nostalgia, José, no hay mejor remedio que la Memoria.
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                                                                            	
                                        
                                                                                                                                                                                                    
    
    
	
    
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Creo que por encima de todo somos deseo y que cuando algo se quiere mucho se hace lo humanamente posible para conseguirlo. Eso pasó la tarde del día veintitrés de agosto. Tras un fin de semana más largo e intenso que otros, antes de retornar a Madrid, pudimos asistir a la presentación del libro ‘Tierra de lobos, urces y hambre’ de Gregorio Urz, de José Serrano en realidad, que tuvo lugar en el Teatro Gullón de Astorga. Un deseado encuentro con el autor del libro al que conocí virtualmente hace algunos años a través del excelente y necesario blog ‘La nuestra tierra’ al abordar ese comunal conflicto que fue la Dehesa de Trasconejos de mi pueblo, Valderas, causa probablemente de los episodios sangrientos que tuvieron lugar durante una Guerra que de civil no tuvo nada.
Durante la presentación, José Serrano, que firma bajo pseudónimo, fue dando respuesta a varias preguntas que él mismo se planteó cuando decidió encarar, al cuidado, buen hacer y oficio de la editorial ‘Marciano Sonoro’, esa publicación que forman veintiocho relatos que son veintiocho ramilletes de Memoria. Al final del acto se generó un interesante coloquio con un público muy atento a lo que el autor, Doctor en Historia Económica, profesor de Universidad que trabaja actualmente en cooperación internacional, tenía que contarnos.
Se habló en ese coloquio, entre otras cosas, de la pobreza y la discriminación existente entre personas de aldeas cercanas durante el desarrollismo (años 60), y en concreto de cómo los mozos de un pueblo eran rechazados en otro cuando bajaban al baile. Ello me recordó lo que siempre cuenta mi madre cuando en mi pueblo había mujeres que, como seña de distinción, se hacían dos permanentes al año frente a otras que solo se hacían una. En el fondo, y de puertas para adentro, todas vivían de forma parecida, es decir, muy pobres. Ricos, los que ostentaban la riqueza eran, en realidad, cuatro.
Se habló también, lo hizo el tío maestro de José que le regalaba libros de pequeño y le instruyó en el enriquecedor hábito de la lectura, de dos elementos esenciales para la vida: el oxígeno y el agua. Y me recordó cuando mi padre nos hablaba del agua que un día quisieron traernos al pueblo, pero que como venía de ‘la cáscara amarga’ fue rechazada. Así nos ha ido. De fondo la Memoria, esa que se escribe con mayúsculas, que está siempre presente y lo trasciende todo. Escribir para honrar a nuestros antepasados y también, como dijo J. Berger, para que las historias no corran el riesgo de quedarse sin contar. Escribir por necesidad en una perentoria lucha contra reloj. Escribir contra el olvido.
Los relatos de José Serrano son historias pequeñas basadas en hechos reales, tamizadas con detalles inventados y vocación, transcendiendo lo personal, de convertirse en universales. En eso consiste, en mi modesta opinión, la buena literatura. El autor tiene el don de elegir unos pocos elementos y ponerlos a funcionar para implicar, mover, hacer cómplice al lector. Y las historias te llegan o no te llegan. A mí me llegan. ¡Cómo no me van a llegar si son las que oí toda la vida a mi padre! ¡Cómo no me van a llegar si son las que sigo oyendo a mi madre en tardes de mesa camilla y labor!
Historias en muchos casos con final abierto que recreo y relleno con detalles de mi propia imaginación, con mi memoria personal, con mis propias vivencias. Duras sí, y ásperas también (allí se citó la palabra) pero es que así era la vida entonces. Sin embargo, hay también un canto a la esperanza y un homenaje al esfuerzo de esos hombres y mujeres que, a fuerza de trabajar, nos procuraron una vida mejor. Historias de penurias que, al ser puestas por escrito para ser tenidas en cuenta, lo son menos, como vendría a decir la filósofa H. Arendt.
El broche final lo puso una mujer al pedir al autor que leyera uno de los cuentos. Éste eligió ‘La noche más corta’, una historia familiar que trascurre entre fiebres maltas, siega nocturna y sonrisa matutina que es como luz de un nuevo día y lo compensa todo. Allí vuelvo a ver a los míos renegando de los cazadores foráneos que lo arrasan todo, o de esos usureros de los pueblos que se hicieron tan ricos que solo tenían dinero, u ordeñando una vaca (en este caso, mi marido) que como en ‘Tierra de Lobos’ también se llamada Bonita. Y como quien siega, zas zas, sigo leyendo y desgranando con enorme placer esos ramilletes de dignidad que son pura delicia.
Porque efectivamente para la nostalgia, José, no hay mejor remedio que la Memoria.






