Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 28 de Agosto de 2021

Turismo de plaga

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Vuelvo a la carga. Desde otro mirador. Agosto ha superado los mejores pronósticos de la temporada turística alta. Testigos presenciales hemos sido, al tiempo que inermes paganos  de un turismo que añade nueva muesca a los calificativos de sol, playa, montaña, gastronómico, termal, ecológico y todos los que se quieran imaginar, pero la evolución de esta industria o servicio si no se aplaca en su avaricia, llevará sin remedio al nuevo e indeseable apellido: el de plaga, con todas sus connotaciones bíblicas.

 

En cierto modo se esperaba. Es consecuencia de la pandemia que constriñe el campo de acción de destinos turísticos, en un contexto de impulso creciente – y comprensible- por salir de los angostos guetos a los que han obligado las medidas  restrictivas  de control de los contagios. Bajo este sombrajo, el patio de recreo de los españoles se ha limitado al terruño patrio, y son ya dos las temporadas que no se pueden sofocar las ansias sociales de cosmopolitismo  y exotismo allende las fronteras.

 

Astorga ha sido uno de los corros concurridos del patio de recreo. Nunca había visto un agosto tan intenso en cantidad de visitantes. Para mí, que vivo la mayor parte del año en la capital nacional, el trasiego en algunas calles se me ha hecho familiar por la incesante marabunta de personas. La visión de los monumentos ha sido un continuo ir y venir en pos del ‘selfi’ que inmortalice el momento del yo estuve allí. En fin, para que negarlo, un edén para un lugar que pone casi todos los huevos de su capacidad económica en el mismo cesto.

 

La cara oculta de esta luna que, se quiera o no, termina por verse. Bien, aquí han llegado turistas (no confundir con viajeros) por doquier. Pero no se puede obviar que el término cantidad no se disocia nunca del de calidad. A ese respecto, las comparaciones se soportan mucho peor. Astorga tiene que admitir, porque la imagen ha sido transparente, que en el territorio de los servicios al cliente no ha aguantado la embestida, por visible falta de capacidad espacial y estructura laboral. El turismo de este agosto se ha vestido en un traje que le ha quedado estrecho y ha hecho saltar  alguna de sus costuras.

 

Se ha hecho una apuesta por los números. Se ha ganado. Pero el galardón es menor, se queda en accésit, porque el acompañante de los dígitos, lo cualitativo, se ha quedado corto. Ese es el quid de la cuestión. El verdadero éxito de una campaña turística es asegurar una masa crítica de visitantes para la posteridad, pero si éste sale de las lindes descontento, mal atendido y puede que sableado con facturas de agosto, es ingenuo de todo punto pensar en su retorno. Ley de puro sentido común. El boca a boca es un alud publicitario incontenible. Si no se tapa esa gotera, la moraleja es contundente: pan para hoy y hambre para mañana.

 

Mi experiencia es la de visitante estable, casi residente, al no estar censado.  Acepto un mes con incomodidades, porque hay margen para resarcirse en la placidez de esta Astorga y sus entornos en otras fechas más amables del calendario. El análisis de las carencias y el caos en la marabunta se llena de comprensión, porque uno juzga más en la piel familiar que clientelar. No se escapa que en casi todos los establecimientos hosteleros, el deseo de agradar, desde la dirección hasta el último camarero en barra o terraza, es encomiable. Y si no llegan es porque, sencillamente, están superados. Pero esa no es la conclusión de un visitante de paso, que espera y exige la máxima atención, con dedicación exclusiva, y que el cocido maragato le resulte una experiencia religiosa, bordeando lo místico. En la masificación encontrar ese punto de mimo en el trato o ese plato que, saboreado, lo degustas a la medida de tu paladar, es una rareza o el signo diferenciador de un establecimiento que ha puesto su único empeño en la calidad. Cuarteles, antaño, de cuando el rancho de la mili, no eran precisamente templos de la buena cocina. No te daban,  simple y llanamente, te echaban de comer. A veces, si se echa un vistazo a alguna mesa de supuesto restaurante…

 

Malos humos, gestos adustos son más frecuentes en coyunturas como la descrita. Y toda esa amalgama de pésimo rollo se resume en la feliz frase de un amigo, tras veinte minutos de espera por una caña: si no tienen gente, se quejan; y si tienen gente, se quejan. Es la observancia de un negocio con el cristal avaricioso del abuso que solo puede cosechar el fracaso a medio o largo plazo.

 

Esa forma de plaga que toma el turismo tiene un ejemplo fehaciente en pueblos cercanos a las grandes capitales, que han visto sacudida su calidad de vida por el ansia de escapatoria a la crisis sanitaria y sus consecuencias de reclusión. Mala digestión tiene llevar, sin filtrar, las masas de las grandes urbes a pequeñas poblaciones. Todo se desborda. Es otro ejemplo del instinto invasor del ser humano y de la tremenda contradicción del doble mensaje contemporáneo sostenido en la complicada convivencia entre el interés económico  y la sostenibilidad.

                                                                                                              

      

 

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