Javier Huerta
Sábado, 04 de Septiembre de 2021

Contra la neolengua / 2

[Img #55486]

 

 

Como si no tuvieran otra cosa mejor que hacer, nuestros políticos se han metido a gramáticos, y pretenden imponernos a los ciudadanos su modelo de lengua tan políticamente correcto como gramaticalmente ignorante y hasta bárbaro. A base de insistir, la neolengua está calando en las élites, siempre serviles al que paga y manda, aunque el sufrido pueblo, haciendo gala del buen sentido de que aquellos carecen, se resiste a comulgar con tales ruedas de molino. En una saeta anterior invocaba el buen nombre de don Fernando Lázaro Carreter, que prestó un servicio impagable a la lengua española con aquella sección suya en El País titulada ‘El dardo en la palabra’. Hoy se echa de menos que algún colega académico imitara su ejemplo para poner un poco de sensatez en medio de tanta idiocia lingüística.

           

Esto no quiere decir que la lengua deba vivir al margen de los cambios sociales. El acceso de la mujer a oficios y profesiones a los que antaño le era muy difícil acceder, ha traído consigo una revolución que ha enriquecido para bien el léxico: ministra, consejera, política, diputada, abogada, magistrada, licenciada, arquitecta, ingeniera, filósofa, psicóloga, dramaturga… Palabras sin marca de género como juez o concejal han sido también feminizadas: jueza, concejala… Pero como la gramática no es matemática, no siempre las conversiones de género son asumibles, ni siquiera por las propias mujeres que ejercen esos trabajos. Una concejala a la que, en cierta ocasión, presenté como ‘la concejal X’, me corrigió: “concejala, si no te importa”. Cómo me iba a importar, ella estaba en su derecho, pero me defendí argumentándole que la palabra concejal, al no tener marca de género, admitía las dos posibilidades variando simplemente el artículo: el / la concejal, y que, además –y esto era totalmente subjetivo y hasta gratuito de mi parte– concejala no me sonaba muy bien. En un segundo encuentro que tuve con ella, la traté con mucho cariño, aunque para decir verdad no sin segundas, como “señora edila”, y para mi sorpresa no encajó bien la broma: “señora edil, si no te importa”. Claro que no me importaba, pero me extrañó que aceptara concejala y no edila, cuando estábamos ante el mismo caso, una simple regla de tres lexicográfica: edila es a edil, como concejala a concejal. “Es que me suena mal”, me contestó. Quiere decirse que la cosa no iba ya de morfología sino de fonética, aunque a mí me suenan igual de mal concejala que edila. Algo similar ocurre con fiscala, que no veo haya tenido mucho éxito. De los cuatro magníficos fiscales que actuaron en el juicio a los golpistas catalanes, una era mujer, Consuelo Madrigal, pero siempre se la trataba de “señora fiscal”. Así es que aquí la mencionada regla de tres lexicográfica deja de funcionar. E igual ocurre en el caso de cancillera: no he visto nunca en la prensa que a Angela Merkel se la llame la cancillera de Alemania, sino la canciller. Asimismo, no creo que prospere mucho un término como cónsula. E imagino que albañila tampoco tendría éxito, en el caso de que hubiera muchas mujeres dedicadas a ese oficio, que no lo creo.

             

El sufijo -ente, que procede del antiguo participio activo del latín, ofrece parecidas vacilaciones. Hay bastantes términos aceptados desde hace tiempo: dependienta, clienta, principianta, sirvienta, asistenta… Casi todos, como se ve, referidos a profesiones y actividades populares, pero siempre hay una excepción aristocrática para confirmar la regla: infanta, por ejemplo, vigente ya desde la Edad Media. De igual modo, como cada vez son, por fortuna, más las mujeres que presiden consejos de empresa, autonomías y otras instituciones, está ya plenamente validado presidenta. Pero no faltan reticencias al uso de otros términos, como por ejemplo gerenta. Conozco una en mi universidad que firma siempre sus escritos como gerente. No le he preguntado la razón, pero barrunto que detrás hay motivos de orden sociológico. Y es que el sufijo -enta ha creado palabras que refieren no a mujeres ejercientes de una profesión sino a las esposas de quienes ostentaban un cargo determinado. Al igual que embajadora no era la diplomática, sino la mujer del embajador, regenta era la esposa del regente, como lo es Ana Ozores en la gran novela de Clarín. Sin embargo, de la reina María Cristina de Habsburgo, que ejerció la regencia durante la minoría de edad de su hijo Alfonso XII, los libros de historia la consideran regente y no regenta.

           

En el mundo del teatro, acaso por la temprana incorporación en España de la mujer a las tablas, se admitió en seguida comedianta y farsanta, pero en la música no ha sucedido igual con cantanta. El Diccionario académico contempla pariente/a como “el esposo con relación al otro miembro del matrimonio”, sin embargo en el registro popular, no sé si por machismo, entre hombres se habla de la parienta con un propósito un tanto chusco. Volviendo a la universidad, la categoría de ayudante se resiste al femenino; hay muchísimas profesoras ayudantes pero ninguna ayudanta. Ser un buen gobernante es lo mejor que puede afirmarse de un político, pero el femenino gobernante no es válido para una política, pues que una gobernanta es la “mujer que en los hoteles tiene a su cargo el servicio de un piso en lo tocante a limpieza de habitaciones”, o la “encargada de la administración de una casa o institución”. Así pues, toda mujer que ejerza el gobierno será una gobernante pero nunca una gobernanta.

           

Aún es más elocuente el campo de la profesión militar, hasta anteayer dominio exclusivo del varón. Hombres y mujeres son todos soldados; pues soldada significa el sueldo o el haber del soldado y de la soldado. En cambio, el Diccionario prevé la posibilidad de perita para una “experta o entendida en algo”, mas ya son varias las peritas que he tenido que tratar por asuntos de seguros, y no he encontrado a ninguna que acepte el femenino, tal vez por el cruce con el diminutivo de pera, de suerte que, diga lo que diga el Diccionario, por si acaso todas son peritos. Volviendo al léxico militar, no es cuestión de clases o categorías: se rechaza soldada lo mismo que se rechaza caba, capitana, coronela o generala, aunque ya haya alguna mujer de ese rango. Y, por lo que se refiere a los sufijos en -enta, no veo mucho futuro para palabras como almiranta, comandanta, sargenta o tenienta, si no es en acepción jocosa, como en Los cuernos de don Friolera, de Valle-Inclán, donde doña Loreto, la protagonista, es como mujer del teniente Friolera la “señora tenienta”.

           

La lengua es un ente vivo que no puede permanecer indiferente a los avances de la sociedad y, en particular, a las conquistas de la mujer. Pero, como hemos comprobado, las reglas gramaticales no funcionan de un modo aritmético, gracias a Dios. La mujer reivindica, y con toda razón, ser apelada con el morfema de género que le corresponde, pero ella misma transgrede la norma, cuando la palabra en femenino le parece inadecuada, ambigua o simplemente no le suena muy bien, como a mi amiga concejal. Se conforma así una casuística tan rica como variada y hasta divertida. Menos gracia tiene, aunque indirectamente nos provoque hilaridad, el retorcimiento de la lengua que auspician algunos y algunas de nuestros políticos y de nuestras políticas, todos ellos y todas ellas tan gramáticos y gramáticas. ¡Cuánto se echa de menos en nuestros días un Molière!

 

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.