A la vuelta del verano
![[Img #55487]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2021/5239_paz-_dsc9268.jpg)
El mes de agosto es una época poco productiva para la inspiración y para la escritura. Me pasé todo el mes de un lado a otro cumpliendo con este y aquel compromiso sin poder apenas asomarme a esta columna ni para escribir ni para leer.
El reencuentro con la hoja en blanco se convierte de pronto en un tormento. Cuanta más conciencia tengo de lo que verdaderamente quiero escribir y de lo que me importa, más dudas me surgen. ¿De qué voy a hablar entonces? ¿Qué os voy a contar si apenas me he concedido un minuto de calma y reflexión en este tiempo?
Me siento como esa niña que a la vuelta del verano no recuerda siquiera las tablas de multiplicar, que olvidó como se interpretaba el abecedario y hasta que, alguna vez, había sido capaz de componer palabras con sus signos.
Empecemos por hacer un breve memorándum de la vuelta del verano.
Podría comenzar por enumerar todas las cosas que han sucedido, pero algunas solo son hechos, sin más. Días que pasan en busca de sombra, gente que cruza. Palabras sin emoción. Otras son un viaje por todos los continentes de mi existencia y he recogido toda clase de frutos, algunos amargos —será que como las manzanas aún están royos en esta época— y otros dulces, tan dulces que me hacen llorar de alegría. Pero han dejado de tener excesiva importancia; llega el otoño y el fruto cae, esté verde o maduro.
Apenas tuve tiempo de leer. Un solo libro en agosto y no siempre estuve de acuerdo con él. Lo leyeron otros y no todos estuvieron de acuerdo conmigo. Hallé en él cierto rastro de que muchas veces la mujer quiere dejar de saber lo que sabe, o simplemente siente que lo que ella sabe la ata, y lucha contra su naturaleza para romper el nudo. Me desconcertó la inevitable contradicción. También hay nudos que nos liberan, que nos diferencian y nos nutren como los que se forman en las plantas, de los que nacen las hojas, donde se acumula la savia que alimenta el tallo. Pero el libro no hablaba de eso.
Además, no he podido evitar volver a abrazar alguna vez. Sí, sé que está mal hecho, que merezco todo tipo decorrectivos. Neurobiológicamente, no estamos programados para vivir sin manifestaciones de afecto, lo cual supone, en ambos sentidos, un problema de salud pública. La piel no ha dejado de ser por arte de birlibirloque el órgano más grande de nuestro cuerpo, reclamando el contacto a través de sus miles de millones de receptores que participanen lo que sucede a nuestro alrededor. El contacto cura, la piel con piel cura, repara, vincula. Voy sumando contradicciones.
Y sumando, soy consciente de que la suelta del verano me ha vuelto más deslenguada, incisiva y valiente. Una confidencia de lo más tonta para no tomar en cuenta que ya lo era antes. En algún momento he perdido el miedo al fracaso —si alguien lo encuentra que no me lo devuelva—.Ya no me queda nada por demostrar; lo logrado, logrado está y lo demás queda para otros más intrépidos. Me conformo con que me haya dado tiempo a cumplir un año más. Me pregunto qué seré ahora, ¿viejoven o jovieja?
Cada día más, la vuelta del verano se me asemeja al regreso de Alicia a través del espejo después de haber estado en el País de las Maravillas, con la diferencia, esta vez, de que el conejo loco era yo. Las calles no me parecen las mismas que hace apenas una semana, ni la luz, ni el aire, ni los sonidos. Todo se siente diferente, lejano, perdido en el tiempo y, sin embargo, la agitación de agosto no es más pasado que el día de antes de ayer.
Para terminar, os diré que el tormento de la hoja en blanco me lo estoy tratando con lectura y reflexión tres veces al día. Por si dicha acción, mitigara los vértigos.
El mes de agosto es una época poco productiva para la inspiración y para la escritura. Me pasé todo el mes de un lado a otro cumpliendo con este y aquel compromiso sin poder apenas asomarme a esta columna ni para escribir ni para leer.
El reencuentro con la hoja en blanco se convierte de pronto en un tormento. Cuanta más conciencia tengo de lo que verdaderamente quiero escribir y de lo que me importa, más dudas me surgen. ¿De qué voy a hablar entonces? ¿Qué os voy a contar si apenas me he concedido un minuto de calma y reflexión en este tiempo?
Me siento como esa niña que a la vuelta del verano no recuerda siquiera las tablas de multiplicar, que olvidó como se interpretaba el abecedario y hasta que, alguna vez, había sido capaz de componer palabras con sus signos.
Empecemos por hacer un breve memorándum de la vuelta del verano.
Podría comenzar por enumerar todas las cosas que han sucedido, pero algunas solo son hechos, sin más. Días que pasan en busca de sombra, gente que cruza. Palabras sin emoción. Otras son un viaje por todos los continentes de mi existencia y he recogido toda clase de frutos, algunos amargos —será que como las manzanas aún están royos en esta época— y otros dulces, tan dulces que me hacen llorar de alegría. Pero han dejado de tener excesiva importancia; llega el otoño y el fruto cae, esté verde o maduro.
Apenas tuve tiempo de leer. Un solo libro en agosto y no siempre estuve de acuerdo con él. Lo leyeron otros y no todos estuvieron de acuerdo conmigo. Hallé en él cierto rastro de que muchas veces la mujer quiere dejar de saber lo que sabe, o simplemente siente que lo que ella sabe la ata, y lucha contra su naturaleza para romper el nudo. Me desconcertó la inevitable contradicción. También hay nudos que nos liberan, que nos diferencian y nos nutren como los que se forman en las plantas, de los que nacen las hojas, donde se acumula la savia que alimenta el tallo. Pero el libro no hablaba de eso.
Además, no he podido evitar volver a abrazar alguna vez. Sí, sé que está mal hecho, que merezco todo tipo decorrectivos. Neurobiológicamente, no estamos programados para vivir sin manifestaciones de afecto, lo cual supone, en ambos sentidos, un problema de salud pública. La piel no ha dejado de ser por arte de birlibirloque el órgano más grande de nuestro cuerpo, reclamando el contacto a través de sus miles de millones de receptores que participanen lo que sucede a nuestro alrededor. El contacto cura, la piel con piel cura, repara, vincula. Voy sumando contradicciones.
Y sumando, soy consciente de que la suelta del verano me ha vuelto más deslenguada, incisiva y valiente. Una confidencia de lo más tonta para no tomar en cuenta que ya lo era antes. En algún momento he perdido el miedo al fracaso —si alguien lo encuentra que no me lo devuelva—.Ya no me queda nada por demostrar; lo logrado, logrado está y lo demás queda para otros más intrépidos. Me conformo con que me haya dado tiempo a cumplir un año más. Me pregunto qué seré ahora, ¿viejoven o jovieja?
Cada día más, la vuelta del verano se me asemeja al regreso de Alicia a través del espejo después de haber estado en el País de las Maravillas, con la diferencia, esta vez, de que el conejo loco era yo. Las calles no me parecen las mismas que hace apenas una semana, ni la luz, ni el aire, ni los sonidos. Todo se siente diferente, lejano, perdido en el tiempo y, sin embargo, la agitación de agosto no es más pasado que el día de antes de ayer.
Para terminar, os diré que el tormento de la hoja en blanco me lo estoy tratando con lectura y reflexión tres veces al día. Por si dicha acción, mitigara los vértigos.