La ofuscación tiene que ver mucho con la ignorancia
![[Img #55488]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2021/3616_mercedes-dsc_1941.jpg)
Una crítica es sana y aceptable cuando está informada. Pero cuando se emiten juicios sin ninguna pregunta ni reflexión es un acto de soberbia y tiene mucho que ver con la falta de respeto a lo que puedan pesar otras personas. La crítica bien fundamentada es algo positivo y constructivo pero una crítica sin soporte argumental es un posicionamiento arrogante de una mentalidad ignorante. Es bien sabido que la ignorancia es muy osada.
La vida ya es, en general, lo suficientemente complicada y difícil como para sazonarla de malas intenciones. Si no se tiene nada bueno que aportar a los demás lo mejor es callarse y dejar que los demás aporten lo que puedan o sepan.
Es parte de una estructura mental mediocre, y por lo tanto débil y llena de miedos, el intentar que todos tengamos una uniformidad mental y, por supuesto, el tratar de destruir al que se salga de la norma.
Para aceptar a otros hay que aceptarse primero a uno mismo, y para llegar a ese punto hay que tener una gran capacidad de reflexión y de auto-análisis. Mirar para adentro de uno mismo y saber distinguir lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo justo y lo injusto, lo inteligente y lo estúpido, lo sabio y lo inculto…, es algo a lo que no estamos muy acostumbrados, unos menos que otros, y algo que en nuestra sociedad no se practica mucho, yo diría más bien poco (siendo generosa), porque en la educación que llevamos a nuestras espaldas tan sólo hemos practicado un cierto, y somero, auto-análisis a través del ‘pecado eclesiástico’, y esos comportamientos a los que podríamos llamar ‘poco dignos’ han sido, y son, fácilmente resueltos de ‘culpa’ a través de “decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia”.
Por lo tanto esta facilidad que brinda la Iglesia para silenciar las conciencias ha sido, y es, una espita abierta a hacer, decir y pensar, sin necesidad de reflexión previa sobre valores éticos, morales o simplemente valores sociales, entre los que entra, por supuesto, el respeto ajeno.
Gandhi dijo que uno tiene que ser, que comportarse, como el mundo que quiere tener, aludiendo a un mundo más pacífico, silencioso, generoso…, un mundo idílico. Pero hay mucha gente en este mundo que lo que quiere, busca y le interesa es la confrontación, la guerra, la bulla, el poder… y, como si siguiera el criterio de Gandhi,efectivamente, esa gente se comporta como tal: agresiva, avariciosa, prepotente, desconsiderada… para conseguir ‘su mundo’, que evidentemente no es el mundo que interesa a una gran parte de la población. Pero la avaricia, la guerra, el poder… siempre ganan sobre los pacíficos, los humildes, los generosos, los desinteresados…
Estas consideraciones anteriores vienen a cuento por detenerme en una reflexión sobre la indigna actuación de unas pocas, poquísimas, personas sobre algo que afecta a un gran número de personas. Unos cuantos deciden negativamente sobre el interés de unos muchos. ¿Con qué derecho estas siete personas arbitran lo que tienen o no tienen que leer, y saber, una población de once mil habitantes? Seguramente no todos los once mil leen el periódico pero sí, desde luego, muchos más que esas siete personas. Y el interés de la población por esos episodios sobre el verano del año 1936 en Astorga, vetados la semana pasada, iba mucho más allá de tintes políticos o partidistas; el interés era simplemente el conocimiento de su propia historia.
Pues, puedo decir con bastante satisfacción que me ha sorprendido gratamente la indignada reacción de muchas, muchísimas personas, muchas más de las que me hubiera imaginado, ante tal atropello social. Una alegría el constatar que todavía hay capacidad de reacción a los acosos culturales y sociales. Estos siete señores del Consejo de Administración de ‘El Faro’, acaban de tirar no piedras sobre su tejado sino de provocar un tsunami sobre su casa pues, que yo sepa, las firmas más dignas del periódico han anunciado su retirada del mismo ante tal caciquismo, e igualmente se han dado de baja muchos suscriptores.
A pesar de que el periódico ‘El Faro’ vive (malvive) de las suscripciones y sus páginas se nutren de las colaboraciones, su Consejo de Administración se ha permitido el lujo de indignar a sus colaboradores y disgustar a sus lectores por una exaltada obcecación emocional. A ver como resuelven este despropósito. Mala cosa por no ser reflexivo a tiempo y saber atemperar la vocación de ‘ordeno y mando’. Con el arrebato de poder puede llegar la ruina. ¡¡¡Mal jugado!!!
Más justos, más alegres, más generosos y más serenos sería un buen camino para renovar las energías humanas. Quizás estas ‘energías humanas’ se podrían incluir dentro de ‘energías renovables’ en la trayectoria de sostenibilidad ambiental y apostar con ello por su cambio de una manera oficial. Con energías humanas positivas la sociedad obtendría grandes beneficios de todo tipo y con muy poco esfuerzo, seguro, desde beneficios en la salud pasando por la cultura y hasta económicos (probablemente más interesantes que la rebaja en la factura de la luz), porque el bienestar emocional abre muchas puertas y despeja muchos caminos, y sobre todo proporciona felicidad.
No son tiempos para la censura sino para la cordialidad, el respeto y la serenidad. Hay que ir aprendiendo a salir a la claridad y no quedarse en las tinieblas señores de la bruma.
O témpora o mores
Una crítica es sana y aceptable cuando está informada. Pero cuando se emiten juicios sin ninguna pregunta ni reflexión es un acto de soberbia y tiene mucho que ver con la falta de respeto a lo que puedan pesar otras personas. La crítica bien fundamentada es algo positivo y constructivo pero una crítica sin soporte argumental es un posicionamiento arrogante de una mentalidad ignorante. Es bien sabido que la ignorancia es muy osada.
La vida ya es, en general, lo suficientemente complicada y difícil como para sazonarla de malas intenciones. Si no se tiene nada bueno que aportar a los demás lo mejor es callarse y dejar que los demás aporten lo que puedan o sepan.
Es parte de una estructura mental mediocre, y por lo tanto débil y llena de miedos, el intentar que todos tengamos una uniformidad mental y, por supuesto, el tratar de destruir al que se salga de la norma.
Para aceptar a otros hay que aceptarse primero a uno mismo, y para llegar a ese punto hay que tener una gran capacidad de reflexión y de auto-análisis. Mirar para adentro de uno mismo y saber distinguir lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo justo y lo injusto, lo inteligente y lo estúpido, lo sabio y lo inculto…, es algo a lo que no estamos muy acostumbrados, unos menos que otros, y algo que en nuestra sociedad no se practica mucho, yo diría más bien poco (siendo generosa), porque en la educación que llevamos a nuestras espaldas tan sólo hemos practicado un cierto, y somero, auto-análisis a través del ‘pecado eclesiástico’, y esos comportamientos a los que podríamos llamar ‘poco dignos’ han sido, y son, fácilmente resueltos de ‘culpa’ a través de “decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia”.
Por lo tanto esta facilidad que brinda la Iglesia para silenciar las conciencias ha sido, y es, una espita abierta a hacer, decir y pensar, sin necesidad de reflexión previa sobre valores éticos, morales o simplemente valores sociales, entre los que entra, por supuesto, el respeto ajeno.
Gandhi dijo que uno tiene que ser, que comportarse, como el mundo que quiere tener, aludiendo a un mundo más pacífico, silencioso, generoso…, un mundo idílico. Pero hay mucha gente en este mundo que lo que quiere, busca y le interesa es la confrontación, la guerra, la bulla, el poder… y, como si siguiera el criterio de Gandhi,efectivamente, esa gente se comporta como tal: agresiva, avariciosa, prepotente, desconsiderada… para conseguir ‘su mundo’, que evidentemente no es el mundo que interesa a una gran parte de la población. Pero la avaricia, la guerra, el poder… siempre ganan sobre los pacíficos, los humildes, los generosos, los desinteresados…
Estas consideraciones anteriores vienen a cuento por detenerme en una reflexión sobre la indigna actuación de unas pocas, poquísimas, personas sobre algo que afecta a un gran número de personas. Unos cuantos deciden negativamente sobre el interés de unos muchos. ¿Con qué derecho estas siete personas arbitran lo que tienen o no tienen que leer, y saber, una población de once mil habitantes? Seguramente no todos los once mil leen el periódico pero sí, desde luego, muchos más que esas siete personas. Y el interés de la población por esos episodios sobre el verano del año 1936 en Astorga, vetados la semana pasada, iba mucho más allá de tintes políticos o partidistas; el interés era simplemente el conocimiento de su propia historia.
Pues, puedo decir con bastante satisfacción que me ha sorprendido gratamente la indignada reacción de muchas, muchísimas personas, muchas más de las que me hubiera imaginado, ante tal atropello social. Una alegría el constatar que todavía hay capacidad de reacción a los acosos culturales y sociales. Estos siete señores del Consejo de Administración de ‘El Faro’, acaban de tirar no piedras sobre su tejado sino de provocar un tsunami sobre su casa pues, que yo sepa, las firmas más dignas del periódico han anunciado su retirada del mismo ante tal caciquismo, e igualmente se han dado de baja muchos suscriptores.
A pesar de que el periódico ‘El Faro’ vive (malvive) de las suscripciones y sus páginas se nutren de las colaboraciones, su Consejo de Administración se ha permitido el lujo de indignar a sus colaboradores y disgustar a sus lectores por una exaltada obcecación emocional. A ver como resuelven este despropósito. Mala cosa por no ser reflexivo a tiempo y saber atemperar la vocación de ‘ordeno y mando’. Con el arrebato de poder puede llegar la ruina. ¡¡¡Mal jugado!!!
Más justos, más alegres, más generosos y más serenos sería un buen camino para renovar las energías humanas. Quizás estas ‘energías humanas’ se podrían incluir dentro de ‘energías renovables’ en la trayectoria de sostenibilidad ambiental y apostar con ello por su cambio de una manera oficial. Con energías humanas positivas la sociedad obtendría grandes beneficios de todo tipo y con muy poco esfuerzo, seguro, desde beneficios en la salud pasando por la cultura y hasta económicos (probablemente más interesantes que la rebaja en la factura de la luz), porque el bienestar emocional abre muchas puertas y despeja muchos caminos, y sobre todo proporciona felicidad.
No son tiempos para la censura sino para la cordialidad, el respeto y la serenidad. Hay que ir aprendiendo a salir a la claridad y no quedarse en las tinieblas señores de la bruma.
O témpora o mores