La sinrazón
Una sinrazón se puede decorar de múltiples razones, pero si la acumulación de éstas da como suma el recurrente cero patatero, la misma sinrazón es el resultado final de la operación. La más sencilla de las reglas aritméticas ayuda a explicar la inexplicable censura ejercida sobre una periodista en el único baluarte de un periódico escrito que queda en Astorga, para más inri, vestigio único de la prensa diaria de ámbito comarcal en España.
El Faro Astorgano es por estos lares un símbolo que sobrepasa el objeto social de informar y opinar. Donde llegó a haber hasta tres cabeceras diferentes hace un siglo, gozar hoy del concurso de una de ellas, es algo de que debe llenar de orgullo a una colectividad urbana y rural, máxime cuando está limitada a un censo de poco más de diez mil habitantes y va camino de ser un referente más de la España vaciada.
Todo se ha borrado de un plumazo - así lo demuestra la vulgaridad y necedad de la decisión- por la mente estrecha de los integrantes del consejo de administración de la editora del periódico. En práctica de épocas inquisitoriales y dictatoriales, ha comunicado a Mercedes Unzeta, por medios absolutamente impropios e indignos para con esta o cualquier profesional, que deja de colaborar en sus páginas, al tiempo que interrumpe un serial sobre la beatificación de unas jóvenes enfermeras, víctimas de la Guerra Civil e hijas de ilustres familias astorganas - entre ellas la de la autora del reportaje -, que iba por su undécima entrega.
En la sinrazón, por completo muda de razones, confluye la doble falta de respeto a los lectores y a la colega. A los primeros, porque merecen y deben exigir la nota oficial del órgano de dirección sobre los motivos que le han llevado a adoptar tan tajante medida. El silencio es signo de prudencia, pero en casos así, es elocuencia de la cobardía. A la segunda porque no es de recibo ni de señorío pasaportarla con el frío testimonio de un mensajero (una redactora del periódico), ajeno a este tejemaneje caciquil. Una demostración de arrojo y coherencia es que el presidente y, a ser posible, el resto de consejeros, hubieran comunicado de viva voz a la afectada el alcance de su resolución. Cuestión de formas que no se han atenido en momento alguno a la equidad y al equilibrio que se suponen en personas que razonan y no que explosionan.
La impudicia deja al descubierto otras vergüenzas en lectura interna. El Faro es un periódico sin director y, por lo tanto, sin dirección visible y orientada al objeto social que es el hecho informativo. Ésta recae, a tenor de lo acontecido, en ese consejo de administración que ha dado una lección de cómo no debe gestionarse algo tan complejo como una empresa periodística, con muchas más aristas y recovecos que la frialdad de los números rojos o negros en la cuenta de resultados. Esa ausencia de director ha dado lugar a esta insensatez. Con una mente regidora en la redacción, apoyada en el nombramiento efectivo del máximo escalafón del organigrama, estoy por asegurar que el resultado hubiera sido otro, por lo menos en cuanto a formas, porque esa figura habría podido tender puentes de igual a igual entre las distintas sensibilidades que, imagino, se darán en el seno de la representación del accionariado.
No menos chocante, pero consecuencia de lo anterior, es que este periódico no tenga definida una línea editorial. Son las reglas del juego. El vademécum que ayuda a discernir lo que puede o no tener cabida en sus páginas. Lo que orienta a los colaboradores en el mensaje de sus escritos. Sin ese instrumento, se da una especie de silencio administrativo que operará, según jurisprudencia, a favor de los administrados y nunca de los administradores. Tras Mercedes Unzeta, cualquiera que preste su firma en las columnas de El Faro, como el que esto suscribe, puede verse en una situación de mordaza a las bravas. Una engañifa no solo al colaborador, sino a los lectores.
He recibido preocupantes testimonios sobre la viabilidad de El Faro Astorgano, incluso en el corto plazo. Acciones como la del consejo de administración empujan hacia el abismo. Cualquiera piensa que esos gestores ocupan sus sillones para responder al desafío. Pero con el comportamiento hacia Mercedes Unzeta, que es un aviso a navegantes, da que pensar que subyace un propósito de liquidación de existencias. No será la única firma que borren de una nómina de colaboradores desinteresados. Que lo tengan en cuenta.
Y en esta exposición de claridades, evocar una maravillosa serie británica de hace cuatro décadas. Se llamaba Arriba y Abajo. Escenificó la rutina en una gran mansión londinense. En las plantas superiores se alojaba la aristocracia residente y en las inferiores el personal de servicio. El argumento se basaba en la óptica de dos formas opuestas de vivir desde los parámetros de la dignidad. Sirva de remedo para lo que debe ser en un periódico, analógico o digital, el consejo de administración y la redacción. En el caso de marras, a las claras se ve dónde permanece la coherencia y dónde se ha disipado. El dinero de los títulos accionariales compra influencias, pero no la inteligencia.
Ingenuo, esto publiqué, dos días antes del desaguisado, en mi última columna Por Cierto, de El Faro Astorgano, en una alusión al significado de los sustantivos de los tres referentes periodísticos de la ciudad: pensamiento, luz y faro. Sobre este último dije: Faro, el vigente, sinónimo del anterior, pero aquí germina en orientación y salvación de conciencias e ideas perdidas en la penumbra o la tempestad. Me han dejado en ridículo.
Una sinrazón se puede decorar de múltiples razones, pero si la acumulación de éstas da como suma el recurrente cero patatero, la misma sinrazón es el resultado final de la operación. La más sencilla de las reglas aritméticas ayuda a explicar la inexplicable censura ejercida sobre una periodista en el único baluarte de un periódico escrito que queda en Astorga, para más inri, vestigio único de la prensa diaria de ámbito comarcal en España.
El Faro Astorgano es por estos lares un símbolo que sobrepasa el objeto social de informar y opinar. Donde llegó a haber hasta tres cabeceras diferentes hace un siglo, gozar hoy del concurso de una de ellas, es algo de que debe llenar de orgullo a una colectividad urbana y rural, máxime cuando está limitada a un censo de poco más de diez mil habitantes y va camino de ser un referente más de la España vaciada.
Todo se ha borrado de un plumazo - así lo demuestra la vulgaridad y necedad de la decisión- por la mente estrecha de los integrantes del consejo de administración de la editora del periódico. En práctica de épocas inquisitoriales y dictatoriales, ha comunicado a Mercedes Unzeta, por medios absolutamente impropios e indignos para con esta o cualquier profesional, que deja de colaborar en sus páginas, al tiempo que interrumpe un serial sobre la beatificación de unas jóvenes enfermeras, víctimas de la Guerra Civil e hijas de ilustres familias astorganas - entre ellas la de la autora del reportaje -, que iba por su undécima entrega.
En la sinrazón, por completo muda de razones, confluye la doble falta de respeto a los lectores y a la colega. A los primeros, porque merecen y deben exigir la nota oficial del órgano de dirección sobre los motivos que le han llevado a adoptar tan tajante medida. El silencio es signo de prudencia, pero en casos así, es elocuencia de la cobardía. A la segunda porque no es de recibo ni de señorío pasaportarla con el frío testimonio de un mensajero (una redactora del periódico), ajeno a este tejemaneje caciquil. Una demostración de arrojo y coherencia es que el presidente y, a ser posible, el resto de consejeros, hubieran comunicado de viva voz a la afectada el alcance de su resolución. Cuestión de formas que no se han atenido en momento alguno a la equidad y al equilibrio que se suponen en personas que razonan y no que explosionan.
La impudicia deja al descubierto otras vergüenzas en lectura interna. El Faro es un periódico sin director y, por lo tanto, sin dirección visible y orientada al objeto social que es el hecho informativo. Ésta recae, a tenor de lo acontecido, en ese consejo de administración que ha dado una lección de cómo no debe gestionarse algo tan complejo como una empresa periodística, con muchas más aristas y recovecos que la frialdad de los números rojos o negros en la cuenta de resultados. Esa ausencia de director ha dado lugar a esta insensatez. Con una mente regidora en la redacción, apoyada en el nombramiento efectivo del máximo escalafón del organigrama, estoy por asegurar que el resultado hubiera sido otro, por lo menos en cuanto a formas, porque esa figura habría podido tender puentes de igual a igual entre las distintas sensibilidades que, imagino, se darán en el seno de la representación del accionariado.
No menos chocante, pero consecuencia de lo anterior, es que este periódico no tenga definida una línea editorial. Son las reglas del juego. El vademécum que ayuda a discernir lo que puede o no tener cabida en sus páginas. Lo que orienta a los colaboradores en el mensaje de sus escritos. Sin ese instrumento, se da una especie de silencio administrativo que operará, según jurisprudencia, a favor de los administrados y nunca de los administradores. Tras Mercedes Unzeta, cualquiera que preste su firma en las columnas de El Faro, como el que esto suscribe, puede verse en una situación de mordaza a las bravas. Una engañifa no solo al colaborador, sino a los lectores.
He recibido preocupantes testimonios sobre la viabilidad de El Faro Astorgano, incluso en el corto plazo. Acciones como la del consejo de administración empujan hacia el abismo. Cualquiera piensa que esos gestores ocupan sus sillones para responder al desafío. Pero con el comportamiento hacia Mercedes Unzeta, que es un aviso a navegantes, da que pensar que subyace un propósito de liquidación de existencias. No será la única firma que borren de una nómina de colaboradores desinteresados. Que lo tengan en cuenta.
Y en esta exposición de claridades, evocar una maravillosa serie británica de hace cuatro décadas. Se llamaba Arriba y Abajo. Escenificó la rutina en una gran mansión londinense. En las plantas superiores se alojaba la aristocracia residente y en las inferiores el personal de servicio. El argumento se basaba en la óptica de dos formas opuestas de vivir desde los parámetros de la dignidad. Sirva de remedo para lo que debe ser en un periódico, analógico o digital, el consejo de administración y la redacción. En el caso de marras, a las claras se ve dónde permanece la coherencia y dónde se ha disipado. El dinero de los títulos accionariales compra influencias, pero no la inteligencia.
Ingenuo, esto publiqué, dos días antes del desaguisado, en mi última columna Por Cierto, de El Faro Astorgano, en una alusión al significado de los sustantivos de los tres referentes periodísticos de la ciudad: pensamiento, luz y faro. Sobre este último dije: Faro, el vigente, sinónimo del anterior, pero aquí germina en orientación y salvación de conciencias e ideas perdidas en la penumbra o la tempestad. Me han dejado en ridículo.