Aidan Mcnamara
Sábado, 11 de Septiembre de 2021

El precio de la sombra

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Electricidad es sinónimo de modernidad. Y simboliza el nexo entre la ciencia y la tecnología. Incluso la cultura moderna depende de ella, desde el cine hasta el rock and roll. Ya es difícil imaginar un hospital sin electricidad o una casa sin nevera. Claro, hablo de la modernidad. La civilización es otra cosa. A mí me gusta distinguir entre modernidad y civilización. El último constructo, más amplio, aborda otras cosas como la ética, las leyes, las formas de vivir etc.

 

Una de las batallas continuas del progreso es la lucha contra los eufemismos. Los seres humanos somos tan creativos que cuando matamos a los dioses inventamos otros. Por fortuna, este tic es, a menudo, gracioso. Por ejemplo, un concierto popular se parece a una misa, con mecheros (perdón, hoy en día, linternas de móvil) en vez de velas (vale, ya son velas eléctricas). Y según los caprichos o los intereses velados de nuestros gobiernos, los lunes somos ciudadanos y los martes consumidores y los miércoles gente de bien…

 

Mi padre me ha contado una historia muy simpática sobre el destino de los trenes en la comarca de su infancia. Se había convocado una reunión para determinar el futuro de un servicio regional, una línea de unos veinte kilómetros. Acudieron los portavoces y representantes de la empresa, los sindicatos, los notables de la Cámara de Comercio y un buen número de oriundos. La persona encargada de moderar el encuentro era un señor jubilado (o, como diría con razón un compañero de este periódico, un veterano competente) con una reputación limpia -es decir, no partidista- además de ser un aficionado al ciclismo. Nada más empezar, tras lograr un silencio impecable, preguntó con una voz grave, salomónica: “Que levanten la mano los que han llegado esta tarde en tren”. Inspeccionó la sala durante medio minuto largo y, tras comprobar la ausencia completa de manos alzadas, dijo: “Se levanta la sesión”.

 

Ahora bien, sé que esta historia es anecdótica, dentro de un marco poco democrático. Hablo de una época en la cual el coche era todavía un pin de prestigio, una manera de decir ¿Sabe quién soy? E, igual, los usuarios (¿ciudadanos, consumidores?) humildes no aparecieron aquella tarde por estar aun currando. No lo sé. Y no iba a acribillar a mi padre con preguntas pesadas de índole sociológico-marxista, como diría él (pero con un vocabulario bien distinto). Y no iba yo a estropear un buen whiskey con un pulso innecesario.

 

Lo que sí es necesario aclarar es si la electricidad (y su precio) es una cuestión de Estado o meramente un yate, un yate de esos optativos que ni son veleros ni un medio de transporte, sino más bien discotecas para ricos que controlan los precios del crudo o el nivel del agua en los pantanos de Zamora.

 

 

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