Javier Huerta
Sábado, 11 de Septiembre de 2021

Lorca manipulado / 2

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A la tentación de manipular ideológicamente a un gran autor como García Lorca por motivos espurios dediqué una saeta hace semanas. La combinación del analfabetismo literario de quienes admiran al hombre Lorca, pero desconocen su obra, y el sectarismo ideológico puede resultar más explosiva que un cóctel Molotov. La memoria histórica, ahora sarcásticamente rebautizada como democrática, amén de la corrección política, la cultura de la cancelación y otras exquisiteces del pensamiento líquido dominante, se nutren de esos ingredientes que están propiciando en occidente un verdadero terrorismo cultural: se abaten estatuas, se profanan símbolos y monumentos, se eliminan nombres del callejero (desde los Reyes Católicos a Pemán), se prohíben costumbres y tradiciones seculares mientras otras extrañas a nuestra civilización se jalean, se censuran las obras literarias por machistas, homófobas y xenófobas, y todo ello con una saña que para nada se compadece con un sistema que si, por un lado, se complace en castigar los delitos de odio con los vivos, por el otro, promueve el odio mismo con los muertos para crear un canon y una historia a su antojo.

           

La riquísima y no siempre fácil de comprender obra lorquiana se escapa –por fortuna– a las pueriles clasificaciones y los maniqueísmos de que tanto gusta hoy cierta progresía. Esta ignora, por ejemplo, que en los primeros 60, cuando la familia de Lorca dio su consentimiento para que sus piezas se llevaran a escena, la mayoría de los intelectuales de izquierdas las rechazaron por estar alejadas del realismo social y no cumplir, por tanto, el compromiso político que se le exigía al artista en la lucha contra la dictadura. Esto es lo que sucedió a propósito de las representaciones que de Yerma y Bodas de sangre llevaron a cabo Luis Escobar y José Tamayo, dos enormes directores de escena vinculados al franquismo, en 1960 y 1962.Todavía diez años después, don Antonio Buero Vallejo, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española (les recomiendo lo lean en línea porque es una pieza maestra del ensayismo teatral), se veía obligado a defender el teatro lorquiano de los muchos ataques que, por demasiado ‘lírico’ o ‘escapista’, le hacía aquella desnortada intelectualidad antifranquista. (Por motivos similares –su teatro era demasiado poético– un republicano cabal como Alejandro Casona fue también repudiado cuando su vuelta a España en la misma década de los 60.)

           

Con el tiempo la mayoría de estos intelectuales se vieron obligados a cantar la palinodia y a reconocer el genio único de Lorca como poeta lírico y dramático. Pero a aquellos críticos tan lúcidos sucedieron, sin embargo, otros no menos lucidos que siguen dedicándose con esfuerzo digno de mejor causa a manipular, mutilar y dejar casi irreconocible su obra. Añádanse a ellos algunos directores escénicos que en nuestros días maniobran a capricho sus dramas hasta llegar a adulterar su más hondo y verdadero sentido. Y es que hay temas en el imaginario lorquiano que difícilmente encajan en la ideología hoy preponderante; mejor dicho, que chocan abiertamente con ella. No cabe otra solución entonces que ignorar esos temas, censurarlos, cercenarlos, para rebajar el genio a la trivialidad posmoderna de la que estos tales son adalides. En próximas saetas me referiré a dos de esos temas que estimo importantes: la tauromaquia y la religión. Y en esta de hoy me conformaré con mostrarles alguna aberración crítica respecto al del sexo y la homosexualidad a la que nos referíamos hace unos días.

 

Los llamados estudios de género gender studies– y, en particular, los del sector queer han causado –están causando– verdaderos estragos en la apreciación de Lorca. Como la mayoría de mis lectores no se dedican, gracias a Dios, a la investigación literaria, les pondré una divertida muestra de los disparates a que pueden llegar ciertos cerebros calenturientos, cuando dan en interpretar versos de nuestro poeta. El breve comentario que les transcribo trata de psicoanalizar, en clave homosexual, uno de los portentosos Sonetos del amor oscuro, el que lleva por título ‘Noche del amor insomne’. Mis coletillas entre corchetes entiéndanlas como una suerte de desahogos personales, a medio camino entre la indignación y el cachondeo, que quizá pudieran expresarse mejor mediante esos populares emoticonos que tanto se utilizan en los guasaps. He aquí el texto en cuestión:

 

 

«Las hondas lejanías por las que llora el amado pueden leerse por lo que hay en el interior del culo [ya ven: hondo y lejano a la vez]. Utilizando una sinécdoque bastante apropiada, él [se supone que nuestro crítico se refiere al culo] recibe el nombre de cristal de pena, un utensilio que puede alcanzar esta lejana región, es decir, el pene [ya ven que la cosa incumbe también a la geografía]. Seguramente las bocas puestas sobre el chorro helado / de una sangre sin fin que se derrama hacen referencia a la felación [como diría el castizo, con un par…]. Ambas bocas –el plural es significativo– están puestas sobre un chorro descrito como helado, que en español es el nombre que recibe el popular polo, de tan parecida forma al órgano sexual masculino».

 

Hasta aquí la cita de esta lumbrera, cuyo nombre callaré por respeto y vergüenza, y que acaso a estas horas enseña Literatura en alguna universidad americana con el consiguiente peligro que ello tiene para la buena salud mental de los jóvenes estudiantes que tengan la desgracia de asistir a sus clases. Y por si acaso, ustedes, mis lectores, tengan cuidado y piénsenselo dos veces cuando se tomen un polo.

 

Mas como no quisiera dejarles con el regusto amargo del polo, les traeré el soneto en cuestión, los catorce mágicos versos de quien estuvo tocado por la gracia y el duende:

 

Noche arriba los dos con luna llena,
yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios, las quejas mías
momentos y palomas en cadena

Noche abajo los dos. Cristal de pena,
llorabas tú por hondas lejanías.
Mi dolor era un grupo de agonías
sobre tu débil corazón de arena.

La aurora nos unió sobre la cama,
las bocas puestas sobre el chorro helado
de una sangre sin fin que se derrama.

Y el sol entró por el balcón cerrado
y el coral de la vida abrió su rama
sobre mi corazón amortajado.
        

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