Bruno Marcos
Domingo, 12 de Septiembre de 2021

Los viejos novísimos

Con motivo de las jornadas de análisis de la mítica antología ‘Nueve novísimos’, desarrolladas en Astorga al cumplir 50 años de su aparición, Bruno Marcos la comenta desde la perspectiva actual

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En la última feria del libro viejo me avisó un amigo de que en una de las casetas estaba la primera edición de la antología de poesía ‘Nueve novísimos’, entonces me di cuenta de lo viejos que eran ya aquellos nueve novísimos de los que oí hablar en cuanto me puse a leer poemas en la adolescencia. Ese libro había quedado en mi recuerdo como algo permanentemente nuevo, pero el caso es que cuando supe de su existencia ya tenía quince años y hoy cincuenta. Cumpleaños por el cual le han dedicado en Astorga estos días varias sesiones de análisis.

 

En torno a la obra original siempre ha reinado la confusión. Existieron gran número de antologías que la completaban, que la corregían, que incorporaban miembros o que quitaban, que se le oponían… Seguramente ha sido el último intento, medianamente logrado, de poner en funcionamiento el método generacional en nuestro país para hacer circular a algunos escritores. Desde las del 98 y del 27, hablar de generaciones literarias ha aportado poco. Todas acaban con muchos autores en la sombra y unos pocos corriendo en direcciones opuestas.

 

De los nueve novísimos originales uno pierde siempre la cuenta porque hay dos o tres que no escribieron más poemas y otros tres o cuatro que han sido grandes versificadores. Recordar a los novísimos es hablar sobre cuáles lo fueron y cuáles no, sobre cuáles, sin serlo, debían haberlo sido y otras combinaciones estériles, una especie de galimatías para los muy iniciados.

 

Dice el teórico creador del grupo, José María Castellet, en el prólogo, que los novísimos fueron los primeros poetas nacidos después de la guerra civil y que, por lo tanto, no tenían ningún recuerdo propio del gran drama. También señala que en ellos la influencia de lo no literario cobraba más importancia que lo literario, que les unía el deseo de escapar de lo que él denominó la “pesadilla estética” del realismo y que en ellos iban a ser decisivos el cine, la televisión, la música o el cómic.

 

Leídos hoy sus argumentos sorprenden ya que pensamos que todas esas influencias estaban en 1970 —año en el que aparece el libro— aún atrofiadas, en embrión, con un sólo canal de televisión oficial, todavía con censura y, por supuesto, sin Internet… En una misma página leemos nombres como Roland Barthes, Susan Sontag, Terenci Moix, Conchita Piquer, Flash Gordon, Che Guevara… En otra  habla de la “ilógica razonada”, más adelante del “mito desmitificante”. Y todo ello viene en el prólogo de Castellet sujetado por los poderosos brazos de Umberto Eco, Gillo Dorfles, McLuhan y otros a quien cita.

 

Lo novísimo de entonces tiene hoy el aspecto de lo que, pretendiendo ser completamente nuevo, no era sino otro retrato de un país viejo que necesitaba olvidar los aciertos y los errores de sus antepasados. En un renglón escondido deja Castellet escrita la clave: “horror por todo lo español”. Esa es la auténtica pesadilla, el pasado sombrío de España que amenazaba con avanzar perpetuamente hacia el presente.

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