Javier Huerta
Jueves, 16 de Septiembre de 2021

Lorca manipulado / 3

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A veces pienso que eran (son) todos una panda de cretinos: Goya, Doré, Manet, Regoyos, Picasso, Zuloaga, Sorolla, Solana, Vázquez Díaz, Benlliure, Antonio Saura, Gautier, Bizet, Barbieri, Chueca, Falla, Turina, Bacarisse, Rilke, Benavente, Blasco Ibáñez, los hermanos Machado, Azorín, Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Gómez de la Serna, Alberti, Gerardo Diego, Guillén, Garfias, Aleixandre, Bergamín, Giménez Caballero, Chaves Nogales, Cocteau, Montherlant, Cau, Wajda,Orson Welles, Hemingway, Artaud, Bataille, Leiris, Álvarez de Miranda, Cossío, Miguel Hernández, Arrabal, Nieva, Cela, Ortega y Gasset, Marañón, Tierno Galván, Leopoldo Panero, Rafael Morales, Félix Grande, Brines, Caballero Bonald,Juan Luis Panero, Távora, Marzal, Boadella, García Márquez, Botero,Vargas Llosa, Bacon, Savater Villán, Angélica Liddell… Nada más que mindundis de la cultura universal, poetas, dramaturgos, novelistas, pensadores, cineastas…Entre ellos cinco premios Nobel, todos interesados por la tauromaquia; fascinados por sus orígenes míticos, su ritualidad atávica, su tradición tan acendrada en tantos lugares del mundo (no solo en España), su condición de espectáculo único e irrepetible…Por delante vaya mi respeto a los adversarios de la fiesta, entre los cuales ha habido también notables escritores, desde Eugenio Noel a Manuel Vicent. Pero el antitaurinismo es una cosa, y el odio que la ideología animalista y, en general, la hispanofobia han introducido en la sociedad actual otra bien distinta. Que la muerte de un torero tras sufrir una cogida no hace mucho fuera festejada en las redes, para escarnio de su viuda e hijo, da idea del grado de bestialismo a que han llegado estos mezquinos ecolobos con piel de cordero.

           

A esa lista inacabable de quienes se han sentido atraídos por la tauromaquia hay que añadir, con letras de oro, el nombre de Federico García Lorca. El lorquismo líquido de nuestros días ha echado montones de arena sobre esta pasión como algo vergonzante e inconfesable, volviendo a manipular su arte irrepetible. En cualquiera de las facetas de su creación ?poesía, prosa, teatro? dejó Lorca testimonios bastantes de esta afición suya, entrañada en su riquísimo mundo imaginario. “El toreo ?afirma meses antes de caer asesinado? es, probablemente, la riqueza poética y vital mayor de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que la fiesta de los toros es la más culta que hay hoy en el mundo. Es el drama puro en el cual el español derrama sus mejores lágrimas y sus mejores bilis. Es el único sitio a donde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza”.

           

A mis estudiantes suelo leerles estas palabras antes de comentar uno de los poemas cumbres de Lorca: el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Como los sé ignorantes y reticentes a todo cuanto toca la tauromaquia, no por su culpa sino por los prejuicios y las consignas que a todas horas les llueven de políticos, ideólogos y ecotontainas, dedico unos minutos a hablarles del entorno estético del poema, del relieve que la corrida de toros tiene en su obra, de la honda significación que una ‘tragedia real’ ?como dijera Valle-Inclán de la corrida? tiene en la génesis de la modalidad más sublime de teatro, la tragedia (Yerma, Bodas de sangre). Actúo en esto de modo contrario a cierto colega, que en una ocasión me confesó que el poema, a pesar de su belleza, no era de su gusto comentarlo, porque los estudiantes podían ver en él una apología de esa barbarie llamada corrida de toros. Así es que, por ello mismo, procuraba no explicarlo y, cuando no tenía más remedio que hacerlo, se refería del modo más neutro posible a su contenido. Como a mí la neutralidad solo me gusta en las guerras, le bombardeé ?nunca mejor dicho? con preguntas y objeciones varias: “¿Cómo narices les explicas entonces a tus alumnos la tan taurina expresión de “a las cinco de la tarde”? ¿Por qué la ‘arena’ está ensangrentada? ¿Acaso es que ha llovido del cielo? ¿No te preguntan por el significado de las ‘barreras’, las ‘gradas’, los ‘tendidos’ y tienes entonces que explicarles la arquitectura de una plaza, para que al menos amplíen su vocabulario básico? ¿Tampoco se interesan por saber qué pintan ‘los toros de Guisando’ en esta historia? ¿Qué les dices de Ignacio Sánchez Mejías? ¿No crees que su polifacética personalidad de torero, dramaturgo, mecenas del 27, merece un comentario detenido? Preguntas todas retóricas, pues hay que imaginar al colega animalista hablando de un tal Sánchez Mejías, como si en lugar de un matador de toros fuese un registrador de la propiedad.

           

Pero por preguntar que no quede. ¿Para qué entrar entonces en la puesta en escena que de El caballero de Olmedo, preparó Lorca en 1935 al frente de su Teatro Universitario La Barraca, conmovido aún por la muerte de su gran amigo? ¿Sabe este ecolega por ventura que don Alonso, el protagonista de la tragedia de Lope, es ?además de caballero? toreador, como se decía en la España del Siglo de Oro? ¿Sabe que su asesinato, en el camino de Medina a Olmedo, por parte de su rival de amores, don Rodrigo, se precipita tras el triunfo que don Alonso tiene lidiando en la plaza de Medina del Campo? ¿Conoce las inspiradas ilustraciones que el pintor Pepe Caballero hizo del Llanto, así como los figurines y decorados que diseñó para aquella representación, tan dependiente del poema? Antiguallas, según mi colega. Hay que crear un mundo mejor, donde la palabra sangre esté proscrita, donde ?como diría Summers? to er mundo sea güeno… Un mundo bueno, lleno empero de bellacos que se conduelen del sacrificio del toro de lidia, un espécimen único abocado a la extinción de no existir la corrida, pero que al propio tiempo celebran con champaña la muerte de un torero en el ruedo. Un Disneyworld de malvados y, sobre todo, de idiotas, incapaces de estremecerse ante la belleza de unos versos que brotan de un manantial de sangre, la del torero muerto en la plaza, héroe de un ritual antiguo, misterioso e inexplicable, singular en un mundo cada vez más gregario, único, como lo es el propio arte cuando es tan de verdad: “Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, / un andaluz tan claro, tan rico de aventura. / Yo canto su elegancia con palabras que gimen / y recuerdo una brisa triste por los olivos.”

           

Como decía una lumbrera de nuestra política, tras elogiar un espectáculo sobre Lorca al que no había asistido, nos quedará siempre Lorca, pero el Lorca verdadero no el manipulado.

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