Mercedes Unzeta Gullón
Viernes, 17 de Septiembre de 2021

Lea, mi mastín leonés

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Hoy 16 de septiembre a las 12 h. de la mañana acabo de enterrar a Lea. La perra que me ha acompañado, cuidado y defendido durante 11 años. Estoy triste. No se ha muerto de muerte natural sino que he tenido que tomar la decisión de ponerle la inyección final porque su deterioro físico iba en aumento y ya apenas se podía levantar. Las patas traseras le fallaban. Parece que es una característica de los mastines, no sé si de todos los mastines pero sí parece que de los leoneses, y Lea era una mastín leonesa.

 

Lea había nacido en el seno de una familia de mastines de la montaña leonesa. Sus progenitores habían peleado con los lobos para defender el rebaño y me contaron que siempre habían salido vencedores de las peleas con estos perros salvajes. Con esa carta de presentación su pedigrí prometía para consolidarse como defensora de mi persona y también de mi casa, así que Lea entró a formar parte de la familia siendo un lindo cachorrito de peluche que nada indicaba la importante envergadura que iba a tomar de adulta.

 

Lo primero que tuvo que hacer de cachorrito fue entenderse con otro habitante del molino, Farinelli, mi caballo  blanco (y castrado), precisamente esta última condición es la que me sugirió su nombre (Farinelli fue un famoso cantante castrati del S.XVIII, que fue contratado en la corte española de Felipe V para que le sacara de su depresión amenizándole con su canto todas las noches; el rey tan agradecido estaba a sus ‘trinos’ que le llegó a nombrar Primer ministro. Fue considerado el mejor cantante del mundo). Es una adversidad de la naturaleza el que mi Farinelli no pueda alegrarme el espíritu con su canto, pero es así.

 

Volviendo al cachorro Lea, ésta tuvo un pequeño contratiempo recién incorporada al elenco familiar al meterse entre las patas de Farinelli sin medir mucho la diferencia de tamaños y fuerzas, y se llevó un buen envite, por descuido, que le hizo resentirse de una pata durante un buen tiempo. Esto le sirvió para aprender a acercarse con más respeto a su ‘hermano grandullón’.  Se hicieron amigos pero Lea marcaba bien las distancias por si acaso.

 

Lea desde el primer momento supo muy bien cuál era su función y le gustaba sentarse en la parte delantera del molino para vigilar el camino de tierra que une al pueblo con el puente. Un camino de entrada al molino y de paseo para los peceros (gentilicio de los habitantes del pueblo de Nistal por la cantidad de peces que antaño pescaban en su río Tuerto; hoy, siguiendo con la misma lógica, podrían llamarse basureros (con perdón, no por ellos sino por el río) porque en lugar de peces el río Tuerto no arrastra más que basura. ¡Qué pena de evolución, dónde quedaron los peces!).

 

Pues,extraordinariamente, Lea controlaba al personal y ladraba o movía la cola dependiendo de las buenas o malas energías que ella detectaba en los viandantes. Daba la casualidad de que en el pueblo hay bastantes personas con absoluta inquina hacia la “señora del molino”, naturalmente esa soy yo (las razones de esa animadversión creo que en el fondo no son otras más que la puñetera envidia que corroe los corazones de las personas ruines), y Lea las detectaba rápidamente y les expresaba su verdadera irritación y enemistad. Pero cuando pasaba el simpático y amable Gerardo en su paseo diario, del puente al pueblo y del pueblo al puente, Lea muy contenta se sumaba a su paseo en su ida y vuelta. Era una perra muy lista. También acogía siempre con cariño y simpatía a todos los visitantes del molino con sus perros y niños y se ganaba el afecto de todos rápidamente.

 

Cuando venían perros ajenos a pasar una temporada, naturalmente con sus amos, ella se retiraba a un segundo plano, no defendía su espacio sino que de entrada lo cedía a sus congéneres hasta que ellos se aclimataran y, entonces, de una manera sutil y poco a poco, día a día, ella iba recuperando su puesto. Era una perra muy generosa y gentil. Pero también era agresiva cuando necesitaba serlo; muchas veces la he tenido que frenar para que no se enfrentara a los jabalíes que con frecuencia invaden la finca. El instinto de defensa no lo perdía con su buen carácter.

 

Lea a muerto a los 11 años. La media de vida de los mastines leoneses es de unos diez años. Lea estaba en los once y sus caderas ya poco sostenían a sus patas traseras. Parece ser la gran debilidad de esta raza, raza que dicen que desciende de los mastines tibetanos y que fueron introducidos en la península por los Celtas y Fenicios.

 

Una vez, un entendido me comentó que los amantes ortodoxos de los mastines leoneses estaban acabando con la raza por la insistencia en mantener su ‘pureza de sangre’. A costa de los cruces endogámicos a los mastines leoneses ‘puros’ se les estaba reduciendo su vida a cuatro años. Una barbaridad con la que él quería acabar porque tenía cierto predicamento en el asunto. Felizmente no fue el caso de Lea que superó con creces esos cuatro años previstos.

 

Lea ha sido mi fiel compañera y defensora, cariñosa y generosa, obediente y terca, dulce y agresiva cuando tocaba. El peor momento para mí ha sido ser consciente de que le había tocado su hora. Había perdido bastante vista y a duras penas se podía levantar y andar. A las siete de la mañana, uno de estos últimos días, me despertaron sus lloros; se había caído al estanque y con la cabeza y las manos fuera del agua, intentaba salir sin conseguirlo. Fue penoso, la pobre estaba aterida de frío y desesperación. Ahí tomé la determinación de que había que afrontar la conmovedora situación. La decisión de Sofi, me costó algún día más pero lo hice, la tomé, y llamé al veterinario.

 

Vino Adolfo por la mañana y le puso las inyecciones pertinentes. Fue un momento triste y nada agradable de vivir, pero normalmente somos nosotros, los humanos, los que tenemos que despedir a los animales de compañía y no al revés, por lo que siempre nos tocará penar por su marcha, algo a lo que nunca nos podremos acostumbrar.

 

Lea fue también bautizada como Siria por uno de mis hijos siguiendo con la tradición de poner a nuestros perros los nombres de las guerras que se están batiendo en el momento de entrada en nuestra casa. La primera, una maravillosa tekel, recibió el nombre de Abu Dabi; la segunda perra, otra mastín, fue bautizada con el nombre de Irak; y a ésta le tocó Siria, pero yo la bauticé con un segundo nombre Lea, porque tanta guerra me abrumaba, así que se quedó con dos nombres Lea Siria.

 

Hoy estamos tristes todos en el molino, Farinelli, los dos gatos (Yin y Yang), Baloo (otro mastín de dos años con el que definitivamente obviamos en su nombre las guerras), la familia de erizos que todas las noches rebañaba las sobras del plato de Lea, los petirrojos que tienen el nido en la glicinia que abrigaba últimamente la cama de Lea…, y por supuesto todos los que la hemos conocido y querido.

 

Con este recuerdo agradezco a mi querida Lea su fiel dedicación y  cariñosa compañía durante sus once años de vida.

 

O témpora o mores

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