Afganistán, un futuro incierto
![[Img #55704]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2021/5530_valle-dsc_0073.jpg)
Sentado en uno de los bancos situados en la muralla, mirando hacia el horizonte que marca el Monte Teleno, disfruto de la soledad y siento la necesidad de escuchar el silencio. Deambular a mi manera, para liberarme de la extraña congoja y tristeza que me produce la situación en Afganistán.
Después de 20 años de conflicto, la coalición liderada por Estados Unidos se ha retirado del país, dejándolo en manos de los talibanes. Un régimen que interpreta la ley islámica de forma impositiva, afectando gravemente a los derechos humanos de los ciudadanos y de manera especial a los de las mujeres y niñas. Me resulta asfixiante ver como miles de afganos han tenido que dejar sus casas y sus pertenencias tratando de huir de este grupo armado que, obsesionado por el poder,ha ejercido y con toda seguridad volverá a ejercer el terror contra la población.
Las mujeres, probablemente volverán a ser las víctimas propiciatorias de estos islamistas radicales, que ya en 1990 las obligó a usar el burka, restringieron la educación para niñas mayores de 10 años y con toda impunidad impusieron castigos brutales, incluidas ejecuciones públicas. Me pregunto por qué siempre han sido ellas las más afectadas por los regímenes políticos que se asientan en fanatismos religiosos como el de los talibanes, contrarios a todo aquello que pueda representar la equidad y la libertad, no reconociendo los derechos de las mujeres como seres humanos.
Desde que Estados Unidos y sus aliados derrocaron a los talibanes, las mujeres y las niñas se fueron reincorporando a la sociedad de maneras que nunca se habrían podido lograr sin aquel cambio, ocuparon altos cargos en la administración como ministras, alcaldesas, juezas u oficiales de policía. Ahora sienten una profunda ansiedad e incertidumbre por lo que está ocurriendo y ya empiezan a comprobar cómo regresan a un pasado represor en el que se les prohibirá participar en la vida política, social, económica o cultural del país. Solo hay que echar la vista atrás y ver cómo entre 1996 y 2001 los talibanes para “crear ambientes seguros, donde la castidad y dignidad de las mujeres sean por fin sacrosantas” obligaron a éstas a cumplir unas normas, que casi con toda probabilidad volverán a imponer y que de hecho ya se están llevando a cabo. La mayoría vuelven a ser bultos oscuros, cubiertos de los pies a la cabeza, deambulando como espectros entre muchedumbres de hombres.
Se les prohíbe trabajar fuera de sus casas, solo habrá un reducido número de doctoras y enfermeras para que las atiendan a ellas y a las niñas, no podrán salir solas de casa y siempre tendrán que ir acompañadas de un hombre de parentesco cercano, no podrán hablar o dar la mano a varones que no tengan parentesco cercano, no podrán estudiar en las escuelas, universidades o cualquier otra institución educativa, están obligadas a llevar el burka y no podrán mostrar ninguna parte de su cuerpo en público, no pueden usar productos cosméticos de ningún tipo, las desventuradas mujeres afganas no podrán cantar ni usar tacones, porque ambos sonidos son incitación corrupta de la virtud masculina, no podrán alzar la voz, ni siquiera reírse, porque ambas actitudes pueden ser tentadoras para los hombres, no podrán hacer deporte ni andar en bicicletas o motocicletas, tampoco podrá vestir con colores vistosos porque según los talibanes son colores sexualmente atractivos, por no poder, no podrán ni asomarse a la ventana. Y así hasta veintitantos puntos de obligado cumplimiento.
Me cuesta mucho creer que los extremos de degradación que se han dado y se puedan dar en la mujer en Afganistán, se hayan podido dar en el más feroz de los regímenes medievales.
Pero las mujeres afganas no están dispuestas a que una "interpretación muy equivocada del Islam"por parte de un régimen de fundamentalistas religiosos,les arrebate los derechos sociales y económicos que ganaron en las dos últimas décadas y por eso han plantado cara y optado por la supervivencia y la subversión.
Enciendo un cigarrillo. Desde el banco de la muralla en el que he podido visualizar la irrespirable situación que viven muchos hombres y mujeres en el país del opio, observo como el sol se oculta entre una maraña de nubes. Siento un nudo en la garganta que me avergüenza y pienso que el mundo no puede mirar en silencio esta guerra contra las mujeres afganas, y que cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y sentido de dignidad debe hacer oír su voz para apoyarlas.
![[Img #55704]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2021/5530_valle-dsc_0073.jpg)
Sentado en uno de los bancos situados en la muralla, mirando hacia el horizonte que marca el Monte Teleno, disfruto de la soledad y siento la necesidad de escuchar el silencio. Deambular a mi manera, para liberarme de la extraña congoja y tristeza que me produce la situación en Afganistán.
Después de 20 años de conflicto, la coalición liderada por Estados Unidos se ha retirado del país, dejándolo en manos de los talibanes. Un régimen que interpreta la ley islámica de forma impositiva, afectando gravemente a los derechos humanos de los ciudadanos y de manera especial a los de las mujeres y niñas. Me resulta asfixiante ver como miles de afganos han tenido que dejar sus casas y sus pertenencias tratando de huir de este grupo armado que, obsesionado por el poder,ha ejercido y con toda seguridad volverá a ejercer el terror contra la población.
Las mujeres, probablemente volverán a ser las víctimas propiciatorias de estos islamistas radicales, que ya en 1990 las obligó a usar el burka, restringieron la educación para niñas mayores de 10 años y con toda impunidad impusieron castigos brutales, incluidas ejecuciones públicas. Me pregunto por qué siempre han sido ellas las más afectadas por los regímenes políticos que se asientan en fanatismos religiosos como el de los talibanes, contrarios a todo aquello que pueda representar la equidad y la libertad, no reconociendo los derechos de las mujeres como seres humanos.
Desde que Estados Unidos y sus aliados derrocaron a los talibanes, las mujeres y las niñas se fueron reincorporando a la sociedad de maneras que nunca se habrían podido lograr sin aquel cambio, ocuparon altos cargos en la administración como ministras, alcaldesas, juezas u oficiales de policía. Ahora sienten una profunda ansiedad e incertidumbre por lo que está ocurriendo y ya empiezan a comprobar cómo regresan a un pasado represor en el que se les prohibirá participar en la vida política, social, económica o cultural del país. Solo hay que echar la vista atrás y ver cómo entre 1996 y 2001 los talibanes para “crear ambientes seguros, donde la castidad y dignidad de las mujeres sean por fin sacrosantas” obligaron a éstas a cumplir unas normas, que casi con toda probabilidad volverán a imponer y que de hecho ya se están llevando a cabo. La mayoría vuelven a ser bultos oscuros, cubiertos de los pies a la cabeza, deambulando como espectros entre muchedumbres de hombres.
Se les prohíbe trabajar fuera de sus casas, solo habrá un reducido número de doctoras y enfermeras para que las atiendan a ellas y a las niñas, no podrán salir solas de casa y siempre tendrán que ir acompañadas de un hombre de parentesco cercano, no podrán hablar o dar la mano a varones que no tengan parentesco cercano, no podrán estudiar en las escuelas, universidades o cualquier otra institución educativa, están obligadas a llevar el burka y no podrán mostrar ninguna parte de su cuerpo en público, no pueden usar productos cosméticos de ningún tipo, las desventuradas mujeres afganas no podrán cantar ni usar tacones, porque ambos sonidos son incitación corrupta de la virtud masculina, no podrán alzar la voz, ni siquiera reírse, porque ambas actitudes pueden ser tentadoras para los hombres, no podrán hacer deporte ni andar en bicicletas o motocicletas, tampoco podrá vestir con colores vistosos porque según los talibanes son colores sexualmente atractivos, por no poder, no podrán ni asomarse a la ventana. Y así hasta veintitantos puntos de obligado cumplimiento.
Me cuesta mucho creer que los extremos de degradación que se han dado y se puedan dar en la mujer en Afganistán, se hayan podido dar en el más feroz de los regímenes medievales.
Pero las mujeres afganas no están dispuestas a que una "interpretación muy equivocada del Islam"por parte de un régimen de fundamentalistas religiosos,les arrebate los derechos sociales y económicos que ganaron en las dos últimas décadas y por eso han plantado cara y optado por la supervivencia y la subversión.
Enciendo un cigarrillo. Desde el banco de la muralla en el que he podido visualizar la irrespirable situación que viven muchos hombres y mujeres en el país del opio, observo como el sol se oculta entre una maraña de nubes. Siento un nudo en la garganta que me avergüenza y pienso que el mundo no puede mirar en silencio esta guerra contra las mujeres afganas, y que cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y sentido de dignidad debe hacer oír su voz para apoyarlas.






