Eloy Rubio Carro
Domingo, 03 de Octubre de 2021

Topografía de la herida, una infancia de palabras

 

José Luis Puerto. Topografía de la herida; Eolas ediciones, Colección Leteo; León 2021

 

 

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Dice José Luis Puerto en la introducción al libro que ‘Topografía de la herida’ ocupa en su creación poética un lugar intermedio entre ‘Las sílabas del mundo’ (1999) y ‘De la intemperie’ (2004). Indica también que el procedimiento de composición de los poemas de ‘Topografía de la herida’ está más cercano al poemario de 2004. Nos aclara que concibe su escritura como un diario en el que este libro vendría a rellenar un hueco. Añade que ‘Topografía de la herida’ está marcado, como toda su obra, por la conciencia de la gracia y de la herida.

 

Pero la gracia y la herida conviven aquí en íntima unión; diríamos que la herida es la conciencia de la pérdida de un estado de gracia. Por ello no todo está perdido en esa conciencia desdichada, pues va a ser en ella donde fulge y se recobraría la belleza.

 

Esa gracia se cifra ya en 'Recorrer mis lugares', el primero de los poemas, en el tiempo de la infancia, en los lugares de la infancia de los que se siente desposeído, expulsado. Lo que duele es la conciencia de lo más hermoso que no se tiene. ¿No será acaso esto también lo más hermoso? El problema, como en Platón, es ese ´más’.

 

El procedimiento para alcanzar esos estados (espacio/temporales) de gracia es la evocación. Esta puede surgir en un paseo por el ‘espacio inaugural’ o al contemplar una cucharilla con la que se alimentaba a los hijos en la infancia. Este ‘repasar´ por los lugares del ‘don’ invoca los tiempos en que sucedieron. Es un ‘don’ que permite tomar conciencia de aquellos paraísos, si lo fueron, pues pudiera ser que fueran infiernos, y hacerlos bellos. Una manera platónica de recuperar el tiempo perdido: "A diario disuelvo / En mi café el azúcar / Con esa cucharilla con la cual mis dos hijos / Tomaban la papilla cuando eran / Muy niños todavía, tiempo de oro, (...) Y la llevo a mi boca / Con las gotas calientes de café / Aún de aquellos días. (...)" (15)

 

Ya lo hemos dicho, al tomar conciencia de la gracia originaria, perdida, prende la belleza como un acicate a su regreso desde este mundo profano y así se sacraliza y sucede. Otra vez aquello en su primera vez. En 'Nogal en verano' reproduce en sí mismo los tránsitos que acaecen en el árbol: "Advertimos que todo lo que se manifiesta / Ha tenido en un tiempo / Que bullir en lo oscuro / Pasar por la tiniebla y allí hacerse / Germinación en busca de la luz. / Como este corazón / que ahora nos late (...) (20).

 

En 'Nada, trucha de Schubert' van al tresbolillo las melodías de su percepción, incluso con vocablos y recuerdos de la infancia, con la música de ‘La Trucha’ de Schubert que da la nota a este entreverado de palabras y melodías en una emoción única orientada a una perfección inalcanzable donde retornarían todas las pérdidas. Esa danza musical se invoca para ascender  "A esa luz de los cielos". 

 

Es frecuente también la llamada a la atención a lo que pasa desapercibido, `lo desatendido’ que ni siquiera sabemos nombrar, en una convocatoria a la recuperación de la mirada maravillada de la infancia, la cual sería posible en este mismo momento. O en otra manera de dirigirse al mundo, atendiendo a los ruidos, rumores, crujidos de la naturaleza, que nos pasan desapercibidos y de los que formamos parte, en una melodía común que abriría lo invisible presente.

 

En todos los poemas, pero en especial en 'Pero lo sueña' asoma la utopía, una utopía entendida como un arquetipo, como lo es 'la madre': “Sabe que no hay allí pero lo sueña”. Sabe qué es una contradicción pero la integra: "Porque sabe de cierto que hay allí, / El allí de los bosques, / El allí de las madres, / El allí de las voces y las sílabas, / El allí del amor (...) " Sabe que no hay allí. Pero lo sueña." (43)

 

Esta primera parte del poemario finaliza con tres poemas que conducen a las puertas del jardín, a ese jardín que invocara ya en uno de sus primeros libros, en 'Un jardín al olvido' donde la escritura ilumina, se enciende como un vehículo para el recuerdo, la escritura que puede dibujar un recuerdo anclado en la memoria y lo hace suceder: "Esas gotas de sangre, / Leves y tan precisas, / Dos o tres nada más, / Que brotaban después de la inyección / Del brazo tan humano del abuelo / En la viva blancura de su piel (...)" "Tiempo y dolor que son los suyos / Y que, por las palabras, / Por las gotas lineales de la tinta / Quedan marcados en el brazo nítido / De la memoria. // Abuelo, no se apure" (51)

 

Escritura que se amplía a la memoria del jardín en las pinturas, en las rocas, en los petroglifos, o en el "trazo esencial del oleaje que activa los recuerdos y desde ella el camino orientado al paraíso. "Lejos, allá en la luz / Otra vida distinta, / La manzana más alta, / El fruto inalcanzable." (55)

 

Al comienzo de la segunda parte escribe Fray Luis de León desde los calabozos de la Inquisición en Valladolid y proclama que "Las letras y el espíritu conviven en las sílabas / Que todos alojamos en las celdas / Más hermosas del alma / Y en mí se han hecho siempre / Canto del corazón y la cabeza / Que solo en la armonía halla su territorio." (59) Proclama socrático-platónica cristianizada en la búsqueda de la verdad como ascesis:"Cuándo será que pueda / Libre de esta prisión volar al cielo." (60)

 

Quizás desde aquí se confíe en la resurrección como derrota de la muerte, para acceder a ese paraíso perdido que en Puerto es más bien paraíso reclamado. Resurrección palpable en 'Acacias': "Su silencio nos habla, nos revelan sus hojas / La aparición del tiempo cuando nace / La vida que es promesa / Y anuncio de un continuo resurgir / Que derrota a la muerte." (67) Resurrección que consiste en el renacer cíclico en las estaciones, pero que también en los disparaderos de la memoria que retornan un pasado vivido: "Las acacias de hoy te traen otras acacias, (…)"

 

Pienso que es a partir de aquí donde más se intensifica la escisión de la que hablábamos al principio. Conciencia dolorosa de la separación: "En busca nunca sé de qué sentido / Que quisiera encontrar y se me escapa / A la vez que presiento / Que yo no formo parte de lo amado / Que una escisión antigua / Me separa de aquello / Con lo que un día fui inocencia y gracia." (69). Entonces se pone a la escucha del "susurro de la gracia", a la escucha de los peces, de los árboles, de las ballesteras que crujen su amarillo con la esperanza de recuperar las señas de la infancia: "Otra cosa no busco / Que aquella plenitud que tuve un día, / Aquella gracia de existir con lo amado, / Antes de la escisión y de la herida / Que hoy me hablan de un tiempo paraíso, / De un jardín que perdí, (...)" (70)

 

Para ello tiene que suceder una transformación, una metamorfosis, una humanización de lo otro, una entrega que convoque el ensamblaje con los elementos de una naturaleza pagana, una mitificación que revierte al corazón lo que busca como un eco de sí mismo.

 

Asistimos a un misterio rilkeano en los tres poemas de 'La piedad de la luz' (73, 74 y 75), en los cuales se pregunta; pero, ¿Sabremos ver?. "Solo nosotros / No sabemos quedarnos, / Siempre en fuga; (...)". O en otro poema, en referencia al susurro de la gracia: "¿Y quién se atreve a estar despierto para oírlo?".

 

Una figura a la que recurre José Luis Puerto con cierta frecuencia es la écfrasis. En este libro aparece en 'Hiroshique, la lluvia', en ' La luz y el secreto', sobre un cuadro de Emilio Sánchez Perrier, en 'Corot, en 'Resurrección' de Matías Grunewald. A veces pienso que quisiera hacer algo similar con la música y en ‘Topografía de la herida’ asistimos a una de esa tentativas de fusión milagrosa en: 'Nada, trucha de Schubert'.

 

En 'Fotografía de Oriol Maspons', la écfrasis se realiza a partir de la fotografía de la portada del libro 'Caminando por las Hurdes' de A. López Salinas y A. Ferres. La lectura que hace Puerto de la mujer humilde a la puerta de su casa nos descubre la dicha del ser, un ‘don’ que no se sabe, pero que se expresan alegría, en plenitud, "con gozo pleno, ensimismado". Tal vez desde estas pinturas y fotografías se refleje el reflejo, no de los cielos en las aguas que en estos poemas que nunca se están quietas, sino en la aparente quietud de esos otros reflejos de la belleza que pintan esas obras. En estos casos el reflejo es el de la luz en algo perecedero, albergado en la emoción de quien las mira, lo que provoca una retracción emocional infinita, una forma de hacer frente a la muerte, en una proyección indefinida que involucra a quienes lean estos poemas. 

 

Esa belleza proyectada es una belleza que huye, que no satisface el deseo de belleza total. Empezamos a repetirnos en este comentario como en ese transcurrir cíclico en el que se volvían los sucesos y los motivos y hasta el tiempo mismo. Pero no se repetían sino que eran por primera vez, la vez primera, la originaria, esa que en José Luis Puerto es su infancia, una infancia de palabras.

 

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