Hispanidad
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Corre de todo por las redes y, por lo general, más agua turbia que clara, excepcionalmente clarísima, como un vídeo de 1977, en que aparecen dos grandes escritores de nuestra lengua frente a frente: Vicente Aleixandre y Ernesto Sábato. La escena es en Velintonia, la mítica casa del poeta del 27, a donde acude el escritor argentino para rendir homenaje al recién galardonado Premio Nobel de ese año. Aunque es preferible ver la grabación (https://www.youtube.com/watch?v=Uv5oqjZpCFA), me he tomado la molestia de transcribir las palabras de Sábato, que –como verán– no tienen desperdicio, pues son un apasionado canto a la hispanidad como proyecto de espíritu que ha hermanado durante cinco siglos ambas orillas del Atlántico:
“Ha habido un fenómeno portentoso en la historia que es la conquista de América por los españoles; portentoso en cuanto a sus consecuencias espirituales. Yo no conozco ningún otro ejemplo quizá fuera del Imperio Romano. Los romanos no se limitaron a conquistar tierras. Llevaron su lengua: todos somos herederos de la lengua latina. Llevaron su religión, su ley, el derecho romano, sus acueductos… Y dos mil años después somos romanos hasta la médula de los huesos. El otro portento, y el único, a mi juicio, fuera del romano, es la conquista de América por los españoles. Se ha hablado de la Leyenda Negra, y hay mucho de verdad tal vez, pero si fuera cierta rigurosamente la Leyenda Negra, no se explica por qué los descendientes de indios no han estado resentidos contra la Madre Patria, contra España. No solamente no es así, sino que dos de los más grandes poetas de la lengua castellana ––César Vallejo, en Perú, Rubén Darío, en Nicaragua– eran descendientes de indios. Y no solamente fueron grandes escritores en la lengua castellana, sino que cantaron a España en poemas memorables que todos recordamos. Este fenómeno espiritual, único en la historia, este portento, este poder del espíritu sobre la materia –siempre más poderoso que la materia– es el que hoy celebramos, de alguna manera, en presencia de Aleixandre. Como escritor de aquella parte del océano en lengua castellana, me alegra mucho que me hayan ofrecido esta oportunidad de brindar a un gran poeta de la lengua, a quien el Premio Nobel no le agrega nada a todo lo que ya sabíamos de él, a todo lo que intuíamos de su obra profunda y memorable. Reciba, Aleixandre, este homenaje modesto, pero muy entrañable, de un escritor de la misma lengua, que viene de muy lejos”.
Si la educación española no estuviera en manos del sectarismo ideológico; si fuera fruto del consenso entre las distintas sensibilidades del arco político y no de la imposición de los unos sobre los otros y de los otros sobre los unos, este breve parlamento de Sábato debería figurar en los manuales de Lengua, de Literatura y de Historia de España, bajo un epígrafe que, al modo orteguiano, rezara así: ‘Misión de la Hispanidad’; una misión cada vez más cuestionada por la ignorancia cafre del que García de Cortázar llama “indigenismo de salón” y por un desgraciado revival de la Leyenda Negra, que por algo es leyenda y no historia contrastada. Pues bien, frente a estas masas embrutecidas pero muy ideologizadas, en manos de auténticos caciques (no en balde la palabra es de origen amerindio), el autor de Sobre héroes y tumbas reivindica el Espíritu, con mayúscula, que animó aquella colosal empresa.
La Conquista, a la que sin duda movieron intereses materiales y no siempre rectos, se caracterizó, sobre todos ellos, por un impulso vital e intelectual de primer orden, que implicó la mezcla de sangres y, por lo tanto, la práctica de algo tan hermoso como el mestizaje (¿alguno de los que hablan de genocidio ha leído al Inca Garcilaso de la Vega?); por la extensión de una lengua que pronto hicieron suya los indígenas (hoy la hablan y escriben mejor que nosotros), mientras se les permitía seguir con las suyas (de 1536 data la primera gramática nahuátl, debida a un jesuita); por la creación de universidades (un hecho insólito respecto de otras colonizaciones, como la anglosajona o la francesa); y por la evangelización, que, al tiempo que puso freno a los excesos de los colonos y difundió el gran humanismo europeo, desterró costumbres bárbaras de ciertos pueblos, así los aztecas, que practicaban los sacrificios humanos y el canibalismo que los defensores de la teoría del ‘buen salvaje’ ignoran con todo descaro. En su excelente biografía de Hernán Cortés, Madariaga abunda sobre la obsesión del gran conquistador por erradicar la violencia antropofágica que padecían los pueblos más indefensos.
Esa es la herencia de la Conquista, de la que Sábato –como argentino y pensador ilustre– se sentía orgulloso delante de un gran poeta español y que apenas ha sido cuestionada hasta la irrupción, en nuestros días, de caudillos bananeros, tiranos banderas y demagogos de toda laya que, en lugar de ocuparse de los miles de problemas que sufren sus ciudadanos, vuelven los ojos al pasado como necesaria cortina de humo que oculte su ineptitud en el gobierno. Va, además, para doscientos años que casi todos esos países se liberaron del yugo español, pero la mayoría continúa anclada en el Tercer Mundo. Tienen a sus poblaciones sojuzgadas en la miseria, abocadas a la emigración hacia las tierras ricas del Tío Sam, cuando no obligadas a exiliarse por la falta de libertades (como ha ocurrido con tantos millones de cubanos y ahora de venezolanos). Ni Cortés, ni Pizarro, ni Valdivia son tampoco responsables de la altísima criminalidad que se da en estas sociedades. Según informaba, no hace mucho, la corresponsal de El País en México, solo en el mes de mayo de 2021 hubo cerca de 3000 asesinatos en aquel país. Multipliquen ustedes por 12 y les saldrá una cifra que supera los 30000 muertos al año. Pero el presidente de la nación donde más hablantes tiene la lengua española, en vez de pedir perdón a sus conciudadanos por no poder evitar esta masacre incesante que ocurre día a día ante sus narices, en el siglo XXI, exige del rey de España, del Papa y del Archipámpano de las Indias que sean ellos los que pidan perdón y renieguen de aquel pasado con más luces que sombras.Todo un alarde de desvergüenza y de cinismo histórico por parte de estas presuntas autoridades, que lo son por autoritarias e ilegítimas, no por el sentido noble de la auctoritas que adorna a Ernesto Sábato y Vicente Aleixandre. Frente a la plebe y sus airados tribunos, que vociferan sobre lo que no saben ni les importa saber, he aquí la palabra sabia y mesurada de dos escritores, de tan solo dos escritores, altos representantes deuna minoría, sí, pero –como diría Juan Ramón Jiménez– ¡qué minoría tan inmensa!
Corre de todo por las redes y, por lo general, más agua turbia que clara, excepcionalmente clarísima, como un vídeo de 1977, en que aparecen dos grandes escritores de nuestra lengua frente a frente: Vicente Aleixandre y Ernesto Sábato. La escena es en Velintonia, la mítica casa del poeta del 27, a donde acude el escritor argentino para rendir homenaje al recién galardonado Premio Nobel de ese año. Aunque es preferible ver la grabación (https://www.youtube.com/watch?v=Uv5oqjZpCFA), me he tomado la molestia de transcribir las palabras de Sábato, que –como verán– no tienen desperdicio, pues son un apasionado canto a la hispanidad como proyecto de espíritu que ha hermanado durante cinco siglos ambas orillas del Atlántico:
“Ha habido un fenómeno portentoso en la historia que es la conquista de América por los españoles; portentoso en cuanto a sus consecuencias espirituales. Yo no conozco ningún otro ejemplo quizá fuera del Imperio Romano. Los romanos no se limitaron a conquistar tierras. Llevaron su lengua: todos somos herederos de la lengua latina. Llevaron su religión, su ley, el derecho romano, sus acueductos… Y dos mil años después somos romanos hasta la médula de los huesos. El otro portento, y el único, a mi juicio, fuera del romano, es la conquista de América por los españoles. Se ha hablado de la Leyenda Negra, y hay mucho de verdad tal vez, pero si fuera cierta rigurosamente la Leyenda Negra, no se explica por qué los descendientes de indios no han estado resentidos contra la Madre Patria, contra España. No solamente no es así, sino que dos de los más grandes poetas de la lengua castellana ––César Vallejo, en Perú, Rubén Darío, en Nicaragua– eran descendientes de indios. Y no solamente fueron grandes escritores en la lengua castellana, sino que cantaron a España en poemas memorables que todos recordamos. Este fenómeno espiritual, único en la historia, este portento, este poder del espíritu sobre la materia –siempre más poderoso que la materia– es el que hoy celebramos, de alguna manera, en presencia de Aleixandre. Como escritor de aquella parte del océano en lengua castellana, me alegra mucho que me hayan ofrecido esta oportunidad de brindar a un gran poeta de la lengua, a quien el Premio Nobel no le agrega nada a todo lo que ya sabíamos de él, a todo lo que intuíamos de su obra profunda y memorable. Reciba, Aleixandre, este homenaje modesto, pero muy entrañable, de un escritor de la misma lengua, que viene de muy lejos”.
Si la educación española no estuviera en manos del sectarismo ideológico; si fuera fruto del consenso entre las distintas sensibilidades del arco político y no de la imposición de los unos sobre los otros y de los otros sobre los unos, este breve parlamento de Sábato debería figurar en los manuales de Lengua, de Literatura y de Historia de España, bajo un epígrafe que, al modo orteguiano, rezara así: ‘Misión de la Hispanidad’; una misión cada vez más cuestionada por la ignorancia cafre del que García de Cortázar llama “indigenismo de salón” y por un desgraciado revival de la Leyenda Negra, que por algo es leyenda y no historia contrastada. Pues bien, frente a estas masas embrutecidas pero muy ideologizadas, en manos de auténticos caciques (no en balde la palabra es de origen amerindio), el autor de Sobre héroes y tumbas reivindica el Espíritu, con mayúscula, que animó aquella colosal empresa.
La Conquista, a la que sin duda movieron intereses materiales y no siempre rectos, se caracterizó, sobre todos ellos, por un impulso vital e intelectual de primer orden, que implicó la mezcla de sangres y, por lo tanto, la práctica de algo tan hermoso como el mestizaje (¿alguno de los que hablan de genocidio ha leído al Inca Garcilaso de la Vega?); por la extensión de una lengua que pronto hicieron suya los indígenas (hoy la hablan y escriben mejor que nosotros), mientras se les permitía seguir con las suyas (de 1536 data la primera gramática nahuátl, debida a un jesuita); por la creación de universidades (un hecho insólito respecto de otras colonizaciones, como la anglosajona o la francesa); y por la evangelización, que, al tiempo que puso freno a los excesos de los colonos y difundió el gran humanismo europeo, desterró costumbres bárbaras de ciertos pueblos, así los aztecas, que practicaban los sacrificios humanos y el canibalismo que los defensores de la teoría del ‘buen salvaje’ ignoran con todo descaro. En su excelente biografía de Hernán Cortés, Madariaga abunda sobre la obsesión del gran conquistador por erradicar la violencia antropofágica que padecían los pueblos más indefensos.
Esa es la herencia de la Conquista, de la que Sábato –como argentino y pensador ilustre– se sentía orgulloso delante de un gran poeta español y que apenas ha sido cuestionada hasta la irrupción, en nuestros días, de caudillos bananeros, tiranos banderas y demagogos de toda laya que, en lugar de ocuparse de los miles de problemas que sufren sus ciudadanos, vuelven los ojos al pasado como necesaria cortina de humo que oculte su ineptitud en el gobierno. Va, además, para doscientos años que casi todos esos países se liberaron del yugo español, pero la mayoría continúa anclada en el Tercer Mundo. Tienen a sus poblaciones sojuzgadas en la miseria, abocadas a la emigración hacia las tierras ricas del Tío Sam, cuando no obligadas a exiliarse por la falta de libertades (como ha ocurrido con tantos millones de cubanos y ahora de venezolanos). Ni Cortés, ni Pizarro, ni Valdivia son tampoco responsables de la altísima criminalidad que se da en estas sociedades. Según informaba, no hace mucho, la corresponsal de El País en México, solo en el mes de mayo de 2021 hubo cerca de 3000 asesinatos en aquel país. Multipliquen ustedes por 12 y les saldrá una cifra que supera los 30000 muertos al año. Pero el presidente de la nación donde más hablantes tiene la lengua española, en vez de pedir perdón a sus conciudadanos por no poder evitar esta masacre incesante que ocurre día a día ante sus narices, en el siglo XXI, exige del rey de España, del Papa y del Archipámpano de las Indias que sean ellos los que pidan perdón y renieguen de aquel pasado con más luces que sombras.Todo un alarde de desvergüenza y de cinismo histórico por parte de estas presuntas autoridades, que lo son por autoritarias e ilegítimas, no por el sentido noble de la auctoritas que adorna a Ernesto Sábato y Vicente Aleixandre. Frente a la plebe y sus airados tribunos, que vociferan sobre lo que no saben ni les importa saber, he aquí la palabra sabia y mesurada de dos escritores, de tan solo dos escritores, altos representantes deuna minoría, sí, pero –como diría Juan Ramón Jiménez– ¡qué minoría tan inmensa!