Tomás Valle Villalibre
Sábado, 16 de Octubre de 2021

Lineas rojas

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Me gusta compartir con Teo, educador social retirado por cuestiones de salud, café y conversación en una de las terrazas de María Pita, durante mis estancias en La Coruña. Hace unos días hablando de las relaciones de pareja soltó una contundente frase: “Lo que una mujer tiene que tener claro es que en el momento en que una relación es dañina, es el momento de ponerle fin”. A lo que yo apostillé que “mantener una relación debe ser algo que sume en la vida de la pareja y no que reste en uno de los componentes de la misma”.

 

La conversación fue derivando hacia el maltrato a la mujer, y de unas líneas rojas que marcan actitudes que pueden ser el germen de la violencia en una relación.

 

Identificar la violencia  de género  no es muy difícil cuando hay golpes físicos, pero todos sabemos que no es la única forma que toma el maltrato. Hay otro sutil y a simple vista  imperceptible, cuyas primeras señales están escondidas en pequeños gestos y tiranías, en violencia ‘suave’ y tretas de dominación, en definitiva en comportamientos que hacen que la víctima no se esté dando cuenta y vaya cediendo ante la manipulación. Actos que la minan, que la van anulando, separándola de sus familiares y amigos, y que en algunos casos consiguen que pierdan hasta la independencia, controlándoles los recursos económicos aunque sea ella quien los aporte. Critican su forma de vestir, le prohíben hacer determinadas actividades y en la relación con los hijos, el padre les enseña a que la insulten o se rían de ella. La sensación de angustia, el insomnio, hacen presencia e impiden que sea espontanea, le falta concentración en el trabajo y en sus tareas cotidianas, se siente mal en general y experimenta hasta falta de ilusión por su futuro. Por su cabeza rondan pensamientos negativos y se siente menos atractiva cada día.

 

Con esto el agresor  consigue que en el momento que pase a otros actos más evidentes, a la violencia física, la victima que en muchas ocasiones ya ha sido aislada de su entorno familiar afectivo, esté en una situación de vulnerabilidad y dependencia de la que le resulte muy difícil salir. Son muchas las ocasiones en las que aparece el síndrome de Estocolmo, y las mujeres agredidas disculpan a su agresor con argumentos de total sometimiento (Él es así, no quiere hacerme daño pero a veces no controla su fuerza. Él me quiere pero en ocasiones se le va la mano. Se pone nervioso, pero por lo demás es un amor. Etc). La violencia de  género se vuelve en general, más frecuente y grave con el tiempo,  por ello cuanto más se mantenga ese tipo de relación, mayores serán las consecuencias físicas y emocionales.

 

Tanto mi amigo Teo como yo, creemos que la educación es algo esencial, y sostenemos  que es labor de la sociedad poner el foco en ciertos comportamientos en los jóvenes, que al principio pueden pasar por románticos y desembocan en situación de maltrato. Por ejemplo, que le miren el móvil, sus mensajes, que hagan llamadas para comprobar dónde o con quién está e incluso que le pidan fotos para demostrarlo. Ante las dudas para identificar lo que está sucediendo, conviene tomar distancia , analizar detenidamente los patrones de la relación y los signos de posible violencia.

 

La mujer tiene que poder ser y expresarse con libertad, relacionarse con quien quiera y acudir a los lugares que estime oportunos, por lo tanto la única manera de terminar con el ciclo de la violencia es actuando, poniéndole fin y denunciando.

 

 

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