Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 30 de Octubre de 2021

Otoño

                                                               

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Es estación a mirar desde la perspectiva del vaso medio lleno o medio vacío. Quizá por eso, me avengo a glosar sobre el otoño en estas fechas del inmediato paso del ecuador, cuando está en la transición de ambientes. Reserva la primera mitad para evocar el verano. Guarda la segunda en el anticipo del invierno. Pasado y futuro en un presente de variopintos matices.

 

Llevado a las edades humanas, el otoño equivaldría a la madurez. Interesante y ajada al mismo tiempo. Echa a tierra hojas, flores y frutos y deja en lo alto una gama de colores irrepetible el resto del año. Es festival para el sentido de la vista. Pero es una tonalidad de despedida. ¿Inodoro?, puede; ¿incoloro?, de ninguna manera. Si la belleza, como dicen, entra por los ojos, es dueño y señor de la misma en el inigualable lienzo de la naturaleza, pero, ay, llega el momento en que dimite de esa vocación y  aproxima, sin pausas, lobreguez y frío.

 

Es época de interiorizaciones  en lo físico y en lo psíquico. Obliga a encender la leña de chimenea que caldea el hogar, el fuego que acompañará soledades de habitación a duras penas combatidas en la compañía de libros o de recuerdos. Llenará la despensa de viandas rotundas que metan calor en el cuerpo, cercanos aún los frescos verdores  de las ingestas estivales. Lo dulce y jugoso abandonará paladares que se adueñarán del fruto seco y recio de la temporada. Unos caen de árboles y matorrales, otros emergen de la tierra; éstos, cuidado, taimados, escondidos en la doblez del manjar y de la pócima. Manos expertas e inteligencia natural sabrán separar trigo de cizaña.

 

El otoño es dadivoso en el tiempo para reflexionar. Taciturno, es amigo de soledades. Las introspecciones abominan del  barullo. Buena ocasión para encontrarse consigo mismo, o alejarse, que en el pensamiento en bruto, tanto da. Todo está organizado para un desfile de melancolías. Las alegrías de la luz aparecen cercanas en el pasado y juegan en el largo plazo a futuro. Cruda encrucijada para talantes risueños, devotos de la luminosidad, fans de la coalición primavera-verano.    

  

El calendario astronómico adjudica al otoño parquedad en la luz y altruismo en la oscuridad. Empiezan a callar los bosques, aunque todavía dé para el grito vital, esperanzador de nueva vida, de la berrea. Reina un silencio que llama a letargo de flora y fauna. Si algo de ruido queda será el chasquido de la hojarasca a las pisadas de la vida que nunca duerme.

 

Otoño trae lluvia que regala fertilidad, que teje en el campo la alfombra de la tierra para la siembra. Es nueva bondad. Pero, en otra de sus dobles caras, abre cielos rasos en la noche para dejar vía libre a las primeras heladas, doblemente crueles, por esa tempranera prisa. Parece no gustarle la condición de estación ambigua y se apresura a tomar atributos del invierno. No es habitual en nieves, salvo en alturas montaraces. Como si quisiera también un reducto propio de reflexión y soledad sobre su ser y estar.  

 

No es estación festera: se las arrebató casi todas el antecesor verano. Aún así,  se empeña en una sucinta oferta de conmemoraciones culturales y populares. No ceja en la doble óptica de su carácter. En las primeras, recrea el mito otoñal del amor en forma de burla. Burlador y burlado, Juan Tenorio es la personificación de una decadencia que, preceptivo se hace, queda redimida en la paz de los cementerios. La muerte, en otro sentido, se escenifica en pueblos y aldeas bajo la forma de la matanza del gorrino, ese del que gustan hasta los andares, tanto que sus piernas son perniles, y a donde va a dar la comparación. Tradición de subsistencia que las modas disfrazan de atracción turística. Visión, con su algo de morbo, del sacrificio, a la par que elogio de  banquete por y para las vísceras.

 

Es innegable que tiene su público. El otoño es más de evocaciones que de realidades, aunque no las destierra. Contundente en las reflexiones y parco en las alegrías. Difícil es que deje sinónimo sin antónimo o afirmativa sin adversativa. Es la estación filosofal por excelencia. Milita en el sosiego. Y eso imprime carácter. Como rúbrica nos deja un mes, de los cuatro que abarca, noviembre, el más genuino de su aventura, que empieza haciéndose llamar de difuntos.

                                                                                                                 

  

    

 

     

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