Paz Martínez
Sábado, 06 de Noviembre de 2021

Generaciones

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Sentada en un banco mientras aprovecho los últimos rayos del sol observo el transcurrir de las personas. Gente de todas las edades que viene y va, que han sido parte de las diferentes generaciones del último siglo, cuyas vidas las ha marcado la historia de la que forman parte y en la que se reconocen dentro de la sociedad.

 

Distintas generaciones con diferentes esquemas y modos de enfrentar el mundo que se han ido etiquetando, una a una, a causa de la propia necesidad del ser de reconocerse con su tribu y sus valores.

 

Dicen que hubo una generación perdida que, sin embargo, estuvo en constante búsqueda para liberarse de su espíritu errante, que buscó revelarse contra la guerra, contra una sociedad burguesa y sin valores. Así que, a mi entender, tan perdida no anduvo, a no ser por los grandes talentos que segó la Primera Guerra Mundial. Que esta generación dio a luz, literalmente, a otra mucho más feliz, más humanista, más heroica y con sueños mucho mas grandes. Algunas personas que veo (pocas quedan) han nacido sin saberlo dentro de la generación grandiosa que llegó al final de su etapa celebrando los primeros avances tecnológicos y enlutada por la Segunda Guerra Mundial. Pero mientras ellos ponían el provecho público sobre el interés personal, ganándose la vida con esfuerzo y compromiso, en la cara opuesta se desataba la más trágica escabechina humana. Una vez más el ser humano transitando de lo extraordinario a lo descabellado.

 

Y seguimos como puñeteros ‘hámsteres’ dando vueltas y vueltas, unos tras otros. Aprendimos a no salirnos de la rueda, a callar. Somos dignos herederos de la generación silenciosa, la de nuestros padres; al menos el mío perteneció a ella. Todavía lo escucho advirtiendo que es mejor mantener la cabeza baja y trabajar duro antes de que tengan que venir a recordarte cuál es tu lugar. Aún hay días en que me cuesta sacudirme la cobardía, el miedo a arriesgar que me insuflaron sus propios miedos.

 

Hay otras generaciones que pasan frente a mí en esta tarde y que conviven en este espacio temporal .La de la explosión demográfica que creció con la televisión y vivió la lucha por los valores sociales. La que aprendió a disfrutar del ocio y la rebeldía a partes iguales y llegó en tiempos de Kurt Kobain e inspiró a Billy Idol el nombre de su banda punk. La que nace con el nuevo milenio: los primeros nativos digitales, los verdaderos ciudadanos del mundo, a los que les siguen los que no han conocido otro mundo que el digital y las avalanchas de información. Y los que viven en una exposición tecnológica sin precedentes, niños interactivos, conectados —a los que les cuesta mirar más allá de los diez centímetros cuadrados de su marco de operaciones—, que se desarrollan en un mundo completamente diferente al que nosotros conocimos a su edad.

 

Me gustaría tener la capacidad devalorar qué hay de cierto en eso que dicen de que  cada generación crece más equivocada que la anterior, y si en el avance verdaderamente se pierden los valores o el interés por la cultura. O si estos reproches con los que todos hemos sido señalados son solo un mito y cada generación es un impulso para la siguiente, como un péndulo que oscila de extremo a extremo hasta encontrar su centro.

 

Me pregunto si habrán heredado el silencio y el miedo las generaciones estafadas, a las que les llovían las promesas de futuro después de la sacrificada vida académica o, por el contrario, son valientes y capaces de reinventarse. Si los precursores de semejante camelo llegarán algún día a asumir la responsabilidad de haber creado un mercado laboral que prescinde de ellos y un planeta de usar y tirar cuya salvación ponen sobre sus espaldas y las de los que vendrán.

 

Puede que la misión de las generaciones que nos reemplazan no sea otra que ignorar nuestros límites y nuestros centros y trazar su nuevo destino, pues los problemas que agitan a una generación se extinguen para la generación sucesiva, no porque hayan sido resueltos, sino porque el interés general los anula. No lo digo yo, lo dijo Cesare Pavese que conoció la generación perdida, la grandiosa y la silenciosa; y que sin duda sabía mucho más que otros del oficio de vivir.

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