Tomás-Néstor Martínez Álvarez
Domingo, 21 de Noviembre de 2021
 

¡Qué insensata vida!, ¿la de los santos?

 Mar Sancho. La insensata vida de los santos. Editores descabezados;  Menoslobos&Eolas, 172pp

 

 

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Era -tal vez lo siga siendo- creencia popular que para ocupar una hornacina, rincón vacío o la esquina de un retablo había que ser sensatamente santo durante la estancia terrenal, es decir, cargar con una vida sin malabarismos ni excesivas extravagancias ni, por supuesto, exhibiciones de escaparate en las redes sociales tan esperpénticas y descreídas en cuanto a la santidad y milagros se refiere.

 

La escritora vallisoletana Mar Sancho ha reunido en quince maravillados relatos vidas y avatares de gente, no siempre común, que se mueve por ciudades o pequeños lugares cuyos nombres salieron de un santoral, romano ortodoxo, siempre en aumento. Hay que destacar que esas méritas vidas de quienes se admiran de que su nombre santo cuelgue en cartelones de entrada o semirrayados a la salida de ciudades o pueblos no condicionen las de quienes habitan en los relatos; o ¿tal vez insensatamente sí?

 

No estamos ante un libro de viajes viejos, los de siempre. En La insensata vida de los santos son variados y distantes los lugares a los que Mar Sancho propone encaminar al lector, lugares de encuentro con personas y vidas variopintas. Nadie se entretendrá ni paseará su tiempo en visitas ni rutas turísticas; tampoco recorrerá el lector-viajero museos, ni catedrales o iglesias --mezquitas importantes no caen por estos lares--, ni fuentes luminarias; sí asistirá como espectador invitado al rápido e intenso desfile de momentos de vidas señaladas, de alguna muerte también,de amores y desamores con venganza --San Sebastián--, trepidantes, narradas siempre con lenguaje poético pleno de lirismo y emociones encontradas--San Ignacio o Saint-Hyacinthe--. Ha de dejarse llevar el lector desde San Diego a Saint-Malo, Saint-Mal como corrige algún grafitero hereje, de Santa Margherita a San Luis Potosí, de Santa Ana a Saint Albans; de la Bretaña al Camino Real de Tierra Adentro, de la costa del Pacífico a la costa atlántica, del Golfo del Tigullio a Misiones… Distancias y hemisferios o simples variaciones de un mismo tema: la dimensión geográfica o la geografía expansiva. En estos relatos encontramos esa realidad ficcionada que tan solo es capaz de crear la imaginación de una narradora, la de la escritora vallisoletana.

 

¡Solitarias a veces esas vidas, (com)partidas otras!

 

“Desaparecemos el día en que nadie piensa en nosotros”, frase bordada a punto de cruz y enmarcada sobre la pared con la que el señor Cátulo Guadalupe justifica la necesidad de una empresa duradera como la suya, <>; Ana María, sus hijos y un esposo no fotógrafo sino taxidermista, fabricante de miel, de vino de naranja…y escritor que no espera respuesta a su diario; la señora Dolores Cleary que no oculta el álbum familiar con sus secretos; “¿Le gustan los animales?”, “Henry Geist, irresoluto, respondió que sí” en lugar de no; la señora Castelpoggi, vicepresidenta del Gobierno de la región pagará duramente sus desatenciones; Peter Chaikovski y la señora Nadejda von Meck tan lejos y tan cercanos; en el Gran Atrio del British Museum un escritor, alejado de dos cosas el resto de su vida, busca a Antígona como asunto literario; Max y Nina con sus conciertos y partituras desafinan por momentos; Jean-Paul Stewart en sus circunstancias y en otras intenta ser feliz en un galpón; …

 

Vidas y más. El destino de tanto recorrido no conduce hasta un punto o un lugar sino hacia personas.

 

Numerosos viajes, otros, encierra el libro en cada relato sin necesidad ni urgencia de horarios de llegada o desalida. Por ejemplo, el trayecto que recorre una mirada desde los pies a la frente, o viceversa, de quien está delante, es un viaje; de igual manera lo es el recorrido por los momentos de la vida de aquellos que pasan y se detienen para contarlo en cada relato; o el paseo del doctor Birch por su antigua casa y jardines en San Diego, vendida hace un tiempo, y obra de un discípulo de Frank Lloyd Wright, también es otro viaje. Viajes dentro del viaje, como si se tratara de aquellas matrioskas rusas que se albergaban unas en el interior de las otras; en este caso, sin embargo, en cada viaje van encajando otros de diferente recorrido hasta completar el relato; aunque cambian de rostro, de ambiente, de expresión, de colorido, tienen cierto punto en común: buscan llenar un vacío ante tanta insatisfacción o desasosiego.

 

Con lenguaje límpido, bello y equilibrado Mar Sancho se adentra tal vez en otra manera de entender la realidad narrativa, esa que, como señala M. Cartarescu, “es una construcción de nuestra mente, la más compleja y más fantástica construcción”; la cotidianeidad y nuestra dimensión física no son esa realidad, prosigue, “sino todo lo que está pasando en nuestra mente, en nuestros sueños, en nuestra imaginación”. Ahí se encuentra la riqueza expresiva de la realidad literaria nacida de tantos sueños, difícilmente uniforme o monótona.

 

La imaginación creativa de la escritora va tejiendo con su dominio de la palabra imágenes sugerentes, expresivas, --“arañazos de los rascacielos”, “ciudad inexpresiva”, “casas intrascendentes derramadas junto al océano”, “olivos contorsionados”, “semáforos que, como alegres péndulos, colgaban de los cables…, contoneándose sin prisa al compás del viento…”--. Ciertamente pinta con palabras cuadros o modela  esculturas en danza. No sé si Henry Geist, el de San Francisco, seguirá convencido de que “la imaginación es perniciosa y conduce irremediablemente a la infelicidad”. ¡¡Allá él con sus conjeturas!!

 

Y ¡cuánto más esconde la urdimbre de estos relatos! En ellos Mar Sancho consigue que fluyan vivencias y emociones, trágicas o insensatas, tiernas o sorprendentes, nunca banales,pero imprescindibles siempre. “A fin de cuentas, las mejores historias son aquellas que no han sucedido nunca”. Palabras, las últimas del relato último, que dejan puertas abiertas hacia.

 

                                                                               

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