José Luis Puerto
Sábado, 11 de Diciembre de 2021

La pasión por la vida: una memoria personal

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En cada ser humano está resumido y compendiado el mundo. De ahí la importancia de la memoria. San Agustín dedica en las ‘Confesiones’ una serie de párrafos a reflexionar sobre ella, en uno de los primeros textos de la cultura occidental en torno a un asunto capital para nuestra especie: somos seres con la facultad, con el don de la memoria. Bien es cierto que su envés, el olvido, provoca también estragos.

           

Nos ronda por la cabeza todo este tiempo la importancia que tiene la memoria personal, a raíz de leer ‘Memorias comedidas’ (Salamanca, 2021), un libro de  nuestro amigo el profesor, ya jubilado, de filología inglesa, al tiempo que un letraherido, como es el salmantino Eduardo Sánchez Fernández, oriundo de la localidad de Garcihernández, dentro de la comarca de Alba de Tormes.

           

Cuando leemos las memorias de Eduardo Sánchez, percibimos que estamos ante un arquetipo de esa España en la que, durante algunos lustros, funcionó ese ascensor social, en el que se han catapultado hacia ese constructo llamado ‘sociedad del bienestar’ las clases medias que, en la medida en que han aumentado han convertido al nuestro en un país del primer mundo.

           

En el arquetipo que observamos en las memorias de Eduardo Sánchez, caben muchos miles de españoles. Describámoslo a grandes trazos: muchacho de origen campesino y humilde, de la España interior, que estudia en el seminario o en algún colegio de frailes (los salesianos, en el de Eduardo), que accede a la universidad, que adquiere un título superior que lo capacita para, a través de una oposición, desarrollar una labor pública –en el caso de Eduardo Sánchez, la docencia, pero en otros, profesiones como las sanitarias, la abogacía, la ingeniería, la arquitectura, etc., etc.

           

El desempeño de la profesión lleva a este español que ha logrado subir en el ascensor social a una serie de destinos por distintos puntos del territorio español. Eduardo –aparte de los enclaves españoles de sus años formativos– nos relaciona por los que ha pasado como profesor funcionario: Alcorcón, Valladolid, Salamanca y Segovia (donde nosotros lo conociéramos), para terminar, por fin, en Salamanca.

           

Las ‘Memorias comedidas’ de Eduardo Sánchez son muy minuciosas. Traza toda una cartografía humana del mundo campesino del origen, de la familia, de sus ámbitos formativos, también de los profesionales, así como del país y de su tránsito del franquismo a la democracia, y de los avatares incluso de la política en esta última etapa de la vida española.

           

Pero hay algo en lo que da –si podemos decirlo así– un salto. Y es cuando se nos muestra como un letraherido, cuando nos manifiesta esa pasión por la literatura, que observamos cuando realiza su tesis doctoral sobre el narrador inglés William Golding, Premio Nobel de Literatura, dirigida nada menos que por nuestra entrañable amiga, fallecida hace unos años, Cati Montes (Premio Castilla y León de los Valores Humanos en 2005); o cuando traduce a los poetas románticos ingleses y sus textos programáticos –tarea a la que, por cierto, lo animamos nosotros–; o cuando realiza actividades literarias que recoge su propia obra.

           

Y es aquí cuando ya se despega el autor de ese arquetipo del ascensor social y nos muestra esa pasión por la cultura, por la literatura, que es una vía ya más personal y más alejada de la suerte que a tantos correspondiera.

           

Eso sí, el privilegio mayor, que corresponde a todos, es el de participar en esa pasión por la vida, que nos aúna y nos hermana. Y ahí también está Eduardo Sánchez, como puede advertirse a las claras en sus ‘Memorias comedidas’, cuya lectura recomendamos.

 

 

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