PERSONAJES DE AQUÍ
Lucas y el evangelio maragato
![[Img #56596]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2021/4705_lucas-martinez-nistal.png)
Es el encuentro con un hombre de los que no hay facilidad de hallazgo. Ha hecho de su supervivencia cuestión física y moral. La primera tirando de aquí y de allá con la exigua pensión que le dejó una retirada temprana, a los 38 años, del oficio de albañil, por una alergia al cemento. Las necesidades impusieron las agarraderas a la economía básica de la zona: agricultura y ganadería. "Llegué a tener hasta quince vacas", me dice con gesto no exento de orgullo. La segunda, la interior, se focaliza en la ermita del Ecce Homo, en Valdeviejas, pedanía de Astorga, donde ejerce de colaborador voluntario en sus cuidados y mantenimiento en el paso de los peregrinos del Camino de Santiago durante la temporada alta de los residuos primaverales, la plenitud del verano, y un poco del otoño que aún coquetea con el día soleado. No hay para más. Esta es tierra dura en los largos fríos invernales. Pero Lucas no está por la labor de abandonarse él ni de abandonar parajes de la agreste España vaciada.
Lucas Martínez Nistal escribe el evangelio de su vida actual en las parábolas de la castigada, pero fuerte y animosa tierra maragata. Su vida, narrada con voz profunda, ronca si cabe, exige pocas palabras, mientras va tomando la distancia conmigo. Pero, según calienta boca y enfría recelos, toma forma una locuacidad en progresivo avance. "Esa voz ronca –hace un alto – la heredé de mi madre que siempre fue afónica". Así empezó a romperse el hielo.
La historia de Lucas es la de esa dedicación de última hora como guardián de la fe en un lugar que se hace necesaria para existir en las afueras de la razón pragmática de esta época. La ermita del Ecce Homo, como todas las de su especie, está en medio de ninguna parte, una condición que no muda siquiera, cuando la especulación conquista terreno a predios que fueron y serán propiedad de la devoción inescrutable de pueblos y aldeas.
![[Img #56600]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2021/5572_ermita-ecce-homo-1-4.png)
Yo mismo, el que escribe, me detengo, en mis caminatas camperas, en este humilde lugar de culto. Lo hago, para encontrar la paz del silencio, para que nada interfiera en la audición de mis adentros. No rezo, solo me solazo en un sosiego interior que acalla las belicosidades de la voz de la conciencia, cuando se torna airada. Por eso, Lucas y esta ermita, se me revelan como una sociedad indisoluble. Hablar con él es como hacerlo con las piedras de este sitio.
Lucas me hace recordar una maravillosa máxima de Pitágoras, no solo matemático, sino reverenciado filósofo, conocida a través de la antología de relatos Gog, de Giovanni Papini. Sacude pensamientos de esta forma: "fuera del templo no revelar las intimidades". A ella me acojo para pelar la pava con mi interlocutor. Testigos: los santos y un Cristo coronado de espinas y atado a las columnas del martirio. Insuperables fedatarios.
![[Img #56598]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2021/9743_ermita-ecce-homo-1-2.png)
El milagro del pozo
Hablando de la ermita del Ecce Homo, Lucas sienta su particular cátedra de conocimientos y refuerza la sabiduría de la oportuna prudencia callando aquello de los que no se siente seguro en datos, fechas, anécdotas y sucesos.
"La ermita estaba consagrada a San Pedro Mártir – comienza decidido – y a raíz de una leyenda se trajo la imagen del Ecce Homo allá por 1735. Es una ermita con su pozo y éste tiene su leyenda. Una madre estaba de viaje con su hijo y paró aquí a rezar a San Pedro. Mientras oraba, el niño cayó al pozo y cuando ella se dio cuenta imploró con todas sus fuerzas a un Ecce Homo de imagen muy venerada en su pueblo. Fue entonces cuando de este pozo empezó a manar agua y el niño salió a la superficie". Una leyenda que resultará muy familiar a los habitantes de Madrid, pues se atribuye a su patrón, San Isidro, milagro idéntico.
La señora, al parecer de posibles, en agradecimiento amplió la ermita para que acogiera en su interior el pozo. Éste se cubrió para evitar accidentes y que los peregrinos no se mojaran al beber. Según Lucas, “sí hay documentos de que se cambió la imagen de San Pedro por la del Ecce Homo. Creemos que como el pozo no se podía trasladar, se optó por traer la talla del Cristo al lugar en el que ocurrió el supuesto milagro. El pozo está hoy cubierto y encima de él posa una pila bautismal. Mana su propia agua, pero no la dejan sacar. No sé por qué".
Y para buscar complicidades en este interrogante, me confiesa: “no hay misas dominicales, pero sí bodas y bautizos en la pila que está sobre el pozo. El agua que contiene no es de ahí. Traen de sus casas el agua bendecida".
![[Img #56601]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2021/403_ermita-ecce-homo-1-3.png)
Lucas conserva fresca la memoria para revelar la estrofa de una canción que cantaban sus abuelos hace más de cien años: Ecce Homo, lindo y hermoso / que sacaste al niño / vivo del pozo.
Tampoco anda mal de evocaciones cuando me señala que "de chavales veníamos a beber agua del pozo y nos curaba la gripe y otros achaques. Eso lo viví".
La remodelación del pozo fue reciente, aunque Lucas elude entrar en exactitudes. Sí está seguro de verlo con un brocal de piedra cubierto con tapa de madera.
Los peregrinos
Los peregrinos de la Ruta Jacobea son la otra fortaleza de esta ermita. En los meses de verano – pandemias aparte - es habitual contemplarlos a decenas. Raro es que pasen de largo, siquiera sea por sellar La Compostela, acta notarial del místico viaje. "Es lugar de culto para ellos – precisa -. Los hay de toda condición. He visto a una mujer ir de rodillas desde la puerta hasta el altar y rezar con los brazos en cruz sin bajarlos más de media hora; me asombró. Di en una ocasión dinero a uno de ellos y luego lo encontré borracho en la plaza del pueblo. Por aquí pasan, sobre todo, alemanes e italianos, y este año es exagerada la presencia de franceses y españoles. Asiáticos venían bastantes, pero en los dos años de pandemia han bajado mucho. Una coreana se emocionó al ver la frase “la fe, fuente de salud”, escrita a la entrada en varios idiomas, en su lengua y signos. Los asiáticos son muy sensibles a esta placa. Le sacan más fotos que al Cristo".
![[Img #56597]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2021/4791_ermita-ecce-homo.png)
Este guardián de santo lugar me comenta también que algunos caminantes agradecen sinceramente las recomendaciones que les hace sobre rutas alternativas en caso de mal tiempo, mientras otros parecen poner mala cara a esos consejos que les pueden evitar problemas. Como subraya mi interlocutor "los hay que contestan con agradecimiento y educación y los hay que lo hacen de forma inadecuada". Viene a propósito que, durante nuestra tranquila charla en reciento sagrado, entró una peregrina que se puso a orar ante el altar y, a los pocos minutos, nos exigió con maneras imperativas, silencio absoluto. En fin….
De todo este anecdotario, Lucas me refiere el caso de un peregrino que venía todos los años andando desde París a Santiago de Compostela. "Cuando llegaba aquí – apostilla – se ponía a charlar con los que estuvieran y se tiraba horas".
"Es curioso – me cuenta con voz en tono de pillería – que varios peregrinos hayan lamentado la reforma de la espadaña respecto de la original, cuando les he enseñado la foto de la ermita antigua". Conmigo repite faena y doy por sentadas las razones de los quejumbrosos.
![[Img #56602]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2021/1675_ermita-ecce-homo-1-5.png)
Lucas recalca el orgullo de su labor de atención a la ermita y a los peregrinos. El servicio propio y a estos últimos es gratuito…y la voluntad. Solo se cobran las velas de las ofrendas que se hagan. "Un día que se da bien – dice – recaudo 50 euros; normalmente, 20 o 25". Este dinero de las limosnas de peregrinos y visitantes va a parar en su totalidad a las reformas de la ermita. Lucas se enorgullece de que haya sufragado la reforma del altar.
"Estoy aquí –sigue con su testimonio – desde las 06:00 horas hasta las 12:00, aunque hay días, bastantes, que se prolonga la apertura. En septiembre se abre más tarde. En invierno cerramos. Yo me quedaba antes uno o dos meses más. Adelantábamos la apertura a marzo y se prolongaba hasta octubre. Ahora lo normal es abrir en junio y cerrar a finales de septiembre".
No deja en el olvido personas, paisanos de Valdeviejas, que han atendido estas prestaciones. Mujeres: Agustina, Carmina, Aurora…. Y hombres, los menos: Florencio, ya fallecido, Alfredo…
"Soy feliz estando aquí"
Quien atrajo a Lucas a esta misión de cuidar, junto a otros vecinos de Valdeviejas, la ermita del Ecce Homo, fue don Urbano, el sacerdote responsable de su cuidado, una especie de párroco. "Me encargó, a mí y a otro – añade –, abrir la ermita todos los días. Me coordiné con el otro vecino que era minero y que perdió el brazo en accidente laboral. Esto fue a finales de los años noventa y tenía como misión especial atender a los peregrinos".
Lo proclama sin titubear: "soy feliz estando aquí. Pienso que merece mucho la pena esta labor". Pero no tarda en modificar el gesto cuando asoma en su boca el lado negativo de la condición humana, y es que "oyes decir que si coges dinero y haces apaños. Yo solo sé que madrugo un montón y no cobro nada por esto". Lucas me habla de la recompensa que recibe con los impresionantes amaneceres de esta zona y de cómo se iluminan, con la primera luz del día, las torres de la catedral de Astorga, visibles en altozano, desde el soportal de la ermita.
La devoción de Lucas al Ecce Homo tiene el antecedente familiar de la enfermedad de su padre cuando era un niño. "Mi madre y yo íbamos en la procesión que llevaba la imagen al pueblo. Ella iba siempre descalza y yo con hábito morado y sandalias. Creo que eso le ayudó a vivir unos años más".
Lucas es muy frágil en la memoria de datos, pero poderoso en las vivencias ligadas a sus experiencias humanas y místicas con este lugar. Cuando me contaba el milagro del pozo era remiso al pequeño detalle. No entraba. También escapaba de interpretaciones racionales a la leyenda creada. Le interpelé al respecto en varias ocasiones, pero era tozudo y esa inteligencia natural del hombre de campo imperaba con esta frase, repetida durante la conversación: "es más fácil creer que averiguar".
Me impactó, no puedo negarlo, tanto que me dio pie a sondearlo con una miaja de sarcasmo Y de nuevo, la lógica aplastante de las inteligencias naturales: "no puedo decir si la leyenda es verdad o mentira. Dicen que estaba escrita en una piedra en la antigua torre de la ermita. Un rayo hizo desaparecer leyenda y torre. ¿Cómo te digo que esto es verdad o mentira? Prefiero creer a averiguarlo". El evangelio maragato, según Lucas.
![[Img #56599]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2021/5344_ermita-ecce-homo-1-6.png)
Es el encuentro con un hombre de los que no hay facilidad de hallazgo. Ha hecho de su supervivencia cuestión física y moral. La primera tirando de aquí y de allá con la exigua pensión que le dejó una retirada temprana, a los 38 años, del oficio de albañil, por una alergia al cemento. Las necesidades impusieron las agarraderas a la economía básica de la zona: agricultura y ganadería. "Llegué a tener hasta quince vacas", me dice con gesto no exento de orgullo. La segunda, la interior, se focaliza en la ermita del Ecce Homo, en Valdeviejas, pedanía de Astorga, donde ejerce de colaborador voluntario en sus cuidados y mantenimiento en el paso de los peregrinos del Camino de Santiago durante la temporada alta de los residuos primaverales, la plenitud del verano, y un poco del otoño que aún coquetea con el día soleado. No hay para más. Esta es tierra dura en los largos fríos invernales. Pero Lucas no está por la labor de abandonarse él ni de abandonar parajes de la agreste España vaciada.
Lucas Martínez Nistal escribe el evangelio de su vida actual en las parábolas de la castigada, pero fuerte y animosa tierra maragata. Su vida, narrada con voz profunda, ronca si cabe, exige pocas palabras, mientras va tomando la distancia conmigo. Pero, según calienta boca y enfría recelos, toma forma una locuacidad en progresivo avance. "Esa voz ronca –hace un alto – la heredé de mi madre que siempre fue afónica". Así empezó a romperse el hielo.
La historia de Lucas es la de esa dedicación de última hora como guardián de la fe en un lugar que se hace necesaria para existir en las afueras de la razón pragmática de esta época. La ermita del Ecce Homo, como todas las de su especie, está en medio de ninguna parte, una condición que no muda siquiera, cuando la especulación conquista terreno a predios que fueron y serán propiedad de la devoción inescrutable de pueblos y aldeas.
Yo mismo, el que escribe, me detengo, en mis caminatas camperas, en este humilde lugar de culto. Lo hago, para encontrar la paz del silencio, para que nada interfiera en la audición de mis adentros. No rezo, solo me solazo en un sosiego interior que acalla las belicosidades de la voz de la conciencia, cuando se torna airada. Por eso, Lucas y esta ermita, se me revelan como una sociedad indisoluble. Hablar con él es como hacerlo con las piedras de este sitio.
Lucas me hace recordar una maravillosa máxima de Pitágoras, no solo matemático, sino reverenciado filósofo, conocida a través de la antología de relatos Gog, de Giovanni Papini. Sacude pensamientos de esta forma: "fuera del templo no revelar las intimidades". A ella me acojo para pelar la pava con mi interlocutor. Testigos: los santos y un Cristo coronado de espinas y atado a las columnas del martirio. Insuperables fedatarios.
El milagro del pozo
Hablando de la ermita del Ecce Homo, Lucas sienta su particular cátedra de conocimientos y refuerza la sabiduría de la oportuna prudencia callando aquello de los que no se siente seguro en datos, fechas, anécdotas y sucesos.
"La ermita estaba consagrada a San Pedro Mártir – comienza decidido – y a raíz de una leyenda se trajo la imagen del Ecce Homo allá por 1735. Es una ermita con su pozo y éste tiene su leyenda. Una madre estaba de viaje con su hijo y paró aquí a rezar a San Pedro. Mientras oraba, el niño cayó al pozo y cuando ella se dio cuenta imploró con todas sus fuerzas a un Ecce Homo de imagen muy venerada en su pueblo. Fue entonces cuando de este pozo empezó a manar agua y el niño salió a la superficie". Una leyenda que resultará muy familiar a los habitantes de Madrid, pues se atribuye a su patrón, San Isidro, milagro idéntico.
La señora, al parecer de posibles, en agradecimiento amplió la ermita para que acogiera en su interior el pozo. Éste se cubrió para evitar accidentes y que los peregrinos no se mojaran al beber. Según Lucas, “sí hay documentos de que se cambió la imagen de San Pedro por la del Ecce Homo. Creemos que como el pozo no se podía trasladar, se optó por traer la talla del Cristo al lugar en el que ocurrió el supuesto milagro. El pozo está hoy cubierto y encima de él posa una pila bautismal. Mana su propia agua, pero no la dejan sacar. No sé por qué".
Y para buscar complicidades en este interrogante, me confiesa: “no hay misas dominicales, pero sí bodas y bautizos en la pila que está sobre el pozo. El agua que contiene no es de ahí. Traen de sus casas el agua bendecida".
Lucas conserva fresca la memoria para revelar la estrofa de una canción que cantaban sus abuelos hace más de cien años: Ecce Homo, lindo y hermoso / que sacaste al niño / vivo del pozo.
Tampoco anda mal de evocaciones cuando me señala que "de chavales veníamos a beber agua del pozo y nos curaba la gripe y otros achaques. Eso lo viví".
La remodelación del pozo fue reciente, aunque Lucas elude entrar en exactitudes. Sí está seguro de verlo con un brocal de piedra cubierto con tapa de madera.
Los peregrinos
Los peregrinos de la Ruta Jacobea son la otra fortaleza de esta ermita. En los meses de verano – pandemias aparte - es habitual contemplarlos a decenas. Raro es que pasen de largo, siquiera sea por sellar La Compostela, acta notarial del místico viaje. "Es lugar de culto para ellos – precisa -. Los hay de toda condición. He visto a una mujer ir de rodillas desde la puerta hasta el altar y rezar con los brazos en cruz sin bajarlos más de media hora; me asombró. Di en una ocasión dinero a uno de ellos y luego lo encontré borracho en la plaza del pueblo. Por aquí pasan, sobre todo, alemanes e italianos, y este año es exagerada la presencia de franceses y españoles. Asiáticos venían bastantes, pero en los dos años de pandemia han bajado mucho. Una coreana se emocionó al ver la frase “la fe, fuente de salud”, escrita a la entrada en varios idiomas, en su lengua y signos. Los asiáticos son muy sensibles a esta placa. Le sacan más fotos que al Cristo".
Este guardián de santo lugar me comenta también que algunos caminantes agradecen sinceramente las recomendaciones que les hace sobre rutas alternativas en caso de mal tiempo, mientras otros parecen poner mala cara a esos consejos que les pueden evitar problemas. Como subraya mi interlocutor "los hay que contestan con agradecimiento y educación y los hay que lo hacen de forma inadecuada". Viene a propósito que, durante nuestra tranquila charla en reciento sagrado, entró una peregrina que se puso a orar ante el altar y, a los pocos minutos, nos exigió con maneras imperativas, silencio absoluto. En fin….
De todo este anecdotario, Lucas me refiere el caso de un peregrino que venía todos los años andando desde París a Santiago de Compostela. "Cuando llegaba aquí – apostilla – se ponía a charlar con los que estuvieran y se tiraba horas".
"Es curioso – me cuenta con voz en tono de pillería – que varios peregrinos hayan lamentado la reforma de la espadaña respecto de la original, cuando les he enseñado la foto de la ermita antigua". Conmigo repite faena y doy por sentadas las razones de los quejumbrosos.
Lucas recalca el orgullo de su labor de atención a la ermita y a los peregrinos. El servicio propio y a estos últimos es gratuito…y la voluntad. Solo se cobran las velas de las ofrendas que se hagan. "Un día que se da bien – dice – recaudo 50 euros; normalmente, 20 o 25". Este dinero de las limosnas de peregrinos y visitantes va a parar en su totalidad a las reformas de la ermita. Lucas se enorgullece de que haya sufragado la reforma del altar.
"Estoy aquí –sigue con su testimonio – desde las 06:00 horas hasta las 12:00, aunque hay días, bastantes, que se prolonga la apertura. En septiembre se abre más tarde. En invierno cerramos. Yo me quedaba antes uno o dos meses más. Adelantábamos la apertura a marzo y se prolongaba hasta octubre. Ahora lo normal es abrir en junio y cerrar a finales de septiembre".
No deja en el olvido personas, paisanos de Valdeviejas, que han atendido estas prestaciones. Mujeres: Agustina, Carmina, Aurora…. Y hombres, los menos: Florencio, ya fallecido, Alfredo…
"Soy feliz estando aquí"
Quien atrajo a Lucas a esta misión de cuidar, junto a otros vecinos de Valdeviejas, la ermita del Ecce Homo, fue don Urbano, el sacerdote responsable de su cuidado, una especie de párroco. "Me encargó, a mí y a otro – añade –, abrir la ermita todos los días. Me coordiné con el otro vecino que era minero y que perdió el brazo en accidente laboral. Esto fue a finales de los años noventa y tenía como misión especial atender a los peregrinos".
Lo proclama sin titubear: "soy feliz estando aquí. Pienso que merece mucho la pena esta labor". Pero no tarda en modificar el gesto cuando asoma en su boca el lado negativo de la condición humana, y es que "oyes decir que si coges dinero y haces apaños. Yo solo sé que madrugo un montón y no cobro nada por esto". Lucas me habla de la recompensa que recibe con los impresionantes amaneceres de esta zona y de cómo se iluminan, con la primera luz del día, las torres de la catedral de Astorga, visibles en altozano, desde el soportal de la ermita.
La devoción de Lucas al Ecce Homo tiene el antecedente familiar de la enfermedad de su padre cuando era un niño. "Mi madre y yo íbamos en la procesión que llevaba la imagen al pueblo. Ella iba siempre descalza y yo con hábito morado y sandalias. Creo que eso le ayudó a vivir unos años más".
Lucas es muy frágil en la memoria de datos, pero poderoso en las vivencias ligadas a sus experiencias humanas y místicas con este lugar. Cuando me contaba el milagro del pozo era remiso al pequeño detalle. No entraba. También escapaba de interpretaciones racionales a la leyenda creada. Le interpelé al respecto en varias ocasiones, pero era tozudo y esa inteligencia natural del hombre de campo imperaba con esta frase, repetida durante la conversación: "es más fácil creer que averiguar".
Me impactó, no puedo negarlo, tanto que me dio pie a sondearlo con una miaja de sarcasmo Y de nuevo, la lógica aplastante de las inteligencias naturales: "no puedo decir si la leyenda es verdad o mentira. Dicen que estaba escrita en una piedra en la antigua torre de la ermita. Un rayo hizo desaparecer leyenda y torre. ¿Cómo te digo que esto es verdad o mentira? Prefiero creer a averiguarlo". El evangelio maragato, según Lucas.