Pabellones del Oeste, un asentamiento marginal
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Los asentamientos marginales de población, suponen una de las manifestaciones más evidentes de la pobreza y la desigualdad en el espacio urbano. Aunque su presencia suele ser más intensa y compleja en las grandes ciudades, también lo son en las de pequeño tamaño como la nuestra, donde se localizan los Pabellones del Oeste. Ubicados en el sureste de la ciudad, forman parte del recinto de la antigua Estación Ferroviaria del Oeste de Astorga, inaugurada el 21 de junio de 1896 y clausurada en septiembre del 1984 por resultar obsoleta técnicamente e inviable su utilización. Los pabellones y las casas adyacentes datan de la misma época y se construyeron para alojar a los trabajadores ferroviarios y sus familias, que abandonaron el lugar tras el cierre de la estación.
A finales de los años 80, como resultado del abandono de las casas, el Ayuntamiento y Renfe llegaron a un acuerdo de cesión ‘en precario’ para alojar en ellas a familias gitanas sin recursos. Años más tarde y después de haber estado instalados durante aproximadamente diez años en una finca de la Calle Convento, la comunidad de portugueses conocida como ‘Trasmontanos’, es realojada en los pabellones y casas adyacentes, equipadas de la misma forma que un barrio ferroviario de finales del siglo XIX, convirtiendo esta zona en un asentamiento marginal. Un lugar cuyas características físicas y ambientales no permiten un nivel de vida adecuado, a la vez que se presenta incompatible con cierto nivel de confort y calidad, que en muchas ocasiones provocan el rechazo de algunos sectores de la ciudad.
Resulta sonrojante oír a ciertos técnicos hablar sobre las óptimas cualidades de las viviendas que ocupan esta comunidad, cuando la realidad es que se tratan de infraviviendas “muy deterioradas”, cuyas características constatan distintas vulnerabilidades. Por un lado, las implícitas en su antigüedad, con deficiencias importantes a la hora de resguardarse de las inclemencias climáticas. Por otro lado, debido a su tamaño, son inadecuadas para estas familias que se ven obligadas a compartir habitaciones, evidenciando que el hacinamiento es uno de los rasgos del lugar.
El asentamiento aunque cuenta con abastecimiento de agua potable y suministro de energía, carece de un colector adecuado que recoja las aguas residuales, lo que hace que éstas emerjan hacia la superficie, concretamente por la parte trasera de las viviendas, vertiéndose directamente a la orilla del rio Jerga. He sido testigo durante dieciséis años, de cómo este hecho provoca auténticas plagas de mosquitos y moscas, que invaden las viviendas con el consiguiente peligro de infecciones para sus habitantes. También los roedores se pasean con frecuencia por este asentamiento. En cierta ocasión fui testigo de cómo las ratas habían comido las tablas de un armario y toda la ropa de su interior, mientras la familia se había desplazado durante unos días para vender globos en una feria.
La calle que recorre el asentamiento es de tierra, convirtiéndose en barrizal durante el invierno y en nubes de polvo durante el verano. El alumbrado público no existe y han tenido que ser los propios residentes quienes han colocado algunas luces en las fachadas de las viviendas para iluminar la zona.
No debemos olvidar la vulnerabilidad de tipo socio-económico que sufre esta comunidad, determinada por la existencia de desventajas en cuanto al empleo y al nivel de formación de sus residentes. El cuadro que presentan desde el punto de vista social, tendría que ser preocupante para el Ayuntamiento y para la Diputación, para mí sencillamente es dramático, ya que en la actualidad todos los ocupantes carecen de empleo, viéndose obligados a sobrevivir gracias a las ayudas sociales.
Es importante señalar los cursos de formación que en ocasiones, supongo que para justificar lo injustificable, programan las instituciones para este colectivo. Un colectivo que demanda alfabetización, al que obligan a asistir a cursos de informática para poder seguir manteniendo las ayudas. Durante años me he estado preguntando en qué país del reino de las maravillas están las cabezas pensantes que organizan estos desaguisados ya que durante todos los cursos impartidos durante los últimos siete años, ni un solo miembro de la comunidad trasmontana ha encontrado trabajo como ‘informático’. Vamos para reírse por no llorar. No hay ni una sola cabeza de las que cobran por ‘pensar’, que se dé cuenta, que serían más eficaces otro tipo de talleres que les pudieran ayudar para su promoción e inserción en el mundo laboral? Parece ser que no.
La conjunción de todo lo expuesto y el evidente abandono institucional aumenta la vulnerabilidad de este asentamiento marginal que requiere de la correcta coordinación entre entidades. La Declaración de los Derechos Humanos (concretamente en el primer apartado del artículo 25) viene a decir que el acceso a la vivienda (no solo por razones de alojamiento, sino por la protección y el vínculo que ofrece a sus residentes) es un derecho reconocido a todas las personas del mundo. Sin embargo, en nuestra ciudad, la privación de este derecho básico sigue siendo un problema evidente y no solo con este colectivo, aunque sea el más representativo de la situación. Sería importante un giro de actitud de los responsables del gobierno de la ciudad y de una vez por todas hacer un estudio serio, que no se duerma en el tiempo, para la erradicación de este barrio marginal y acabar con la discriminación y por tanto la vulnerabilidad de sus residentes.
Los asentamientos marginales de población, suponen una de las manifestaciones más evidentes de la pobreza y la desigualdad en el espacio urbano. Aunque su presencia suele ser más intensa y compleja en las grandes ciudades, también lo son en las de pequeño tamaño como la nuestra, donde se localizan los Pabellones del Oeste. Ubicados en el sureste de la ciudad, forman parte del recinto de la antigua Estación Ferroviaria del Oeste de Astorga, inaugurada el 21 de junio de 1896 y clausurada en septiembre del 1984 por resultar obsoleta técnicamente e inviable su utilización. Los pabellones y las casas adyacentes datan de la misma época y se construyeron para alojar a los trabajadores ferroviarios y sus familias, que abandonaron el lugar tras el cierre de la estación.
A finales de los años 80, como resultado del abandono de las casas, el Ayuntamiento y Renfe llegaron a un acuerdo de cesión ‘en precario’ para alojar en ellas a familias gitanas sin recursos. Años más tarde y después de haber estado instalados durante aproximadamente diez años en una finca de la Calle Convento, la comunidad de portugueses conocida como ‘Trasmontanos’, es realojada en los pabellones y casas adyacentes, equipadas de la misma forma que un barrio ferroviario de finales del siglo XIX, convirtiendo esta zona en un asentamiento marginal. Un lugar cuyas características físicas y ambientales no permiten un nivel de vida adecuado, a la vez que se presenta incompatible con cierto nivel de confort y calidad, que en muchas ocasiones provocan el rechazo de algunos sectores de la ciudad.
Resulta sonrojante oír a ciertos técnicos hablar sobre las óptimas cualidades de las viviendas que ocupan esta comunidad, cuando la realidad es que se tratan de infraviviendas “muy deterioradas”, cuyas características constatan distintas vulnerabilidades. Por un lado, las implícitas en su antigüedad, con deficiencias importantes a la hora de resguardarse de las inclemencias climáticas. Por otro lado, debido a su tamaño, son inadecuadas para estas familias que se ven obligadas a compartir habitaciones, evidenciando que el hacinamiento es uno de los rasgos del lugar.
El asentamiento aunque cuenta con abastecimiento de agua potable y suministro de energía, carece de un colector adecuado que recoja las aguas residuales, lo que hace que éstas emerjan hacia la superficie, concretamente por la parte trasera de las viviendas, vertiéndose directamente a la orilla del rio Jerga. He sido testigo durante dieciséis años, de cómo este hecho provoca auténticas plagas de mosquitos y moscas, que invaden las viviendas con el consiguiente peligro de infecciones para sus habitantes. También los roedores se pasean con frecuencia por este asentamiento. En cierta ocasión fui testigo de cómo las ratas habían comido las tablas de un armario y toda la ropa de su interior, mientras la familia se había desplazado durante unos días para vender globos en una feria.
La calle que recorre el asentamiento es de tierra, convirtiéndose en barrizal durante el invierno y en nubes de polvo durante el verano. El alumbrado público no existe y han tenido que ser los propios residentes quienes han colocado algunas luces en las fachadas de las viviendas para iluminar la zona.
No debemos olvidar la vulnerabilidad de tipo socio-económico que sufre esta comunidad, determinada por la existencia de desventajas en cuanto al empleo y al nivel de formación de sus residentes. El cuadro que presentan desde el punto de vista social, tendría que ser preocupante para el Ayuntamiento y para la Diputación, para mí sencillamente es dramático, ya que en la actualidad todos los ocupantes carecen de empleo, viéndose obligados a sobrevivir gracias a las ayudas sociales.
Es importante señalar los cursos de formación que en ocasiones, supongo que para justificar lo injustificable, programan las instituciones para este colectivo. Un colectivo que demanda alfabetización, al que obligan a asistir a cursos de informática para poder seguir manteniendo las ayudas. Durante años me he estado preguntando en qué país del reino de las maravillas están las cabezas pensantes que organizan estos desaguisados ya que durante todos los cursos impartidos durante los últimos siete años, ni un solo miembro de la comunidad trasmontana ha encontrado trabajo como ‘informático’. Vamos para reírse por no llorar. No hay ni una sola cabeza de las que cobran por ‘pensar’, que se dé cuenta, que serían más eficaces otro tipo de talleres que les pudieran ayudar para su promoción e inserción en el mundo laboral? Parece ser que no.
La conjunción de todo lo expuesto y el evidente abandono institucional aumenta la vulnerabilidad de este asentamiento marginal que requiere de la correcta coordinación entre entidades. La Declaración de los Derechos Humanos (concretamente en el primer apartado del artículo 25) viene a decir que el acceso a la vivienda (no solo por razones de alojamiento, sino por la protección y el vínculo que ofrece a sus residentes) es un derecho reconocido a todas las personas del mundo. Sin embargo, en nuestra ciudad, la privación de este derecho básico sigue siendo un problema evidente y no solo con este colectivo, aunque sea el más representativo de la situación. Sería importante un giro de actitud de los responsables del gobierno de la ciudad y de una vez por todas hacer un estudio serio, que no se duerma en el tiempo, para la erradicación de este barrio marginal y acabar con la discriminación y por tanto la vulnerabilidad de sus residentes.